La Euskadiko Orkestra y el Orfeón Donostiarra se enfrentarán este viernes a un Beethoven especialmente exigente, sobre todo, en lo que se refiere al aspecto coral que apenas tendrá tiempo para descansar. Ambos conjuntos actuarán en el Kursaal, dentro de la Quincena Musical, e interpretarán la Missa Solemnis del músico alemán, compuesta al final de su vida –entre 1819 y 1823– en paralelo a la Novena sinfonía y cuando su avanzada sordera le llevó a recluirse más que nunca en la música. “La escribió estando muy cabreado con la vida”, ha asegurado el director del Orfeón, José Antonio Sainz Alfaro, que junto al director de la Quincena, Patrick Alfaya, el batuta Jérémie Rhorer, la mezzosoprano Victoria Karkacheva y el bajo Hanno Müller-Brachmann ha presentado el recital este jueves en una rueda de prensa. El concierto coincidirá con el 25 aniversario del primer concierto que acogió el Kursaal y que, precisamente, protagonizó la Euskadiko Orkestra.

De hecho, ha pasado casi el mismo tiempo desde la última vez que se interpretó la Missa Solemnis en la Quincena: fue en el año 2003. “Es una obra muy difícil de montar”, ha reconocido Alfaya, pero el festival quiso hacerla debido a que se han cumplido 200 años desde su estreno en San Petersburgo.

A este respecto, Sainz Alfaro ha querido ir más allá: “No se hace mucho porque no hay quien la cante”. En este sentido, precisó que en el aspecto coral son necesarios un centenar de cantantes y, además, ha explicado que como la orquesta tocará con instrumentos actuales, y no del siglo XIX y por lo tanto con una tonalidad más baja, “el acceso” a la música resulta más complicado para los coristas.

Esta Missa comienza con el Kyrie, de un corte más “clásico” y asequibles para las masas corales, y luego da paso a Gloria, “para sacar músculo”, antes de dar paso al Credo, escrita por Beethoven para que no se pudiese hacer “nunca”. Lo mismo ocurre con los instrumentos, para los escribió “notas que no se podían tocar”. A juicio de Sainz Alfaro, el genio alemán quiso adelantarse a su tiempo para escribir una partitura que solo pudiese tocarse y cantarse en el futuro.

Música para la esperanza

Rhoer, que se subirá al podio del director, ha descrito esta obra de tres movimientos como “megalítica”, de una estructura “verdaderamente muy compleja”. Se trata de una pieza sacra, con referencias a otras creaciones como El mesías, de Haendel, pero hecha a la medida de Beethoven que, según parece, presentía que su final estaba cerca. En el último movimiento se recoge el mensaje que quiso dejar el compositor alemán para la posteridad, el de un futuro de “esperanza y paz” para la humanidad. “De cualquier modo, no deja de ser una obra enigmática para muchas personas para aquellos que no la hayan estudiado en profundidad”, ha comentado el batuta.

En un inicio, Beethoven la pensó como un regalo a su alumno y amigo, el archiduque Rodolfo de Austria, con motivo de su investidura como obispo, pero el compositor no la terminó a tiempo debido a su “meticulosidad” y perfeccionismo a la hora de enfrentarse a la partitura. “Para Beethoven la música era mucho más que solo música, era un vehículo para poder enviar un mensaje”, ha concluido el director.

“Cada vez que escucho la Missa Solemnis se me pone la carne de gallina”, ha asegurado Müller-Brachmann, bajo solista que conoce en detalle esta música a la que trata ya como una “vieja conocida”. Pese a haberla cantado en tantas ocasiones, aseguró que le sigue “emocionando”.

 Pese a que en ella resuenan los ecos de las guerras napoleónicas, la composición de Beethoven demuestra que el arte musical es un vehículo perfecto para hacer nuevos amigos y para “tender puentes entre diferentes países”. “Todo esto me da confianza para un futuro prometedor para mis hijos”, ha terminado.