"Arrakaletan ere loreak sortzen dira". En las hendiduras, en las grietas, en el espacio entre nosotros, en la distancia física, también nacen flores. Esta es la idea con la que la actriz Miren Gaztañaga cerró ayer la gala de inauguración del 68º Zinemaldia; la edición que todo el mundo recordará por ser aquella que consiguió celebrarse a pesar del COVID-19. Fue la idea con la que se clausuró la ceremonia, pero también fue con la que se abrió y la que se mantendrá en las próximas tres galas.

La autoría, este año, era indiscutible. La mano del escritor Harkaitz Cano y la del bailarín coreógrafo Jon Maya se percibió desde el minuto uno: Gaztañaga irrumpió por uno de los laterales que dan acceso al patio de butacas del auditorio Kursaal interpretando Where have all flowers gone?, de Peter Seeger, tanto en inglés como en euskera y pasando de unos ritmos más calmados a puro rock. No en vano, fue Cano quien tradujo este himno al euskera para Lou Topet. Loreak non dira? fue la canción que sirvió de hilo conductor de una ceremonia en la que además de la citada intérprete vasca, también la cantó la actriz Inma Cuevasen. Junto a estas dos, Cayetana Guillén Cuervo y Eneko Sagardoy actuaron de presentadores.

El sello de Maya, por su parte, se percibió en la presencia de bailarines de Kukai sobre el escenario, entre segmento y segmento de la gala, bailando vistosas coreografías que incluyeron hasta bicicletas y triciclos. La música corrió a cargo de un quintento dirigido por Luis María Moreno Urretabizkaya, Pirata, y en la fusión entre disciplinas, destacaron melodías de jazz de Nueva Orleans mezcladas con ezpatadantza. El propio Maya salió al escenario para bailar en honor al fallecido José María Riba, figura clave en la historia del Zinemaldia desde 1980.

"EL CINE JAMÁS MORIRÁ"

El Zinemaldia apostó por un comienzo enérgico, para cargar pilas y animar a toda esa gente que lo está pasando mal. "La pandemia ha golpeado hogares y personas", recordó el director del Zinemaldia, José Luis Rebordinos y, por eso, agradeció "la fidelidad" del público que siguió la gala por la televisión o por Internet. "La vida acaba abriéndose camino ante la adversidad, como las flores", aseguró Guillén Cuervo. Y también como el cine.

El Festival de Donostia subrayó la importancia de esta disciplina para la sociedad, un arte que "no puede permanecer indiferente", porque "vivir rodando es vivir siendo consciente". En este sentido, Rebordinos hizo mención al impacto que ha tenido el COVID-19 en la industria. "Es el momento de volver al cine" fue su receta.

Se trata de un compromiso -el de exhibir en salas- que los principales certámenes europeos suscribieron hace unas semanas en el Festival de Venecia. Aunque el director del Zinemaldia quiso añadir un matiz: "Un festival de cine es más que las películas que se proyectan, es un lugar en que se crea una comunidad de personas que intercambian experiencias. El mejor lugar para ello sigue siendo una sala de cine".

Uno de los festivales que no se ha podido celebrar este año ha sido el de Cannes. Su máximo responsable, Thierry Fremaux, buen amigo del Zinemaldia, agradeció a la organización que 17 títulos que se seleccionaron para su fallido encuentro vayan a poder tener salida en Donostia. "El cine nunca morirá", sentenció.

En la recta final, a través de un vídeo desde Central Park, Woody Allen agradeció al público su presencia en el estreno mundial de Rifkin's Festival, película inaugural de esta edición y que rodó el año pasado en Gipuzkoa. No obstante, la organización, no con poca ironía, proyectó un vídeo en el que se muestran escenas de la periferia donostiarra, fuera de ese marco incomparable que ha retratado el neoyorquino, al ritmo de No pienso bajar al Centro, canción del músico donostiarra Rafael Berrio, fallecido el pasado mes de abril.