La cultura vasca quedo consternada este domingo tras conocerse el repentino fallecimiento a causa de un infarto del artista de Alkiza Koldobika Jauregi, un escultor que soñó con caballos de madera y de piedra, dos materiales y una figura recurrentes en casi medio siglo de trayectoria artística. El crítico de arte de NOTICIAS DE GIPUZKOA, Edorta Kortadi, el escritor Juan Kruz Igerabide y el alcalde de Alkiza, Iñaki Irazabalbeitia, componen el retrato de uno de los artistas más internacionales de la contemporaneidad vasca.

Nacido en Alkiza en 1959, fue un creador autodidacta que trabajó, principalmente, la disciplina escultórica, haciendo incursiones en otras como la pintura, la obra gráfica, el audiovisual –fue uno de los genios detrás de Dantza, de Telmo Esnal–, el diseño de joyas y, más recientemente, el arte performativo efímero, es decir, site specifics creados junto a Susana Cencillo.

La carrera de Jauregi, siempre pivotando sobre su conexión con la naturaleza, arrancó en 1978 al lograr el primer premio en un concurso para artistas noveles en Donostia. Fue en ese momento cuando decidió dedicarse a esta práctica. Kortadi destaca que una de las principales características de Jauregi, sobre todo en su primer periodo, comprendido entre sus inicios en 1978 y el viaje a Alemania a principios de los 90 gracias a la Beca Zabalaga que le dio su “maestro”, Eduardo Chillida, es que se adscribió a un “realismo brutalista”, situándose en la línea del escultor gallego Fernando Leiro. Esto supuso una “ruptura” con la generación anterior de escultores vascos, como el Grupo Gaur y, por lo tanto, Chillida, que se caracterizó por el expresionismo abstracto más informalista. Jauregi se situó así en el contexto de un “realismo mágico” u “onirismo” propio de artistas de los 70 como los pintores Vicente Ameztoy o Juan Luis Goenaga.

De aquella época destacan una serie de caballos tallados en madera, que llegaron a estar expuestos en la Basílica de Loiola, en Azpeitia. Zaldi I, por ejemplo, fue resultado de su participación en el V Symposium Internacional de Escultura de Yasna Poliana (Bulgaria) de 1986, mientras que Zaldi IV, en madera y chapa, fue adquirida en 2002 por la Asociación de Amigos del Museo San Telmo, donde se expone en uno de los itinerarios del centro. Una década antes fue ese mismo museo el que le dedicó su primera gran retrospectiva.

'Zaldi IV' se exhibe en San Telmo. Ruben Plaza

En 1994 volvió a las figuras zoomórficas y equinas en una de sus obras públicas más importantes. El Gobierno Vasco le encargó una pieza para la rotonda de Intxaurrondo que conecta el paseo Zarategi con la calle Baratzategi, “un tótem muy interesante”, a juicio de Kortadi. Se trata de Formas en crecimiento, tres piezas, una encima de otra, talladas en mármol de una cantera de Lastur, en Deba. “Es de lo más interesante que podemos encontrar en Gipuzkoa”, asegura el experto.

La inflexión, en los 90

La obtención de la Beca Zabalaga que le concedió Chillida le permitió viajar a Alemania y contactar con el mecenas Karl Henrich Müller. Fue allí, explica Kortadi, cuando hizo “varias obras importantes” y también cambió su forma de crear. “Volvió de Alemania con una línea más abstracta y con una tendencia más constructivista”, añade el experto. 

Precisamente, la relación con las tierras germanas fue especialmente fructífera para el de Alkiza. En 1996, de hecho, se trasladó a Düsseldorf con su pareja, la también artista Elena Cajaraville, donde residió durante cinco años para participar en el proyecto experimental Arte y naturaleza, del Museum Insel Hombroich. Allí contactó con otros artistas internacionales y donde descubrió su fascinación por lo oriental, algo que plasmó, por ejemplo, en su arte gráfico. Pero también en la escultura, como en los discos solares que expuso en la galería Kur de Donostia.

Esa querencia por lo oriental la desplegó, a su vez, a principios de este siglo en otra muestra, que acogió Ekain Arte Lanak y en la que mezcló su fascinación por la otra mitad del mundo con su amor por la música de Mikel Laboa, mediante tallas en madera y grafismos.

Chillida Leku y Ur Mara

Fue de aquella experiencia de donde sacó la idea para su museo-taller Ur Mara, en Alkiza, que abrió sus puertas en 2010. Tal y como llegó a reconocer el mismo Jauregi, se trata de su propia versión de la utopía que Chillida construyó en el caserío Zabalaga. En 17 hectáreas boscosas, el de Alkiza desplegó muchas de sus grandes obras y desarrolló una actividad cultural en la que llevó a invitar a 150 artistas, en el periodo de catorce años, y también organizaba conciertos e impartía talleres. “Siempre se preocupó de su obra, pero también de hacer pedagogía”, comenta Kortadi.

Koldobika Jauregi, en la casa que homenajea a Henry David Thoreau y que construyó con sus manos en el museo Ur Mara. Ruben Plaza

Amigo de sus amigos

Uno de los habituales en Ur Mara ha sido el escritor de Aduna Juan Kruz Igerabide, amigo personal de Jauregi desde hace más de 35 años. Igerabide, consternado por el fallecimiento del escultor, ha destacado que el artista, que el pasado viernes inauguró una muestra en Soraluze, se encontraba “en plena forma” y nada parecía anunciar su repentino final.

Igerabide ha recordado que conoció a Jauregi hace unos 35 años a través de un proyecto en Tolosa en el que colaboraron juntos, con los hermanos Epelde, Karlos Linazasoro y José Luis Longarón. Allí comenzó a trabarse una amistad con una persona con “gran sentido del humor”, “cercana”, “amistosa” y “amorosa”. “Lo pasabas muy bien con él”, recuerda el escritor. 

Ambos siguieron colaborando. Por ejemplo, Jauregi se encargó de ilustrar algunos de los libros de aforismos de Igerabide. Es el caso de Noiz arte arrazoi, publicado en 2020. También colaboraron en la organización de los encuentros Arthitz, de música, danza, imagen y pensamiento, que durante tres años se hicieron en Arantzazu. “Teníamos una gran complicidad. Me resultaba muy fácil trabajar con él. Siempre teníamos muy en cuenta trabajar en pro de la creación”, cuenta Igerabide, que añade que a Jauregi le encantaba trabajar con amigos, como cuando ilustró los sonetos de Shakespeare que trajo al euskera Juan García. “Le gustaba trabajar y pasárselo bien con los amigos”, cuenta Igerabide. Y es así como le recuerdan al artista los suyos