or fin hemos encontrado una explicación gráfica y convincente para los que durante tantos años han preguntado cómo era. Parafraseando a la Real, con sus vídeos que cada vez son más emocionantes por la propia euforia de su parroquia, Atocha era esto. El simple hecho de alcanzar la atmósfera que se generó el pasado sábado en el duelo ante el Mallorcala atmósfera y que permitió a los de Imanol lograr una victoria heroica cuando parecía lejos de su alcance. La gesta de lograr una comunión perfecta entre equipo y afición que hace sentirse capaz de derrotar a cualquiera. Y no le doy más vueltas, porque no se pueden comparar más dos estadios totalmente distintos, con ambientes y de épocas muy diferentes. Además, es que no merece la pena. Lo que vivimos el sábado perdurará para siempre en nuestra memoria, a pesar de no dejar de ser un partido más de Liga contra el Mallorca. Lo que se suele denominar como un día más en la oficina. Es cierto que no todas las jornadas un club como la Real puede encaramarse al liderato en solitario de la Liga cuando ya se ha completado un cuarto de la competición, logro que, por cierto, ya firmó el curso pasado. Y menos aún que celebre un título de Copa 34 años después propulsado, por si algún olvidadizo lo necesitaba, por un gol antológico de Lobete en el último minuto. La vida siempre es mucho mejor cuando gana la Real y si lo hace in extremis, ni les cuento.

Nunca he entendido que se ponga límite a las celebraciones. Y no miro ni señalo a nadie ni a ningún lado. No hay nada más bonito en el fútbol que festejar un gol, un triunfo o el lograr un trofeo, aunque sea el de la galleta. Cualquiera. Cada uno que conmemore lo que quiera y como quiera. Este fin de semana, aparte de las imágenes de la grada de Anoeta tras el tanto de Lobete sin ningún móvil en mano para inmortalizar el momento, con la piña delante de sus jugadores que si no fuesen cívicos y responsables se hubiesen fundido en un abrazo con la Zabaleta al más puro estilo ida de olla de Vinicius, también me impresionó y me hizo mucha gracia un vídeo de la afición de Osasuna celebrando en modo locura total la diana del Chimy que les proporcionó los tres puntos en Vilarreal. Bastantes sopapos nos da la vida como para tener que controlar las emociones que nos concede nuestro equipo y que, desgraciadamente, no sabemos si tendrán fecha de caducidad. El eslogan Carpe diem se mantiene vigente siempre en el fútbol, por lo que merece la pena estirarlo y elevarlo a su máxima expresión.

La Real estaba obligada a brindar la Copa a su hinchada porque nunca sabes si ha pasado ya su esplendor en la hierba y porque lo que consiguió fue muy grande. Que como aquí somos así (o éramos, ya lo dudo viendo la Bombonera vasca), pecamos siempre de normalizar y restarnos mérito. Y al menos yo no pienso hacerlo. Como socio y accionista me siento campeón, y, tal y como llegó, tengo claro que el triunfo vino acompañado de la condición de Para siempre. Muchas veces recuerdo un vuelo procedente precisamente de Mallorca a principios de siglo, cuando tras rozar las mieles del tercer título de la Liga, el equipo realista comenzaba a desprender un inquietante aroma a descenso. En mitad de unas turbulencias y de un viento racheado que ponía de lado el avión y los pelos de punta mientras descendíamos a Loiu, un compañero soltó una premonitoria frase que nunca olvidaré: "Al menos hemos vivido siempre con la Real en Primera". Lástima que no se pudo cumplir (el hecho de no bajar a Segunda, no el estrellarnos) porque pronto se confirmaron los peores augurios. Pero he visto cómo mi equipo ganó dos Ligas (estas no las pude paladear en su día como me hubiese gustado), dos Copas y participó sin laureles dos veces en la Champions League. Insisto, es muchísimo. Eso sí que son Realadas y no las que se inventan ahora los más agoreros y agonías. ¿Qué pensarán entonces todo ese grupo de buenos conjuntos que nunca han ganado nada? En ese sentido soy como Luis Aragonés, que se encendía cuando le preguntaban por la categoría de El Pupas que le asignaron a su Atlético en la época que sucedió a su exitosa generación.

En mi alegato por los abrazos de gol, me gustaría incidir en que hay que celebrar siempre porque a veces no se puede, porque tu equipo no está a la altura, o porque no te dejan. Que se lo pregunten al considerado en la tierra que visita hoy la Real como el mejor jugador de la historia de su país. Muchos no le conocerán, porque nació en 1903 y murió en 1939. Su nombre es Matthias Sindelar. Era conocido como el Mozart del fútbol y fue designado por votación como el deportista austríaco del pasado siglo. Pero no solo fue un genio con el balón. Cuenta la leyenda que tras la anexión de Austria a la Alemania nazi en 1938, Sindelar fue convocado para el denominado como partido final Este duelo, que se celebró el 3 de abril de 1938 (desconocemos si es una señal por la fecha de la Copa de La Cartuja) en el estadio Prater de Viena, de tan buen recuerdo precisamente para el citado Luis Aragonés, fue considerado por los nazis como una especie de bienvenida a su integración en el equipo del Tercer Reich y, pese a que se esperaba que permitiera que Alemania ganara el partido, Austria venció por 2-0 con goles de Karl Sesta y el propio Sindelar. Este último fue más allá y se convirtió en un héroe para sus compatriotas por festejar su diana de forma muy expresiva, bailando de forma burlona frente a la tribuna donde se sentaban los dirigentes nazis (cómo lo disfrutarían en la casa de los Von Trapp de Sonrisas y lágrimas). Un gesto de rebeldía y de desprecio al régimen alemán que, lamentablemente, acabaría costándole la vida al futbolista.

De ahí mi consejo de celebrar las alegrías que te proporciona tu equipo sin límite ni freno. Como si no hubiese un mañana o como si a tus jugadores se les pudiera desaparecer la inspiración de un día para otro. Festejar al estilo Aritz Elustondo cuando llegaba a la montonera que formó Lobete con su gol ante el Mallorca tan contento como perseguía Pedro a Heidi por las montañas suizas. La noche que salí de mi primer día de trabajo me encontré con el beasaindarra enfrente de la redacción y tras saludarle con la mano de lejos me acerqué y le reconocí que hacía tiempo que no me provocaba tanta ilusión un gol como el segundo suyo en Granada que valió tres puntos (mi espalda todavía está pagando mi particular salto del tigre sobre un viejo sofá): "Eso está bien, así me gusta", me contestó entre risas con su habitual naturalidad y espontaneidad. Y, aunque el sábado costó controlar las emociones, el hecho de estar en un palco de prensa muchas veces secuestra mis celebraciones. Por eso mismo, festeja por ti y por mí. Salta, grita, empuja, abraza y llora lo que haga falta. Prepárate y hazlo, porque el gol de la Real ya va a llegar. ¡A por ellos!