El Liverpool cosechó ayer su décima derrota en lo que va de temporada —la novena en los últimos 12 partidos— con un sonrojante 1-4 en Anfield frente al PSV Eindhoven. Esta goleada supone la primera vez desde 1992 que los 'reds' encajan tres o más goles durante tres partidos consecutivos, una auténtica sangría defensiva que deja el proyecto de los millones más en el aire que nunca.
A pesar del tropiezo en Champions, el equipo no goza de una mala posición para meterse entre los ocho primeros. Las balsámicas victorias frente al Real Madrid y el Eintracht de Frankfurt dan tranquilidad al seis veces campeón de Europa.
Es en la Premier League, esa competición que todo amante del fútbol inglés ama y valora tanto (a veces por encima de la Champions), donde el conjunto va en caída libre. Con doce jornadas disputadas, el Liverpool se encuentra en 13ª posición, a once puntos de la cima que ocupa un Arsenal intratable a las manos de Mikel Arteta. Muchas jornadas restan para decidir el ganador, pero no es aventurado afirmar que el Liverpool no revalidará el título conseguido de manera brillante hace tan solo un año.
Eso es lo que más extraña en las oficinas del club inglés, cómo de un año para otro un equipo ganador y con alma, se ha convertido en uno que no cree en sus ideas y que baja los brazos a las primeras de cambio.
Quien no los bajó durante el último choque europeo fue su capitán Virgil Van Dijk, pero para desgracia de los ingleses, en el sentido literal. El holandés provocó un calamitoso penalti tras una mano en un córner, algo que algunos seguidores interpretan como síntoma de un equipo que ya no cree en su entrenador.
"Estamos en la mierda"
Al término del encuentro, el jugador del Liverpool Curtis Jones pronunció las siguientes palabras a los medios de comunicación: "Es inaceptable, no tengo palabras. Ya he pasado de estar enfadado y triste. Soy jugador y aficionado. Nunca había visto al equipo tan mal. A día de hoy, estamos en la mierda". Estas declaraciones tan explícitas del centrocampista inglés sacan a la luz el sentimiento de un vestuario que no encuentra explicaciones a lo que está sucediendo.
En un deporte donde el entrenador suele pagar antes que los jugadores, el señalamiento apunta ya a Arne Slot. El holandés cada vez es menos contundente acerca de su continuidad al frente del banquillo del equipo de Merseyside: "No me llaman a cada minuto del día para decirme que todavía confían en mí. Tenemos las conversaciones normales y en esas conversaciones siento la confianza. Pero aún no he hablado con ellos después de este partido, así que ¡veremos!", comentaba en la rueda de prensa posterior al partido ante el PSV Eindhoven.
Muchos no perdonan el papel del neerlandés en la 'Carabao Cup'. En un momento en el que los títulos parecen lejanos, esta copa se erigía como la más viable de conseguir. Sin embargo, Slot alineó un once completamente desconocido que llevó al equipo a la eliminación y al abismo de una posible temporada en blanco.
Más allá del entrenador, es inevitable señalar el bajón cualitativo de algunas de las figuras que dieron tantas alegrías a la afición la temporada pasada. Y en esa terna sobresale el nombre de Mohamed Salah sobre los demás. El egipcio venía de firmar una de las mejores temporadas de su historia: máximo goleador y asistente de la Premier League 2024/2025. Un hito que le consagró como uno de los mejores jugadores de la historia de la competición inglesa y que le llevó a ser cuarto en el Balón de Oro. Pese a ello, hoy no queda rastro de ese Salah: se muestra lento, sin chispa y errático en la toma de decisiones. Un jugador llamado a ser el líder de la escuadra y que no está respondiendo.
Sobre todo esto, planea el impacto del fallecimiento de Diogo Jota como un factor anímico que podría explicar gran parte de la situación actual. El portugués era muy querido en el vestuario, y varios compañeros echan de menos su presencia humana, quizás más que su aporte en el terreno de juego.
482,9 millones de dudas
En el fútbol existe la vieja idea de que el que más gasta será mejor, pero está ampliamente demostrado que el dinero forma una plantilla, no un equipo.
El coloso de Anfield batió todos los récords en cuanto a fichajes se refiere durante este mercado de verano. 482,9 millones de euros invertidos en seis futbolistas —Isak, Wirtz, Ekitiké, Kerkez, Frimpong y Leoni— para impulsar a un equipo ya imparable. Si bien vendieron por valor de 219,5 millones —lo que deja un gasto neto de 263,40—, los de Slot rompían la banca realizando las dos incorporaciones más caras de la historia de la Premier League.
Precisamente los dos fichajes que más están decepcionando en este arranque: Alexander Isak y Florian Wirtz. El primero de ellos llegó en este mercado estival procedente del Newcastle a cambio de 150 millones de euros. Tras pasar varios meses en rebeldía con 'las hurracas' logró finalmente la tan ansiada llegada al campeón inglés. Su falta de minutos debido a una lesión y el gran rendimiento de Hugo Ekitike —fichaje que ocupa su posición— reabre el debate de si era necesario gastarse casi 300 millones de euros en dos delanteros centro. Cuando el equipo ha tenido a los dos disponibles, Ekitike ha tenido que jugar fuera de posición tirado al costado izquierdo.
El ariete francés está siendo una de las grandes sensaciones de la temporada, ya que a sus buenas cifras goleadoras hay que sumarle su gran implicación en la fluidez del equipo.
En cuanto a Wirtz, nadie discutía el precio pagado por un joven futbolista que venía de ser una de las grandes estrellas de la Bundesliga. Llamado a ser la batuta que dirigiera la orquesta 'red', las expectativas no pueden estar más lejos de la realidad. El alemán acumula 16 partidos con tan solo tres participaciones de gol en forma de asistencia. Aun así, su situación parece más un problema de adaptación que otra cosa, y se espera que con el tiempo logre desplegar todo su potencial.
Invertir casi 500 millones de euros en fichajes no ha logrado traducirse en un Liverpool sólido ni efectivo en el campo. Esto unido a la gran temporada pasada en la que el equipo mostró solidez, protagonismo y resultados destacados, ha generado un contraste doloroso: los aficionados esperan un rendimiento al mismo nivel, o incluso superior.
Con todo, Anfield empieza a impacientarse con sus jugadores y reclama que el equipo vuelva a sonar con la fuerza de antaño.