"nos vemos pronto porque, por mucho que nos duela, la vida no acaba aquí". Andrés Escobar (Medellín, 13-III-1967) no podía imaginar que esta frase, habitual cuando las derrotas se cargan objetivos y sueños, iba a ser para él una cruel premonición. Al zaguero colombiano la vida se le acabó diez días después, cuando fue asesinado delante de numerosas personas a la puerta del club nocturno El Indio de su ciudad natal. La excusa que dio a Humberto Muñoz Castro, su ejecutor a quemarropa, fue marcarse un gol en propia puerta en el minuto 34 del segundo partido del Mundial de 1994 ante Estados Unidos (22 de julio de 1994) que condujo a la eliminación a una selección que albergaba esperanzas de hacer algo importante.
Escobar era un referente de aquel equipo que dirigía Pacho Maturana y que contaba con Valderrama, Asprilla, Rincón o Valencia. El zurdo central de Medellín destacaba por sus buenas maneras en el centro de la zaga, pero sobre todo por su calidad humana, por una personalidad que hacía imposible pensar en que alguien pudiera tenerle en su punto de mira. "Dentro y fuera de la cancha su imagen se proyectaba con personalidad, tenía don de gentes, era un señor", recuerda Maturana.
Al final, se confirmaron las amenazas que pasaban sobre algunos integrantes de aquella selección y fue un maldito gol la sentencia de muerte del elegante defensa en unos años en que su país vivía en un estado de violencia permanente. Se dijo que el asesino de Escobar tenía relación con los paramilitares y la mafia del narcotráfico y, aunque no pudo ser probado en el juicio, que aquella derrota de Colombia había hecho perder mucho dinero en apuestas ilegales.
Muñoz Castro fue condenado a 43 años de cárcel, pero en once ya estaba en la calle de nuevo, una decisión que puso en evidencia la endeblez del sistema judicial de Colombia y fue muy criticada por los medios de comunicación y los aficionados que, en número de 120.000, acudieron a su funeral y que 16 años después de su muerte aún siguen recordando a Andrés Escobar que, por nacer en una familia de clase media-alta y gracias al fútbol, evitó caer en las garras de una de las ciudades más violentas del mundo y que ya antes de su muerte se había implicado en actividades a favor de la infancia de Medellín con la creación de una escuela de fútbol que lleva su nombre y otras iniciativas humanitarias.
Por eso, creó polémica este mismo año el documental Los dos Escobar, de producción estadounidense y emitido por la ESPN, que trataba de relacionar la vida del futbolista y la de Pablo Escobar, el capo del cartel de Medellín. Los familiares de Andrés Escobar rechazaron la emisión del documental y afirmaron que muchos de los pasajes históricos de la vida del deportista no correspondían a la realidad porque Andrés fue "un profesional del fútbol, ejemplo de laboriosidad, rectitud y honorabilidad".
Algún maleficio pendió sobre el Mundial de EE.UU. porque Andrés Escobar no fue el único futbolista que participó en esta cita que murió después en circunstancias trágicas cuando aún estaba en activo. El boliviano Ramiro Castillo se suicidó en 1997; Hernán Gaviria, compañero de Escobar, cayó fulminado por un rayo en 2002; y el camerunés Marc-Vivien Foé falleció durante un partido, casualmente, contra Colombia de la Copa Confederaciones de 2003. Pero Escobar fue víctima de la sinrazón. "Los jugadores son dioses en el éxito, pero pueden ser malditos en el fracaso. Y quizás su muerte tuvo que ver con el imperdonable delito de fracasar", escribió Eduardo Galeano.