A Januzaj solo le faltó el gol y eso que estuvo muy cerca hasta en tres ocasiones. Pero aún y todo, el partido de ayer ante el Mónaco sirve para confirmar esa máxima de que el belga está hecho para partidos grandes y el de ayer lo fue. Vaya que si lo fue. El número once de la Real volvió a ofrecer su mejor versión, saliendo de inicio, mostrándose imparable en el uno para uno, y haciéndole la vida imposible a su par Caio Henrique. Eso sí, el futbolista brasileño impidió el que hubiera podido ser el 2-1, al interponerse en el disparo de Januzaj a falta de diez minutos para el final. Los gestos de desesperación del futbolista de la Real eran ostensibles, sabedor de que ese golpeo llevaba vitola de gol. También estuvo muy cerca con ese cabeza que se le fue por encima del larguero. Lo tenía todo a favor, pero la cabeza no es su fuerte. La tiene más para pensar, o para no hacerlo. Su instinto es la que le lleva a realizar las jugadas por las que marca la diferencia. Que el remate con la testa no es lo suyo lo volvió a demostrar en la última acción peligrosa de la Real. Un centro de Aihen fue rematado por el belga con su hombro en vez de con la cabeza. El balón llegó muy dócilmente a las manos de Nübel.

Januzaj firmó uno esos partidos para enmarcar. Uno de esos encuentros por los que los aficionados se echan las manos a la cabeza, dando las gracias al cielo porque la Real pueda contar con un futbolista diferente, pero también haciéndose cruces de por qué no jugará siempre así. Lo cierto es que si Januzaj jugara siempre como lo hizo ayer seguramente no estaría defendiendo la zamarra txuri-urdin. Es lo que tienen los genios. Y Januzaj si no lo es, está muy cerca de serlo. Tiene un don y solo lo utiliza en contadas ocasiones. Ayer era el día. Él lo sabía. Era consciente de que su equipo necesitaba su mejor versión ante la falta de un sinfín de futbolistas llamados a marcar la diferencia. Ayer lo hizo el belga. Solo le faltó el gol, pero él fue uno de los artífices de que Anoeta siguiera creyendo hasta el final. Esperaban un último chispazo, una última dosis de esa magia, pero ésta finalmente no llegó. De hecho acabó derrengado. Mikel Oyarzabal se recorrió más de medio campo para, primero, interesarse por su estado tras recibir una dura entrada. Al ver que no tenía nada, le apremió para que se pusiera de pie. Quedaban seis minutos para el final y el capitán sí creía en que iba a llegar el segundo gol. No llegó.

Para el minuto 11 Januzaj ya había avisado que era su día. Un disparo suyo con la izquierda, tras una buena asistencia de Oyarzabal, se marchó muy cerca del larguero de la portería de Nübel. Janu no se lo creía. Miraba al cielo como diciendo: La que he fallado. Al filo del descanso también la tuvo con la izquierda, rematando cayéndose. El rechace del defensor le cayó a Merino, que lo intentó de chilena, sin mucha suerte, y encima haciéndose daño. Ya en la segunda mitad, comenzó desde muy pronto a marcar la diferencia Januzaj, siendo el ejecutor del saque de esquina que terminó con el gol de Mikel Merino. El navarro se elevó por encima de todo para colocar el balón lejos del alcance del Mónaco. Anoeta seguía creyendo en la remontada. Otra contra muy bien llevada por el internacional belga acabó en Portu que disparó muy centrado. Tres minutos más tarde, en el 66, llegó la acción que terminó con el cabezazo arriba de Januzaj tras un centro perfecto de Mikel Oyarzabal. Luego la acción en la que se interpuso Caio Henrique y la final, en el 88’, el remate con el hombre que acabó con el balón en las manos de Nübel.

No hubo tiempo para más. Partido grande en Anoeta, de esos que se recordarán. Januzaj no se lo quiso perder, nunca mejor dicho, ofreciendo su mejor versión. Lo dicho. El belga está hecho para partidos grandes.