La fuente de la falda de Ulia elaborada con azulejos por artista José Luis Zumeta ha vuelto a ser objeto de pintadas, dos meses después de que fuese restaurada por el museo de San Telmo, que quiso sacar a la luz la obra, oculta por los grafitis de los últimos años.

El surtidor, ubicado entre las calles Indianoene y Rodil, fue encargado por el Ayuntamiento de Donostia al artista cuando se urbanizó la zona. Se colocó en 1989, hace 32 años, y forma parte el Atlas Escultórico de Donostia. Desde su restauración, cuenta con una placa y el nombre del autor.

El museo de San Telmo, que encargó su reciente restauración, hizo un llamamiento al “civismo y respeto” así como al “compromiso de todos los ciudadanos en la custodia y preservación de nuestros bienes culturales y artísticos y en especial a esta fuente, casi perdida y ahora recuperada, obra original de un apreciado artista como fue José Luis Zumeta”. El artista nacido en Usurbil y fallecido en abril del pasado año residía en Donostia.

San Telmo lamentó que hayan vuelto las pintadas y dice que “se constata la aparición de varios 'takeos' que preludian y alertan de la aparición de nuevos grafitis que previsiblemente ocultarán y deteriorarán de nuevo la obra, poniendo en evidencia el gran desconocimiento y la incomprensión de lo que es y significa nuestro patrimonio artístico”.

Para su restauración, San Telmo llevó a cabo un estudio sobre la fuente. Había sido elaborada a partir de una maqueta de cartón y confeccionada en un taller de Aia, con la colaboración de la ceramista Amaia Zinkunegi. La estructura cerámica está compuesta por 54 azulejos de arcilla refractaria esmaltada. Fue el propio Zumeta quien la policromó con esmaltes artesanos.

A la vista de su deterioro, se encargó un informe de conservación a las especialistas Regina Gómez Cruzado y Ruth Coloma, que se ocuparon posteriormente de la restauracióin de la fuente. La rehabilitación de la obra duró un mes y recuperó el esplendor inicial del trabajo, que ha durado poco tiempo.

“No entramos a valorar si esas firmas y grafitis, que tienen sus defensores y detractores, deben formar o no parte de nuestro paisaje urbano pero sí estamos obligados denunciar que su realización sobre otros bienes culturales constituye un acto vandálico, cuya laboriosa eliminación tiene un alto coste económico y lo que es más grave, repercute en la desaparición de nuestro patrimonio “, dice San Telmo.