Tadej Pogacar madrugó de buena mañana con sonidos de rap. Su música preferida. Le anima. Le acelera los pies. Con ese sonido, el esloveno visualizó la brutal subida a Santa María del Yermo, a su ermita. Feligrés. Allí donde el cielo tiene una sucursal, el joven esloveno encontró la gloria en el infierno de Santa Lucía. Pogacar es un incendio. Una antorcha. Así quemó cuatro segundos a Primoz Roglic. El joven esloveno ha restado 8 segundos al líder en las dos últimas jornadas. Es el premio a su valentía. A su ciclismo de rompe y rasga. Pero también a sus ganas de aprender. Pogacar sabía que la victoria había que arrancarla del averno. Ese mismo método empleó Roglic, que también se despertó antes para reconocer una subida que midió el material de que están hechos los eslovenos.

Son dos campeones de cuerpo entero. De punta a punta. Su debate, que viene enconado desde el Tour de Francia, se reprodujo entre rampas imposibles, un festín para los sentidos para la Itzulia. En ese escenario para ascetas y sufrientes, Pogacar y Roglic se retaron en cada pulgada de una ascensión bronca y durísima que deja la Itzulia cerrada en el ring de los eslovenos. En Ermualde, Pogcar arañó a Roglic en una Itzulia anudada por la bandera eslovena. Detrás de los dos fantásticos, Landa, Valverde y Yates agasajaron la cumbre en un final apoteósico, enorme, escultural. Romería entre las paredes de Santa Lucía.

Roger Adriá, Mikkel Honoré, Larry Warbasse, Dani Navarro, Oier Lazkano y Gotzon Martín se vistieron de contrabandistas para cruzar la frontera del sufrimiento. Portaban los sacos de la ilusión como despensa de la aventura. Con ese nutriente llegaron a los 7 minutos de ventaja en un día de viento del norte y sol de primavera. La tempestad esperaba en Santa María del Yermo, una ermita colgada del cielo, incrustada en la línea defensiva del Cinturón de Hierro. No habría paz para los malditos en un puerto de agonía, salvajismo y brutalidad. Tampoco para los fugados, crucificados antes de Malkuartu. Oier Lazkano, rebelde, fue el último en entregarse en los paisajes que fotografían la infancia de Gotzon Martín. Encaramarse a la terraza de Laudio exige el pago del sacrificio, una experiencia rayana al misticismo.

Una senda hacia el dolor y la redención en un puerto vigilado por tres cruces de piedra. Un calvario en el que desfigurarse. A Santa Lucía se sube intentando no desintegrarse en sus tres kilómetros, con un desnivel medio del 15,6%, siete herraduras y rampas que alcanzan el 23% en su tramo central, el escenario de un crimen. Una ascensión que resta vida y suma arrugas. Al pórtico del puerto, camuflado por el bosque, accedió el grupo de elegidos por carreteras añejas, donde prevalece el olvido y la memoria después de apurar Malkuartu, donde se produjo en el ensayo general del asalto a la gran cumbre. Ineos pensaba en Adam Yates y el Israel en Michael Woods, el escalador que se emocionó en Oiz y se encorajinó en Gaubea. Los fogoneros de los equipos de los favoritos tejieron la aproximación a Malkuartu, el aperitivo a Emualde. El rodillo de calentamiento. El Israel decidió pastorear el ascenso, que recordaba la huelga de Tubacex. Lucha obrera en las pintadas. Los pinos sombreaban el esfuerzo, cobijados los rostros de los favoritos, arremolinados, hombreando, la trasluz. Mollema perdió lumbre.

En el descenso, se erizó Mikel Landa, que perdió la trazada en la primera curva, pero pudo retificar. En el ciclismo moderno, las bajadas son un campo de minas. Aliviado el susto, Landa se embolsó en en la panza del grupo. Fraile trazó el resto del descenso. Engordó el grupo. Atravesado el callejero de Laudio, un nervioso ramal, un giro a la derecha embocó hacia el infierno por un hilo de asfalto. Solo existe un modo de escapar; seguir adelante. Woods no pudo. Se estrelló con Kelderman. Carapaz e Higuita abrieron hueco. Un pellizco antes de una huida hacia las profundidades del alma, hacia los rescoldos del tuétano. La ascensión a Ermualde engaña en el comienzo. El biombo de la naturaleza se encarga del truco. Ojos que no ven. Los árboles impiden hacer un retrato robot. Célula durmiente.

Por eso madrugó Roglic. El líder examinó la ascensión antes de comenzar la etapa. Se desayunó el futuro. No quería subir a tientas en un puerto que ciega por el esfuerzo. Solo Pogacar, su némesis, vio antes la meta. También examinó la montaña. "Si no, no hubiera ganado", ha dicho Pogacar. Él y el líder llegaron emparejados, a un palmo el uno del otro, pero el joven esloveno le adelantó lo suficiente para rascar otros cuatro segundos de bonificación en su vis a vis. Roglic manda en la Itzulia con Pogacar en el cogote. Apenas les separan 20 segundos. Es su Tour. Su Itzulia. Vidas cruzadas. Detrás de ellos, Landa, estupendo, Yates, sólido, y Valverde, incombustible, accedieron al templo, un altar para el sacrificio.

Pogacar no espera

Alcanzarlo fue un plegaria. Una herradura lanzó un puñetazo en un lugar en el que no existen señales que indique el porcentaje de la pendiente. Juega con los ciclistas. ¡Danzad malditos! El puerto tachona las piernas. Achata la nariz. Boxeadores que encajan. Las bicis de carbono son de plomo. Arrodilla a los infieles. El punto de fuga es un muro. En ese tramo, se gatea. Pocagar no entiende el ciclismo sin izar su orgullo, su estatura de campeón. No balbuceó. Tampoco pestañeó. Desenfundó su ira. No esperó. Roglic se activó de inmediato en cuanto observó el baile Pogacar, un rock&roll. De repente era julio. Se cruzaron las miradas. Enemigos íntimos. Landa y Adam Yates observan de cerca el duelo a quemarropa entre Roglic y Pogcar.

Dos rampas tremendas que fluctúan entre el 22 y el 23% serenaron la subida, a cámara lenta. Pedaleo en suspense. Un fundido a negro en un día luminoso con el cielo empapelado de azul. Pogacar, revoltoso, joven e intrépido volvió a cargar. Roglic no le concedió ni una pulgada en curvas que se enroscaban sobre sí mismas. Las rampas zarandeaban los organismos, ciclistas convertidos en un amasijo de escombros. Herrumbre. Aliviado el jadeo por un instante, Landa, Valverde y Yates irrumpieron en la habitación sin vistas en la que discutían los eslovenos por el trono de la Itzulia. Las tres cruces del calvario invocaron el acelerón de Roglic. Valverde trató de enlazar con el líder, pero se asfixió. Pogacar, que es la mitad de joven que Valverde, soportó el fogonozo de Roglic. En el esprint, el joven esloveno pudo con el líder. Pogacar amenaza a Roglic.