Este viernes se cumplen 25 años desde el concierto inaugural que acogió el Kursaal, protagonizado por uno de sus inquilinos más habituales, la Euskadiko Orkestra, llegando a superar los 700 recitales en este tiempo. Sea por azar o por el buen tino de los programadores, un cuarto de siglo después de aquel 23 de agosto de 1999, esta sinfónica volverá mañana una vez más al auditorio que le permitió “crecer”, en un recital organizado por la Quincena Musical. NOTICIAS DE GIPUZKOA charla con dos de aquellos que vivieron la inauguración musical del cubo grande de Moneo –la institucional tuvo lugar algo antes, el 29 de julio de aquel año–. Uno de ellos es Germán Ormazábal, actual coordinador general de la Euskadiko Gazte Orkestra (EGO) que entonces llevaba las riendas del conjunto vasco, y el otro es Jesús Castillo, trompetista irundarra que es parte de la agrupación desde 1992.

La apertura del Kursaal se enmarcó dentro de la construcción de los grandes auditorios en el País Vasco. Por ejemplo, unos pocos meses antes, en febrero de 1999, se produjo la inauguración del Palacio Euskalduna. Tres años después llegó la del Baluarte de Iruñea y, así, la Euskadiko Orkestra pasó de actuar en el Victoria Eugenia, el Arriaga de Bilbao y el navarro Teatro Gayarre a los grandes auditorios vascos. El salto fue tan importante que, según Ormazábal y Castillo, permitió a la Euskadiko Orkestra alcanzar nuevas cotas de excelencia. Eso sí, no niegan que hubiese algo de “vértigo” en estas operaciones.

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Ensayo de la Euskadiko Orkestra para el concierto de la Quincena Musical Arnaitz Rubio

El actual director de la EGO rememora aquella época, de la que recuerda que todos la vivían con gran “ilusión” porque intuían que abría una ventana de oportunidad a la “transformación”.

“Ilusión” es también la palabra que utiliza Castillo, pero también había “nervios”. “Hoy en día ya nos hemos acostumbrado, pero no te puedes imaginar la impresión que nos causó a los músicos escuchar cómo sonaban nuestros instrumentos. Era un lujo”, alaba el trompetista, que añade que este cambio propició “un salto artístico grande” para la sinfónica, porque en condiciones como las del Kursaal el sonido se puede trabajar y “cuidar muy bien”.

Del Victoria Eugenia al Kursaal

Pasar del Victoria Eugenia al Kursaal fue una auténtica “transformación”, insiste Ormazábal. El trompetista añade que en el teatro la musicalidad era mucho más “seca”; en el auditorio, en cambio, “se escucha cada nota”, más si cabe, si el instrumento pertenece a la familia del viento-metal, como en el caso de Castillo. “Tocar en el Kursaal es tocar en un auditorio maravilloso. Los metales no tenemos que forzar nada, el sonido sale muy limpio”, añade el músico. No sólo eso, un auditorio como el diseñado por Moneo, permite a los instrumentistas escucharse mejor entre ellos. “Es una gozada cómo suena todo”, remarca el trompetista.

El cambio, no sólo en el caso que nos ocupa, sino también en el de las otras sedes, fue un éxito para la orquesta, tanto musicalmente como en el caso de los abonos. Ormazábal recuerda que la costumbre de hacer dos conciertos en Donostia por cada programa de la temporada es una herencia de las actuaciones en el Victoria Eugenia, debido a su aforo.

Cuando pasaron al Kursaal, con 1.800 localidades, tuvieron cierto “vértigo”, no sabían si el público iba a responder. Se pasó, además, de un sistema de libre acceso al patio de butacas, a uno donde las localidades pasaban a estar numeradas. Tuvieron que recuperar la antigüedad de cada abonado para hacer un listado de orden preferente a la hora de elegir su localidad. “Ni siquiera pudieron ver el espacio, se hizo con un plano en 3D del auditorio”, rememora el también pianista.

Sea como fuere, se lanzaron a la piscina: “Entendimos que era el momento de echarle arrojo y pasión al proyecto”. Apostaron por mantener la programación de un doble concierto en la capital guipuzcoana y ya para la segunda temporada en el Kursaal, la Euskadiko Orkestra comenzó a recoger sus frutos. El número de abonados de Donostia se duplicó y, tras todo el proceso de transición, en Euskal Herria se fueron a unos 7.200 abonados, más del doble de los que tenían previamente y haciendo que la sinfónica se convirtiese en uno de los conjuntos con más abonados del Estado.

Castillo salta al presente, a las últimas temporadas, para refrendar el éxito en Donostia: los conciertos más recientes en el Kursaal con la sinfónica rozan el lleno las dos jornadas.

El primer concierto, el futuro

“Le dimos muchas vueltas al contenido de aquel concierto. Queríamos que el protagonista fuera el propio Kursaal”, asegura Ormazábal. En ese sentido, pensaron en un programa que pudiese cumplir con todas las características del auditorio. Eso sí, lo hicieron por pura “intuición”, dado que sólo tuvieron opción de realizar un ensayo previo a debutar en el Kursaal. Castillo tiene fresco aquel momento: “El Kursaal sonaba de maravilla”.

Además de la Euskadiko Orkestra, actuó como solista la soprano tolosarra Ainhoa Arteta y como bailarín, el zarauztarra Isaías Jauregi, que interpretó Sueño de un bailarín de Francisco Escudero. El recital estuvo dirigido por Mario Venzago que, en aquel entonces, compartía titularidad de la batuta y dirección artística con Gilbert Varga. Fue Venzago el que actuó como augur de lo que vendría después. En el ensayo general alertó a los músicos: “Este (en referencia al auditorio) es el futuro de la orquesta”.

Para el concierto pergeñaron un repertorio que incluyó lo más “representativo” de los compositores vascos. Arrancó con el “Gora ta Gora Euskadi...”, es decir, con Eusko Abendaren Ereserkia, con orquestación de Tomás Aragüés. Actuando en Donostia, la orquesta interpretó la Marcha de San Sebastián, de Raimundo Sarriegui. De otro donostiarra, José María Usandizaga, seleccionaron la pantomima de la zarzuela Las golondrinas, y del urretxuarra José María Iparraguirre eligieron Ume eder bat.

Asimismo, quisieron poner en valor al músico gasteiztarra Jesús Guridi, con Goizeko eguzki argiak de la ópera Mirentxu, y al bilbaíno Jesús Arámbarri, de quien interpretaron una de sus Ocho canciones vascas. Iparralde, a su vez, también estuvo representada con La Valse y la Rapsodie espagnole de Maurice Ravel.

A estas les sumaron un ramillete de piezas extraídas de reconocidas óperas como La bohème o Romeo y Julieta, entre otras. “No fue un concierto al uso de la Euskadiko Orkestra. Buscamos, ante todo, resaltar las características que el auditorio iba a tener”, concluye. Y gracias a esas características, el Kursaal sigue sonando hoy en día igual de bien que hace 25 años.