- Cada vez que Rafael Nadal pisa la semifinal de Roland Garros, su museo de Manacor hace hueco para albergar una nueva Copa de los Mosqueteros. El argentino Diego Schwartman, que nunca antes había estado entre los cuatro mejores de un Grand Slam tiene hoy el desafío de evitar que eso ocurra por decimotercera vez.

El reto presenta muchos argumentos a favor del español y algunos que alimentan la esperanza del argentino, que hace 19 días firmaba sobre la arcilla de Roma su primera triunfo en diez duelos contra Nadal. "He hecho el mejor partido de mi vida", clamó entonces el bonaerense, que dos semanas más tarde, tras alcanzar la primera semifinal de un grande en París, aseguraba que aquel triunfo le convenció de sus opciones de derrotar a cualquiera.

"Le gané a Rafa en Roma, demostré que puedo ganarle, me lo demostré a mi mismo", aseguraba el Peque tras acceder a cuartos, cuando aseguraba tener una confianza inusitada en sus opciones que le llevaron a derrotar al austríaco Dominic Thiem, reciente ganador del Abierto de Estados Unidos, en un maratón de más de 5 horas.

Los argumentos de Nadal no caben en una crónica, de lo larga que es la historia que el balear ha escrito en la tierra batida francesa. Desde el jugador que llegó hace dos semanas a París, con la derrota de Roma todavía en el recuerdo, queda poco. Por sexta vez en su carrera ha alcanzado la semifinal sin ceder un set y, aunque los rivales no presentan la entidad suficiente para sacar conclusiones, su juego ha ido ganando bastantes enteros.

Nadal, que repite una y otra vez que su objetivo es adaptarse a las circunstancias, parece haber ido domesticando todas, desde el tiempo frío que no ha detenido su progresión, a la rocosa pelota que su brazo consigue convertir en un estilete agresivo.

Aterrizado en Francia sin apenas referentes, con solo tres partidos en sus piernas tras la interrupción pandémica, el español ha ido repitiendo su esquema de ediciones anteriores, ir progresando a medida que avanzaba la competición, con el fin de alcanzar el cenit el próximo domingo.

Tan solo en su duelo ante el italiano Jannik Sinner en cuartos pareció encontrar alguna duda, frente al descaro de un tenista de 19 años que le hizo elevar el nivel. Nadal, que repite una y otra vez que su objetivo es adaptarse a las circunstancias, parece haber ido domesticando todas, desde el tiempo frío que no ha detenido su progresión, a la rocosa pelota que su brazo consigue convertir en un estilete agresivo.