Queda demostrado que si bien los recorridos ayudan al desarrollo de la carreras, son los ciclistas los que hacen que el ciclismo sea emocionante con su actitud. El Tour es la demostración de que no hay que inventar nada y que se trata, simplemente, de proponer un buen planteamiento y que sean los corredores los que den validez al mismo.
La etapa estaba bien diseñada, con espíritu de clásica y varias cotas que generaban un escenario propicio para que la carrera fuera buena. En cualquier caso, eran repechos que se pueden subir rápido, pero no un terreno para que todo se rompa salvo que los ciclistas con su actitud atacante lo busquen. Eso es lo que ha ocurrido y de eso hemos disfrutado. De nuevo se demuestra que a la carrera francesa llegan los mejores en su mejor estado de forma. Eso implica que luego se vaya a tope y que muchos quieran mostrarse dada la trascendencia de una competición que todo lo multiplica por mil. En esa lógica, me está gustando el planteamiento del Visma, que sigue con las ideas claras y decidido a que el Tour sea rápido, sin respiro, y ver luego qué pasa en la tercera semana.
Creo que consideran que llevando al límite a Pogacar día a día es la opción para poder batirle a medida que la fatiga haga presencia en su organismo. En ese aspecto, me gusta el planteamiento porque es valiente. El Visma no está a expensas de lo que propongan los otros y eso demuestra personalidad.
Están jugando a ganar. Vingegaard se ha mostrado de nuevo y aunque no era una etapa ideal para él, ha logrado presionar al esloveno, que va muy fácil. Solo Van der Poel, en un final ideal para él, ha podido con él en un esprint que llevaba su nombre. El neerlandés era el máximo favorito en un final de este tipo, más si cabe cuando su compañero Philipsen se había quedado en los muros. Van der Poel tenía vía libre y ha impuesto su fuerza y su potencia en una carrera que, de momento, se está corriendo muy rápido y que, seguro, pasará factura antes o después.
El autor es director deportivo del Grupo Eulen-Nuuk.