Con 24 años ya había pasado por el equipo juvenil de la Real Sociedad, por el Ordizia, por el Beasain y por el Eibar. Se había recorrido Gipuzkoa y había conocido todas las categorías profesionales, excepto la Primera División. Y "nunca" se sintió futbolista. Alex Calvo-García acumuló decepción tras decepción y en 1996, cuando el Eibar le dijo que no contaba con él, sabía que estaba en el momento clave de su carrera. La suya podía haber sido la historia habitual de un futbolista prometedor que no acaba de cuajar y consume sus días como profesional en equipos de Segunda B y Tercera. Pero conoció un lugar llamado Scunthorpe, se convirtió en un mito del modesto equipo de esa localidad inglesa y su historia, lejos de ser una más, fue tan excepcional que ha dado lugar a un recomendable libro, Scunthorpe hasta la muerte, y a un excelente reportaje en Fiebre Maldini, programa de culto para los más futboleros.

La Ley Bosman sacudió el fútbol en 1995, porque permitió la libre circulación de jugadores europeos por los países de la Unión Europea. Unos meses después, Alex Calvo-García vio en la televisión un reportaje sobre Roberto Martínez, Isidro Díaz y Jesús Seba, que fueron a un equipo inglés, el Wigan. Llamó a su agente, Iñaki Ibáñez, y le dijo: "Búscame un equipo en el extranjero". "Lo hice sin mucha esperanza", recuerda. "Había terminado en el Eibar y me apetecía salir al extranjero. A los pocos días me llamó y me comentó que me había conseguido una prueba en equipo inglés llamado Scunthorpe", donde aterrizó en septiembre de 1996. "Lógicamente, no sabía dónde estaba, pero me daba igual Scunthorpe o cualquier otro sitio. Quería vivir la experiencia". Lo que no sabía es que iba a ser una experiencia que marcaría su vida.

Comienzos Difíciles

Llegó sin saber inglés

Los inicios fueron complicados, incluso frustrantes. Alex no sabía nada de inglés y su primer técnico, en tierras inglesas, Mike Buxton, lo colocaba siempre de delantero centro. "Tenía 24 años, no había salido nunca de casa y me encontré en un país diferente. Sentí impotencia. Llegué allí como una solución al problema de gol que tenía el equipo, pero yo nunca he sido delantero, sino centrocampista ofensivo", recuerda el ordiziarra. Su situación empezó a cambiar avanzada la temporada con el cambio en el banquillo. Llegó Brian Laws. "Era más flexible, quería buscar una solución porque yo era uno de los jugadores más caros del club y apenas jugaba. Le dije que yo no era delantero, se quedó sorprendido pero me probó en otra posición. Me ofreció seguir un año más pensando en recoger los frutos de la primera temporada. Salió bien".

A partir de su segundo año en Scunthorpe -una localidad industrial de 70.000 habitantes situada en el nordeste de Inglaterra-, Alex empezó a paladear el fútbol inglés: "La manera en que viven el fútbol allí es envidiable. En Inglaterra, da igual la categoría, te sientes futbolista. Todo lo que rodea a los clubes te hace sentir futbolista. Están organizados y profesionalizados en todas las categorías y la respuesta de la afición es increíble. Cuando venía a casa, trataba de explicar a mis amigos cómo era, pero no puedes expresarlo con palabras, hay que vivirlo".

Alex fue poco a poco haciéndose hueco en el equipo y en las preferencias de la hinchada: "El cambio es brutal en cuanto a ritmo y fuerza, pero me adapté bien y lo que más valoraban de mí es que tenía ese toque latino con un punto de técnica y también la agresividad propia del fútbol inglés". En el "duro" proceso de adaptación tuvo la ayuda de mucha gente: "Hay que tener en cuenta que fue entonces cuando el fútbol inglés empezó a abrir las puertas a los jugadores extranjeros, pero la gente de Scunthorpe me trató de maravilla". Recuerda especialmente a John Costello y su mujer, Viola, que le ofrecieron ayuda de forma desinteresada: "John me daba clases particulares de inglés, y además me hablaba de la mentalidad de la gente, del club de la ciudad... les estaré agradecido toda la vida".

