La banda de Bizkaia Mississipi Queen & The Wet Dogs está inmersa en la gira de presentación de su primer álbum, Phoenix, un disco que rezuma rock and roll de raigambre clásica y con fuertes influencias de música negra (soul y funk, principalmente). Habituales en festivales de rock, soul y blues, el quinteto no solo se limita a recrear el santoral musical de los años 60 y 70, sino que, asegura su vocalista Inés Goñi, se adentra en la “música negra de raíces americanas que bebe de la tradición, pero juega con sonidos modernos y eclécticos”. Es decir, las canciones Mississipi Queen & The Wet Dogs podrían pertenecer al mismo universo sonoro que sus contemporáneos Vintage Trouble o los madrileños Morgan. Rock y soul con denominación de origen en la cuna estadounidense del rock and roll. Tras una trayectoria de diez años -que incluye la publicación del EP Try me (2019) y varios premios en concursos musicales (Sonidos Mans y Sube Rock, ambos en 2020)-, el grupo se ha consolidado como una eficaz banda de directo. Ese es su hábitat natural: en un escenario. Phoenix supone además un paso adelante por incluir temas tan redondos como la emocionante apertura del disco, Welcome home, y un mayor peso del rock sureño. El jueves 26 de junio participarán en el festival Kortezarra de Gasteiz, compartiendo cartel con la arrolladora propuesta de los californianos The BellRays.
¿Qué es lo mejor que les ha pasado en este tiempo?
-Encontrarnos. En la vida y en la música no hay nada mejor que recorrer el camino con buenos compañeros de viaje, y en eso hemos tenido mucha suerte.
Titulan el disco Phoenix. ¿Y qué pasa con Bilbao? ¿La villa no merece ser recordada?
-El título del disco no hace alusión a la ciudad de Arizona (topónimo que, por cierto, se cree que viene del euskera aritz ona) sino al ave fénix, al acto de prender fuego a la vida que ya no sirve; a un yo que ya no somos y reinventarnos.
¿Qué rama de la música negra/americana clásica le quedaría pendiente por difundir? Solo en Welcome Home hay un coro gospel, rock, soul, hammond, una steel guitar típica del country…
-Es verdad que abarcamos un abanico bastante amplio de estilos dentro de la música negra, pero hay unos cuantos con los que aún no nos hemos metido: jazz, reggae, hip hop o los ritmos latinos. La música negra es una fuente inagotable de ritmos y armonías maravillosas.
Este disco solo tiene ocho temas y apenas dura media hora.
-Siempre hemos publicado obras que tienen sentido para nosotros, desde un punto de vista conceptual y de duración. Este segundo disco dura como dos minutos más que Try Me. ¿Que el primero es un EP y este es un LP corto? OK, nos da un poco igual. Para nosotros, son obras completas que contienen todo lo que en cada momento hemos querido sacar a la luz. A menudo parece que más siempre es mejor. Últimamente se escucha también esa idea aplicada a los conciertos, como si algunas personas esperaran siempre espectáculos maratonianos al estilo Springsteen, de tres horas o más. A mí, personalmente, me aburren los conciertos tan largos. Pero, en general, creo que lo importante es que el producto -ya sea un disco o un show- tenga coherencia como unidad, que no se sienta ni demasiado corto ni innecesariamente largo. Y eso, en mi opinión, debe valorarse según cada obra, no con una vara de medir única para todo.
¿Qué tiene de especial la amalgama de sonidos que se mueven entre el soul, el blues, el funk y el rock?
-Puede gustarle prácticamente a cualquiera. Es una música muy adecuada para el gran público porque es fácil conectar con ella.
¿Cuál es esa canción infalible de su repertorio que en los directos levanta a todo el mundo de sus asientos?
-Don’t Wait Up es bastante infalible en directo porque es muy bailonga y divertida. El rock and roll nunca falla.
Los vascos tienen fama de sosos en los conciertos. Es muy habitual que se cree una especie de barrera de varios metros entre el escenario y el público. ¿Con el soul es más fácil que se rompa ese perímetro de distancia?
-No sé si me atrevería a generalizar tanto… Creo que hay tipos de público muy distintos según la zona. En general, las áreas costeras suelen ser muy buen público, quizás por una mayor tradición de intercambio cultural. A nosotros, por ejemplo, nos encanta tocar en la zona de Urdaibai, y decidimos presentar el disco en Gernika porque siempre nos ha parecido un público muy entregado y agradecido. Es cierto que con el soul resulta más fácil animar a las masas que con estilos más pausados o introspectivos, pero también influye mucho la capacidad de quien lidera la banda para meterse al público en el bolsillo.
¿Se ha vuelto más complicado tocar después de los estragos de la pandemia al sector musical? ¿Cuáles son las barreras que se están encontrando?
-Cada banda y cada artista tienen sus propias circunstancias, que sin duda influyen en sus ritmos de trabajo. Al menos en nuestro caso, han pesado más las limitaciones internas que las externas. Pero, por aportar también una reflexión sobre el panorama general, diría que estamos viendo una proliferación masiva de festivales, concentrados sobre todo en una mitad del año -de mayo a octubre-, mientras que falta financiación para girar por salas durante el resto del año. Las salas son una parte esencial del tejido musical y se están perdiendo porque los fondos se destinan casi exclusivamente a los festivales. Y eso, sinceramente, no puede continuar así.
Han compartido escenario con gigantes de la música como los Beach Boys o Ben Harper. ¿Con los ídolos es mejor no hacerse demasiadas expectativas por lo que pueda venir después?
-Con los Beach Boys y Ben Harper no coincidimos en persona, aunque dieron conciertos fantásticos. Pero sí pudimos estar en ese festival con Kitty, Daisy & Lewis, a quienes seguimos y admiramos desde hace muchos años, y también con Watermelon Slim y sus músicos. Y fue una gran experiencia, porque son gente cercana y humilde. Así lo hemos sentido siempre con las grandes figuras con las que hemos tratado: no necesitan colocarse por encima, sino que se acercan y te dicen lo que les ha gustado de tu show. Y eso se agradece muchísimo.
¿Los concursos musicales pueden ser un arma de doble filo? ¿Hasta qué punto abren puertas o se quedan en una palmadita en la espalda?
-Ganar concursos es bueno para el currículum y para la autoestima. Al final, esa victoria te dice que algo estás haciendo bien, que a alguien le gusta lo que haces, y en un contexto tan duro como es el arte, donde te abres en canal y te ofreces y te expones desde la vulnerabilidad, esa palmadita en la espalda se agradece mucho. Dicho esto, es verdad que hay concursos cuyas bases nos parecen injustas o abusivas y por eso hay muchos en los que elegimos no participar.