El mar está revuelto y hay mucha ola en Zarautz. El día no invita a hacer surf. Más bien a ponerse a cubierto y tomar un café o un poleo menta. Y a charlar. Ibon Oregi nació en Markina hace 45 años, pero reside desde hace cuatro en el municipio costero guipuzcoano. Mide alrededor de 1,90 y tiene una planta de deportista espectacular. Ha hecho el Ironman de Hawaii y la Zegama-Aizkorri, por ejemplo, pero es más conocido por el terrible accidente que sufrió hace dos años. Un coche les arrolló a él y a un amigo, Jokin, mientras corrían en el tramo entre Zumaia y Getaria. Ibon se llevó la peor parte. Sobrevivió al fortísimo impacto, pero perdió una pierna. Durante mucho tiempo se debatió entre la “rabia” de haber sufrido este infortunio y el “agradecimiento” a seguir vivo, poder contarlo y continuar disfrutando de la vida, un debate mental que sigue teniendo en ocasiones.

En tierra, Ibon maneja estas olas emocionales. En el mar, las surfea. El surf ha sido su principal vía de escape. “Lo retomé como terapia”, dice. Este año se ha proclamado campeón de España de surf adaptado y ahora va a disputar el Mundial en California. Hace surf de rodillas. “Ya hacía surf antes del accidente. Ir de rodillas no es lo mismo que ir de pie”, admite, pero es lo que más le acerca a “ser el Ibon de antes”. Libre. Le hace olvidarse de la prótesis con la que se tiene que manejar en el día a día. Ibon se toma su tiempo para hablar de los dos últimos años de su vida. Viste pantalón largo y sudadera. Estilo surfero. Pero emocionalmente se desnuda.

“Al principio lo pasé muy mal. Me metí en un agujero”. No le importa admitirlo: “Fue un shock. Llegas a casa y es muy duro, tienes dificultades para moverte. Tienes dolor. El miembro fantasma me ha dado una guerra increíble. Es algo de no creer. Piensas que lo tienes. Ahora va bajando esa sensación, pero a veces notaba unos calambres fortísimos en la parte de la pierna que no tengo, como un cuchillazo en el gemelo. Me despertaba de noche con dolor. Cuando veía un accidente o estaba muy cansado, saltaba ese dolor como un resorte”.

“En casa era difícil”, continúa diciendo. Ibon está casado y tiene tres hijos de 17, 14 y 11 años. “No puedes hacer todo lo que quieres y te frustras, te pones nervioso. Al poco del accidente nevó, mis chavales se fueron al monte, yo no podía y estuve llorando. He llorado mucho. Estaba hundido”, cuenta: “He tenido muchas sesiones con la psicóloga, algunas íbamos mi mujer, Nerea, y yo, y hemos mejorado. Aprendí mucho. No puedo pasear como antes, o ir al monte, y esas cosas me joden”.

Sentimiento de “rabia”

El proceso de aceptación no ha sido sencillo. De hecho, continúa: “La verdad es que siento rabia. Mi sentimiento cuando pienso en el accidente es de rabia. ¿Por qué a mí? ¿Por qué no estaba un metro por delante? ¿Por qué me tiene que cambiar la vida cuando estaba en mi mejor momento? Dos días antes, me acuerdo perfectamente de que estaba en la terraza de casa con mi mujer. Los chavales en la playa, y nosotros tomando un café. Estamos de puta madre, le dije. Y dos días después… Pero dentro de esa rabia, te sientes afortunado porque podía haber sido mucho peor. Con lo que tardaron las emergencias en llegar (alrededor de 45 minutos), lo normal sería estar peor. Es increíble el aguante del cuerpo. Si me pilla un poco peor, me mata. Igual me ayudó estar bien físicamente. Todavía se me pone la piel de gallina al hablar de todo esto”.

La resolución de todo el proceso judicial le quita el sueño: “Hace tres meses que presentamos la propuesta y tienen que responder si aceptan la cantidad de la indemnización o si hacen una contraoferta. Llevamos con este tema más de dos años. El informe dice que mi calidad de vida ha empeorado moderadamente. Podría ser gravemente, pero han considerado que es moderado. Todo esto de los abogados y los seguros es un mundo que no controlo y me quita energía. No quiero ni pensar cómo me sentiría si yo hubiera tenido la culpa del accidente. Tengo cero sensación de culpabilidad y eso me deja tranquilo, pero quiero cerrar esa puerta, cerrar el accidente de una vez. Necesito estar en paz. Por desgracia, es algo que se mide en dinero, cuando perder una pierna no se paga con dinero. Sé que no puedo admitir cualquier cosa”.

