La documentalista chilena Carmen Castillo (Santiago de Chile, 1945) recibirá en la tarde de este viernes el premio honorífico que otorga el Festival de Cine y Derechos Humanos de Donostia, en la gala inaugural en la que se proyectará 20.000 especies de abejas, de Estibaliz Urresola. En un encuentro con la prensa que ha tenido lugar esta mañana en el Victoria Eugenia, Castillo hizo gala del espíritu memorialístico que tiñe su filmografía que, paradójicamente, se ha visto poco en un Chile con un débil circuito de salas independientes y con unas instituciones que defienden que la memoria y la reparación sólo sirven para "dividir".

La documentalista conoce bien la represión. De hecho, vivió en primera mano la de la dictadura que suplantó el poder legítimo de Salvador Allende:  “Sobreviví a Pinochet, fui exiliada y el exilio me trajo un regalo, el cine”. Expulsada de su Chile natal en el año 1976 y convertida en apátrida, el Estado francés la acogió y François Mitterrand le otorgó la nacionalidad gala. En París fue arropada por la élite intelectual y cultural gala y fue donde comenzó su carrera como documentalista, siempre comprometida con poner luz a la "sombra del mal”.

Esta tarde, en paralelo a la entrega del reconocimiento, el Teatro Principal proyectará su documental Calle Santa Fe, con el que ya participó en el Zinemaldia en 2007, y en el que Castillo se reencuentra con aquellas mujeres que, como ella, militaron en Chile en la clandestinidad, en la mayoría de sus casos, a un alto precio. A ellas les pregunta como se pregunta a sí misma: “¿Mereció la pena?”. Ninguna tiene duda: “Sí”. Carmen Castillo es, al igual que el resto de supervivientes de la represión, la prueba viviente de que la “maquinaria de matar”, en referencia a los totalitarismos como el que asoló su país, “es imperfecta”. La calle Santa Fe a la que da título su documental, es una vía de la barriada de San Miguel en Santiago de Chile. Es allí donde vivía en clandestinidad con dos de sus hijas y su pareja, Miguel Enríquez, máximo dirigente del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR); y fue ese el hogar que asaltó la DINA, “la Gestapo chilena”, asesinando a Enríquez e hiriendo a Castillo de gravedad. Durante algo más de hora y media, Castillo estuvo perdiendo sangre y sólo la intervención de un vecino fue la que consiguió demostrar que esa esa máquina de matar tenía sus fallas. La realizadora no supo hasta 2002 cómo logró sobrevivir.

A su regreso a Chile a principios de este siglo con intención de iniciar el rodaje de Calle Santa Fe fue cuando conoció a este vecino que cargándola logró superar el cordón policial e hizo que una ambulancia que se encontraba en las cercanías la condujese hasta un hospital público. Una “cadena de gestos de bien” fue la que evitó que la asesinaran. La presión internacional, por su parte, impidió que Castillo fuese una de las tantas desaparecidas del régimen de Pinochet, que optó por exiliarla de su país.

El doble exilio de Carmen Castillo

“No le deseo a nadie ser exiliado, no le deseo a nadie sufrir lo que se sufre, ese desgarro”, ha dicho Castillo. El hecho de ser una superviviente, no obstante, le obligó a luchar contra "la maquinaria del olvido" que algunos aún abanderan. Su exilio, además, fue doble. Una vez Pinochet hubo perdido el plebiscito de 1988, la documentalista tuvo la tentación de volver a Chile, no obstante, una vez en democracia, la voluntad política del presidente de la República Patricio Aylwin de echar tierra sobre los años de la dictadura la disuadieron de volver a establecerse de forma permanente en el que durante muchos años fue su hogar. Fue entonces, a comienzos de la década de los 90, cuando Castillo, de formación humanística, decidió dedicarse al cine. “Los años entre 1992 y 1994 fueron años de impunidad en Chile”, ha explicado.

La Flaca Alejandra fue su primer documental. Lo dirigió en 1994 junto al cineasta francés Guy Girard y en él ya se percibe su querencia por la recuperación de la memoria por encima de cualquier obstáculo. La Flaca Alejandra era el sobrenombre de Marcia Merino, una militante del MIR que traicionó a sus compañeros después de ser capturada y torturada por la DINA, una figura que llegó a "obsesionar" a Castillo. Colaboró con el régimen represivo incluso en sus últimos estertores de tiempos de democracia. En 1992, en cambio, se libró del yugo del poder militar y entregó su testimonio a la justicia. Pese a todo, “la verdad, la justicia y la reparación” eran palabras que no interesaban a aquel Gobierno. Aquel Chile de los 90 le hacía sentir “ira”. La reconciliación llegaría una década después cuando, por fin, sintió de nuevo la misma “vibración” del país que tuvo que abandonar 30 años atrás.