Jordania es la Cenicienta del Mundial y tirando de su carroza se encuentra un jugador nacido en Pennsilvania (Estados Unidos). Combinar dos hechos tan poco habituales es un accidente del baloncesto y del deporte, un cúmulo de guiños del destino. La presencia del país que ejerce de parapeto en el conflictivo Oriente Medio es en sí misma un acontecimiento. Ninguna selección de Jordania de ningún deporte había logrado antes acceder a tan alto nivel competitivo. Y, evidentemente, pensar en que un estadounidense caiga por allí resulta aún más complicado. Rasheim Wright es, realmente, un jordano accidental, pero estuvo cerca de firmar la gran sorpresa del Mundial. El último tiro suyo no entró y Jordania cayó por la mínima ante Australia en el partido inaugural.

Lo más curioso es que este base de 29 años y 1,94 metros que ha jugado al baloncesto en México, Argentina, Turquía y Bosnia, llegó a su actual destino a través del vecino Líbano. "En 2007, estaba sin equipo y me llegó una oferta para jugar en Jordania", explica sobre el inicio de su aventura. Con el Sagesse de Beirut, jugó un torneo en Dubai donde llamó la atención de Mario Palma, el veterano técnico portugués que lleva la selección de Jordania y le ofreció entrar en la misma.

Pero conseguir la nacionalidad fue otro proceso aún más complicado para un jugador que en su etapa universitaria combinó el fútbol americano y el baloncesto, dos deportes con nula tradición en Jordania. Al fin, entre las reticencias populares y no pocas trabas, consiguió los documentos como ciudadano jordano y firmó con el Zain Sports de la capital Amman -donde militan la mayoría de los internacionales- con unas condiciones leoninas: el compromiso adquirido le impide salir del país para jugar como profesional a menos que la oferta supere el límite establecido en el contrato.

Wright, con Ali Abdul entre su nombre y su apellido originarios, es casi un esclavo del baloncesto, aunque él no le da importancia. "Puedo hacer lo que me gusta y ayudar a que Jordania crezca en el baloncesto mundial", afirma. También tiene asumido que tendrá difícil cumplir su sueño de jugar en la NBA, con la que flirteó hace unos años, pero a su manera ha contribuido al sueño de un baloncesto en mantillas, con su Federación suspendida por el Comité Olímpico y, por tanto, sin una Liga en la que rodar a los jugadores. Estar en el Mundial es un milagro que se manifestó en el pasado Campeonato de Asia cuando Jordania derrotó al Líbano en el partido por el tercer y cuarto puesto y logró la plaza mundialista del continente junto a Irán y China. "Todos sabíamos lo que nos jugábamos y rendimos por encima de nuestras posibilidades para hacer realidad el sueño de todo un país", recuerda Wright que aquel día firmó 28 puntos, 5 rebotes y 5 asistencias.

una lección de profesionalidad

Difícil adaptación

Una lección de profesionalidad porque su adaptación a Jordania está siendo dura pese a llevar ya tres años en el país. "Hay muchas cosas con las que me siento incómodo. Prefiero el Líbano que es más como Europa, más abierto. En Jordania hay sitios bonitos como Petra o el Mar Negro, pero su sociedad es muy cerrada", explica. Rasheim espera que ahora que su primo Akeem ha firmado por un equipo jordano las cosas le puedan ser más fáciles.

En el Mundial el futuro es oscuro para la selección hachemita. Pero Rasheim Wright no cejará en su empeño de destacar porque "este campeonato puede ser un impulso o una tumba para mi carrera. Quiero demostrar que puedo jugar al baloncesto a un alto nivel". Y lo quiere hacer sin ser egoísta ni acaparar el juego como se esperaría de un jugador de su procedencia en un territorio extraño. Porque si hubiera sido egoísta, no estaría en Jordania.