Estudia para ser masajista

Inevitablemente, su vida ha cambiado. Ya no es profesor de Educación Física. “Era profesor en un centro público en Zumaia y me quitaron la plaza. Entiendo que no puedo seguir siendo profesor de gimnasia. Voy cogiendo habilidades con la pierna ortopédica, pero me cuesta subir escaleras, llevar el material me desequilibra y nos movíamos mucho al campo de fútbol, al monte o a la playa. Sé que esto no puedo hacerlo. Si fuera profesor de Matemáticas, podría seguir dando clase igual, pero de lo mío no. Desde Educación no sabían ni qué decirme. Me dijeron que no lo veían claro, me dieron el finiquito y una incapacidad. Cobro el 55% de mi sueldo. Lo entiendo, pero lo que me jode es que no ha habido voluntad. Podría estar en otro puesto. Puedo estar en la biblioteca del cole, ayudar a otros profesores, hacer tecnificación deportiva… Te hacen sentir que no eres válido, y la cabeza da vueltas. Para mí ha sido duro eso”.

A Ibon le ha costado “salir del bucle” de los pensamientos negativos. “También trabajo con una psiquiatra. Estoy un poco harto del tratamiento y de las pastillas, pero lo necesito. El accidente ha pasado y ya está. No puedo pensar en negativo. Tengo la invalidez y cobro el 55% de lo que cobraba antes. Vale. Me planteé: ¿y ahora qué hago?”. Reconoce que tiene que sentir su cabeza “ocupada”. Está estudiando “para ser masajista”, explica: “No sé si me dedicaré a eso. Yo estudié IVEF y siempre me interesó el tema de ser masajista. Ahora tengo más tiempo y quiero abrirme esa puerta. Quiero reciclarme, sentirme útil de nuevo. Estudio un par de días a la semana y hago prácticas. Voy a estudiar este año para ser quiromasajista y masaje deportivo sería otro año de estudio. A partir de ahí, cada uno va formándose”. Es consciente de que tiene limitaciones para dedicarse a ser masajista: “La cintura se me carga mucho y me duele. No puedo estar ocho horas de pie. Veré cuánto puedo trabajar de fisioterapeuta. Es una opción”.

El deporte ha sido “fundamental” en la vida de Ibon. El día que sufrió el accidente estaba preparando un Ironman. “Todos los días hago rehabilitación y deporte”. Ha probado a volver a correr “con una pierna ortopédica especial, de correr”: “Al principio hacía series de andar y correr, un trote de seis o siete minutos el kilómetro. Me provocaba muchos dolores de cintura. Pensé que igual era un tema de biomecánica o que los músculos no están hechos todavía al esfuerzo. Me puse terco y salí a correr trece días seguidos, pero tenía mucho dolor. Tengo la pierna de correr abandonada”. Con la bicicleta se maneja mejor. “Tengo una bici con motor. Antes tenía una cabra y me propusieron cambiarla por una de motor. Algunos días salgo a andar con motor y otros sin motor. Cuando voy con mis amigos voy con motor. Si no, no les puedo seguir. Voy un rato con ellos, echo el café y me vuelvo. Pero al final no es lo mismo. Echo en falta esa zancada a la hora de correr, exprimirte, que te duelan las patas. Eso no lo tengo con la bici porque no me puedo levantar, tengo que ir todo el rato sentado”.

“Libertad” en el mar

Es en el agua donde este vizcaino ha encontrado esa añorada sensación de “ser el Ibon de antes”. Cuenta que ha hecho surf toda su vida y que ha resultado clave en su recuperación tanto física como mental: “Una de las razones de venir con la familia a vivir a Zarautz fue porque tiene mar. Nos encanta. Necesito el surf y después del accidente lo retomé más como terapia que como otra cosa. Empecé con el corchipan (tabla blanda) de uno de mis hijos, tumbado y sin prótesis, pero con las corrientes de agua me desequilibraba mucho. Cogí una tabla más pequeña, un buggy con quillas, pero en un mes me la cargué. Un chaval de Zarautz que surfea de rodillas me dijo que probara, que él me dejaba unas tablas. Empecé gracias a él. Los primeros días me llevé bastantes golpes, pero iba todos los días y fui cogiendo estabilidad. La progresión ha sido increíble. Fui al Campeonato de España con mi amigo Iñaki Bikandi y con Jon Artola, otro chico de Zarautz que me ha ayudado un montón desde que estaba en el hospital, y gané”.