El Scunthorpe, anclado desde hacía años en la Third División (cuarta categoría en importancia tras la Premier, la First y la Second), vivió en 1998-99 la mejor temporada hasta entonces en su historia y se ganó el derecho a pelear por el ascenso a la Second Division. Wembley era el estadio que acogía el partido definitivo, pero antes el Scunthorpe debía eliminar en una eliminatoria a doble partido al Swansea galés. El equipo de Alex perdió en la ida 1-0, pero remontó en su estadio, Glanford Park. El 1-0 al término de los 90 minutos mandó el encuentro a la prórroga, que fue "una locura", recuerda Alex. Su equipo se adelantó gracias a un gol de Gareth Sheldon, un joven pelirrojo que debutaba aquel día. El Swansea empató y todo parecía perdido, pero de nuevo Sheldon marcó y el Scunthorpe se clasificó para la gran final. El ordiziarra Calvo-García iba a jugar en el mítico Wembley.

Los días previos a la gran final

Una curiosa concentración

Antes de esa cita vivió en sus propias carnes las peculiaridades del fútbol británico. Justo después de eliminar al Swansea, el entrenador decidió hacer una concentración en Dublín. Pero los entrenamientos brillaron por su ausencia. Alex lo recuerda riéndose. "Nos pasamos tres días de borrachera. En Inglaterra era normal sacar una caja de cervezas en el autobús cuando acababa el partido. Fue Arsène Wenger quien empezó a cambiar los hábitos del fútbol inglés, porque entonces beber después de los partidos era normal. El caso es que faltaba semana y media para la final de Wembley y Laws nos llevó a Dublín, donde nos pasamos todo el día bebiendo. Yo pensaba: A unos días del partido de mi vida y estoy bebiendo pintas de Guinness".

Tras una semana de entrenamientos más serios, llegó la víspera de la final, cuando los jugadores y los técnicos del Scunthorpe pusieron rumbo a Londres. Antes incluso de pisar el hotel, el autobús fue a Wembley, donde Brian Laws puso en práctica otro truco para descargar de presión a sus hombres. Él había disputado finales en Wembley como jugador y en la primera de ellas, el impresionante ambiente que se vivía en el estadio le impresionó... y algo más. "Literalmente, me meé encima", reconoció años después. No quiso que a sus jugadores les pasara lo mismo y, cuando paseaban por el césped, puso en la megafonía los gritos de su afición para que supieran qué se iban a encontrar al día siguiente.

"Para un inglés, jugar en Wembley era lo máximo. Es un estadio emblemático, con un aura especial. En mi caso, lo veía como un premio al trabajo, a los momentos de dificultad". Pero Alex no solo jugó en el estadio donde todos querían jugar, sino que fue el gran protagonista de la tarde. "Antes del partido tenía una cosa clara. Llevaba una buena temporada y sentía que iba a tener alguna oportunidad de gol y que no podía fallarla en un sitio así". Dicho y hecho. Mediada la primera mitad, Sheldon, el héroe de la eliminatoria ante el Swansea, centró al pico del área pequeña, Alex entró como una flecha y peinó el balón al segundo palo de manera impecable. El guardameta del Leyton Orient se estiró, pero no alcanzó el balón que supuso el 1-0. "Desde que le doy con la cabeza sé que va dentro", rememora. Luego llegó el sufrimiento, porque el Leyton apretó de lo lindo hasta el final. "Fue el partido más largo de mi vida" Pero el Scunthorpe aguantó el 1-0 y ganó, logrando el ascenso a la Second Division.

El gol que todos recuerdan

Pasa a ser la "legenda"

Desde ese momento, Alex pasó de ser un jugador muy querido a ser directamente un mito para la afición, que le apodó legenda (una mezcla entre el término inglés legend y leyenda). "El supporter inglés es muy leal. Haber conseguido ese gol en un partido tan importante y un lugar tan especial me dio un status de leyenda entre la gente. La verdad es que me daba un poco de vergüenza. La gente me paraba por la calle y me daba las gracias. Yo pensaba: Soy yo quien tengo que darles las gracias porque me están haciendo vivir una experiencia maravillosa. Trataba de devolver ese cariño involucrándome en las actividades del club, atendiendo siempre a las peticiones de autógrafos y fotos...".

Alex echó raíces en Scunthorpe, "una ciudad agradable, con un invierno duro y oscuro, pero con una primavera y un verano preciosos", y tuvo allí dos hijos con su mujer Leire. Pero llegó el momento de decir adiós en 2004. "Cuando estás en el extranjero y tienes hijos debes tomar una decisión. Educarlos allí o volver. Decidimos que queríamos criar a nuestros hijos aquí". El fin de su ciclo en Scunthorpe también supuso su adiós al fútbol: "Tenía una relación profunda con ese club y la gente, pero quería dejar el fútbol en un buen momento y quedarme con ese recuerdo". Con 32 años, vino a vivir a Beasain, pero Scunthorpe, donde suele regresar anualmente, no olvida a la legenda.