Sentadas tras los pupitres de un aula de Ihusi, en el territorio de Kalehe, Kivu Sur, una veintena de mujeres comparten el dolor de la violencia, pero también la lucha por cambiar las cosas. Severine M’Katuani lidera esta pequeña revolución. Es fuerte, comprometida y decidida; media con los maridos, habla con los grupos armados y es el punto de referencia de las mujeres de Kalehe. “Esta es una tierra muy diversa y de mucha conflictividad, pero las mujeres estamos unidas”, presume M’Katuani, asistente psicosocial y directora del club de escucha, un lugar de encuentro donde las supervivientes pueden compartir sus historias.

Estos grupos de mujeres, que se reparten por la geografía de Kivu Sur, un territorio herido por la guerra y la violencia de los grupos armados, se organizan bajo el paraguas de la Association des Femmes des Médias (AFEM), que ha creado una red de periodistas que utilizan los medios de comunicación como herramienta de denuncia y de construcción de paz. El objetivo es acompañar a las mujeres a romper el silencio y, a través de sus historias, sensibilizar y hacer incidencia para cambiar las cosas.

En las últimas dos décadas, República Democrática del Congo ha sido escenario de conflictos internos y regionales que han sumergido al este del país, rico en recursos naturales, en una profunda crisis humanitaria, social, política y económica que tiene a su población, y en especial las mujeres, cautiva.

Según M’Katuani, la violencia de los grupos armados continúa hoy en día en las comunidades y “ha aumentado la interna”, la ejercida por familiares, vecinos u hombres de la comunidad. “Es la herencia de la guerra”, resume Caddy Adzuba, abogada y activista congoleña. “El cuerpo de la mujer se ha convertido en el campo de batalla de esta guerra. Siempre ha existido la violencia cometida contra la mujer, esa violencia sexual tradicional, que existe en otros lugares y que también debemos combatir. Pero en el caso del Congo, la gravedad extrema de la violencia contra las mujeres ha venido a raíz del conflicto y, sobre todo, a raíz de la presencia de los grupos armados”, ahonda Adzuba, premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 2014. “Esa es la estrategia, destruir la comunidad a través de las mujeres”, añade.

En este entorno seguro, el aula de Ihusi, la veintena de mujeres narra las diferentes violencias a las que se han enfrentado, al tiempo que piden seguridad y medios de vida. “¡Es un milagro que hayáis venido!”, exclama M’Katuani en referencia al grupo de comunicadoras vascas.

Agresión sexual

Cuando Zigir entra en el espacio se hace el silencio. Nadie espera su presencia, pero ella quiere que el mundo sepa lo que le ha ocurrido: el día anterior a este encuentro, esta mujer de 35 años fue brutalmente agredida por tres hombres. Una herida en la cabeza, que tapa con una venda y un pañuelo, es la muestra visible de esa violencia.

Zigir se levanta cada día temprano y recorre un largo camino para recoger madera en el bosque. “Cuando llegué vi a tres hombres que estaban armados con pistolas y machetes, empezaron a golpearme y uno de ellos cogió el machete y me pegó un corte en la cabeza. A partir de ese momento no recuerdo nada, me quedé inconsciente”, narra. “Cuando desperté, dos mujeres me estaban cogiendo en brazos, estaba oscuro y sentía un dolor en el cuerpo tremendo. Estaba muy débil”, añade.

Zigir fue al hospital e inicia ahora un largo proceso psicológico para superar el trauma. M’Katuani lo sabe bien, ya que ella se encarga de acompañar a las víctimas en este proceso. “Muchas mujeres se vuelven locas”, asegura. La violación sigue siendo un estigma y el motivo por el que muchos hombres abandonan a sus esposas. Es el caso de Julienne, a quien tras sufrir una agresión sexual mientras recogía madera, su marido echó de casa. “Me dijo que no quería verme nunca más porque era una mujer sucia”, lamenta. El abandono es una constante en la vida de estas mujeres. Son abandonadas por sus maridos cuando un grupo armado entra en la comunidad, cuando han sufrido una agresión sexual, tras ser acusadas de brujería…

Nzingne, una mujer pigmea que no sabe la edad que tiene, es otro ejemplo. Vivía sola con sus nueve hijos, un día los dejó en casa y fue a buscar trabajo en el campo, como de costumbre. “Empezamos a escuchar disparos y fuimos al pueblo. Mi casa estaba en llamas y mis hijos no estaban. Los grupos armados habían entrado en el pueblo para sembrar el caos y echarnos”, cuenta. Han pasado cuatro meses de aquello y solo ha encontrado a tres; ahora viven como desplazados en otra comunidad en condiciones totalmente precarias. “Hay mujeres que se están muriendo por falta de acceso a medios de vida y a servicios básicos. Y los hijos que desaparecen son cogidos por los grupos armados que los transforman en niños soldado y esclavos sexuales”, denuncia.

“El problema del desplazamiento por causa de grupos armados está generando familias monomarentales, porque cuando los maridos ven que los grupos armados entran en el pueblo huyen. Esto genera familias monomarentales sin acceso a medios de vida”, explica Julienne Baseke, coordinadora de AFEM.

Además del trabajo comunitario de formación y sensibilización, esta asociación y los grupos de escucha hacen incidencia política, porque para poder avanzar en las transformaciones también hace falta “buena gobernanza y seguridad”, señalan. l