Este miércoles ha vuelto a tener lugar una actividad impulsada por este incansable agitador del mundo del vino que es Manu Méndez, fundador de la Vinatería de Gros: la Jornada de cata de Txuletas y Vino, una reunión enogastronómica que tuvo su inicio en 2012 en Casa Julián de Tolosa y que se ha celebrado en lugares como el Asador Aratz, el Restaurante Félix Manso o el Patxikuenea de Lezo. Precisamente fue en este emblemático asador donde tuvo lugar la última edición de este encuentro que ha cumplido la nada despreciable cantidad de diez ediciones.
Los asistentes a esta intensa cita que se realiza en petit comité y bajo estricta invitación cual si de una convocatoria clandestina se tratara, van cambiando año tras año. Una década da para mucho y entre las personas que han asistido al llamado de Manu Méndez encontramos nombres como el del fallecido Luis Irizar, el premio Euskadi de literatura Ramón Eder, periodistas gastronómicos, cocineros, bodegueros…
Eso sí, entre esa multitud de caras algunas permanecen fijas. Una de ellas es la del distribuidor Adolfo de Pedro. De hecho, la primera convocatoria de las jornadas, en Casa Julián, se llevó a cabo debido al deseo de un cliente suyo, Fernando Meruelo, de las bodegas Heredad de Baroja, de realizar una comida con sus vinos en el templo de la carne de Tolosa. La cita resultó tan exitosa que Manu Méndez decidió convertirla en estas jornadas anuales.
Un conocimiento inabarcable
Adolfo de Pedro me ha demostrado siempre que hemos coincidido ser una persona con un gran conocimiento sobre el mundo del vino. Su mente es como una computadora que retiene infinidad de datos y nombres del sector, además de contar con un paladar privilegiado que hace que acudir con él a una cata culinaria o a una exhibición vinícola resulte enormemente didáctico y enriquecedor. Pero si algo me ha llamado la atención ha sido la enorme complicidad que he observado entre él y Manu Méndez, a pesar de que el veterano vinatero le saca casi una década.
Nacido en Hondarribia en 1961, Adolfo de Pedro se crió en un humilde bar ya desaparecido, el Bar Amute, que cogieron sus padres y dirigieron durante décadas hasta su jubilación. “Mi madre, Angelita, fallecida el año pasado, era una gran cocinera amateur y el bar funcionó muy bien. Yo ayudé en el mismo desde que tuve uso de razón y desde muy pequeño me bebía los culos de las botellas. Me encantaba el vino desde que era un crío”, recuerda.
Al volver de la mili, Adolfo quiso seguir su camino y junto con unos amigos crearon una empresa en el Aeropuerto de Hondarribia dedicada al handling: carga y descarga de aviones, limpieza de las aeronaves, servicios de aduanas… pero su pasión por el vino le corroía y no tardó en crear, a finales de los 80, su propia empresa. “Fui un kamikaze. En vez de ofrecerme a una bodega como su representante, busqué el camino más difícil y me hice agente comercial independiente ofreciendo mis servicios a diferentes casas, algo a lo que no estaban acostumbrados los viticultores. Ello hizo que me costara muchísimo arrancar. A día de hoy no me arrepiento porque mi decisión me dio libertad e independencia. Eso sí, no habría salido adelante de no haber sido porque importantes personas del sector confiaron en mí cuando no era nadie”.
Una de esas primeras personas fue Joaquín Solbes, propietario de la prestigiosa comercial que ha cerrado sorpresivamente sus puertas este pasado año. “Al poco de empezar toqué la puerta de Solbes. Conocía sus vinos y le lancé un órdago. Le dije que el vino que yo le proponía, un vino de mesa de Pedro Vivanco, se iba a vender más que sus tres principales referencias juntas. Joaquín confió en mí y el vino que le ofrecí se convirtió en el más vendido de la casa. De hecho, en el momento del cierre de la empresa el año pasado, 38 años después, todavía lo seguían vendiendo”.
A este primer premio a la constancia se sumaron otros éxitos como obtener la confianza de dos bodegas de primerísimo nivel: Heredad de Baroja (Rioja Alavesa) y la cooperativa Cuatro Rayas (Rueda) para la que ha conseguido solo en Gipuzkoa más de 25 distribuidores. “Son las casas que me han dado más trabajo y me permitieron dedicarme en exclusiva al mundo del vino”, comenta orgulloso, aunque admite que, con todo, ha habido momentos muy duros a lo largo de su trayectoria.
El inicio de una bonita amistad
Y en ese deambular tuvo lugar el encuentro con Manu Méndez. “Manu fue una de las primeras personas que me trató con respeto. Le visité en el primer local que tuvo en la Gran Vía. La venta es muy dura, sobre todo cuando se empieza y no te conoce nadie, y no todo el mundo está a la altura de recibir a un vendedor. Manu me recibió con un respeto y una profesionalidad inusual, y aunque en aquella primera visita no hubo venta, con el paso del tiempo sí las hubo, pero sobre todo lo que empezó como una relación comercial se ha convertido en una gran amistad. No me quiero quitar años de encima pero Manu para mí ha sido como un padre. Me ha comprado vino, me ha asesorado, me ha abierto puertas… pero sobre todo me ha abierto su corazón y sus conocimientos. Hay muchos apasionados en este mundo, pero muy pocos como Manu Méndez”, afirma con rotunda sinceridad.
Cuando empieza a hablar del vinatero de Gros, Adolfo no puede parar. “Manu ha sido amigo y confidente. Me ha ayudado en lo profesional, pero también personalmente. Cuando ha habido momentos oscuros en mi vida también ha estado ahí. Porque en esta vida hay momentos en los que tenemos una venda en los ojos y solo hace falta tirar de un hilo para ver las cosas y dejarla caer… pues bien, Manu, con su tranquilidad, tiraba de esos hilos y me ayudaba a seguir adelante”. La relación, además, se ha basado en la reciprocidad. Adolfo fue testigo de la enfermedad que mantuvo a Manu durante un largo periodo postrado en una silla de ruedas y le obligó a dejar el negocio en manos de su hijo Jon, y allí estuvo, encima suyo hasta su recuperación.
“Ahora Manu ya no está tan activo”, remata Adolfo, “pero rara es la semana que no vamos un día a comer. Eso sí, en los buenos tiempos podía haber años en los que compartíamos mesa 100 veces. De hecho, cuando empecé a frecuentarle yo era más rarito a la hora de comer e incluso a la de beber. No me gustaba la comida oriental, no me convencían los rosados, no era muy amigo de los espumosos… Manu Méndez también me contagió su pasión en estos campos y a día de hoy todo ello me encanta”.
Así pues, a pesar de estar Manu ya retirado, la llama de esta amistad no se ha apagado, y en momentos como la jornada del miércoles se mantiene y se reaviva, como pudimos comprobar todos los asistentes al acto, que disfrutamos no solo de la calidad de lo que allí se comió y bebió, sino también del buen rollo que transmitían los dos principales valedores del evento, estos dos amigos que, sin duda, seguirán descorchando botellas hasta la sepultura.