Ibon explica sus sensaciones en el agua, que van más allá de hacer deporte un rato: “Me hace sentir vivo, ilusionado. Hago surf sin prótesis. Al final, la prótesis no es parte de mí. Me falta mi pierna. La prótesis es algo de cinco kilos que tengo en la pierna. No la siento mía. La necesito para andar, pero en casa muchas veces me la quito. En el mar me siento libre porque el surf me permite quitarme la prótesis. Hago de rodillas y las sensaciones no son las mismas que de pie, pero son bonitas también. Coges una ola y disfrutas. Y lo puedo compartir con mis amigos. El psicólogo a veces me pregunta: ¿Te sientes como el Ibon de antes o como el de ahora, que le falta una pierna? En el agua me siento un poco el antiguo Ibon. Me comparo con otros discapacitados y sé que estoy de puta madre, pero el día a día te pone en tu sitio y ves tus limitaciones. Con ese dilema de asumir que soy el Ibon de ahora tengo una pelea importante”.

La pelea -mental y física- de Ibon es diaria: “La gente te mira por la calle, te sientes observado. Hace poco estábamos organizando un triatlón aquí, me tropecé y me caí. Tierra trágame, pensé. Esas situaciones me joden, porque me veo un poco torpe con la pierna ortopédica. Sale esa impotencia que tienes dentro. Por ejemplo, cuando entro en el agua a hacer surf intento que sea con marea media o alta, porque con marea baja tengo que recorrer un tramo largo con la tabla y a la pata coja. Igual tengo que hacer cinco descansos. Con muletas y tabla no puedo ir. Siempre hay alguien que te ayuda, pero yo quiero ser autosuficiente. Esas situaciones son las que te hacen volver a la realidad”.

Participar en el Mundial es un premio para él. Va sin ninguna expectativa de resultado más allá de “disfrutar” de la experiencia, tal y como comenta a este periódico un par de días antes de coger el avión rumbo a California. Eso sí, su vena competitiva no la ha perdido: “Participé en un evento en Zarautz. Había un montó de conocidos y amigos viéndome y animándome. Fue una pasada. A falta de dos minutos iba ganando, pero un francés cogió una ola y me ganó. Pues me entró un bajón tremendo. Me costó darle la vuelta y todo. Quería ganar para agradecerle a esa gente sus ánimos. Estas cosas me motivan”.

Aparretan bizi

La experiencia de competir en California “con gente amputada, otros temas de movilidad, surfistas con ELA o invidentes” es algo que se traerá y enriquecerá uno de los principales proyectos de futuro que tiene entre manos: Aparretan bizi, que se podría traducir como vivir en la cresta de la ola. Ibon quiere poner al servicio de los demás, especialmente los niños y niñas, todo lo que le ha sucedido en los dos últimos años. “No quiero crear una escuela de surf, sino llevar mi experiencia a los colegios y a las familias. Echo en falta el contacto con los chavales. Conmigo son agradables y quieren saber qué me ha pasado en la pierna. Yo les puedo enseñar lo que estoy viviendo, lo que supone tener gente distinta alrededor, con limitaciones de cualquier tipo. Se pueden hacer talleres con este tema, aprender el respeto entre todos. Y guiar a los padres, que igual no encuentran un deporte interesante para sus hijos. El chaval de un amigo mío que tiene problemas de movilidad probó a meterse en el agua tumbado y flipó. Tienes que ver a esos niños cómo se lo pasan en el agua. Salen de hacer surf como héroes”.

El nombre de Aparretan bizi surgió, cómo no, en el agua: “Estaba dándole vueltas al proyecto. Era un día con pocas olas, tranquilo, y de repente empezaron a entrar olas. Un poco como la vida, que a veces tienes olas buenas y otras no. Dijimos: “Aparretan gaude”. Estábamos disfrutando. En lo más alto”. Y ahí quiere seguir: “El año que viene quiero participar en el circuito mundial de surf adaptado, aunque para eso necesito patrocinios o trabajar. Sigo teniendo altibajos, pero voy mejorando. Igual cuando se solucione todo el juicio puedo cerrar de una vez la puerta del accidente y ahí seré ya el nuevo Ibon, sin estar pendiente de eso. Se acabó y ya está. Necesito estar en paz. Iré cogiendo más habilidad con la pierna y de cabeza iré gestionando todo mejor”.