Es habitual que los muralistas, artistas que pintan sus obras en grandes paredes en la calle, provengan del mundo del grafiti, arte urbano con un marcado acento juvenil, reaccionario y rebelde. Esa vena rebelde es la que ha marcado buena parte de la vida de Asier Vera, nacido en 1978 en Trintxerpe, que ahora reside en Ponferrada y que ha colado una de sus obras entre las 100 más importantes del mundo según la web especializada Street Art Cities. Se trata de un mural que pintó junto a Müs, otro artista con el que forma el dúo Chisme Criu, en la localidad leonesa de La Robla y muestra a una chica en una cabina telefónica, de esas que ya casi no quedan, abandonada y rodeada de plantas. La obra se llama 'Coexistir con la naturaleza'. Son, por tanto, dos los artistas guipuzcoanos que se codean con la elite mundial de los murales. El otro es el pasaitarra Nextor Otaño.

Asier Vera ha dado varias vueltas en su vida. Es natural de Trintxerpe, donde nació en 1978, pero pasó su infancia y juventud en Madrid, y en 2014 se mudó a Ponferrada. Reconoce que siempre le costó encajar, durante años dio unos cuantos “tumbos” y se podría decir que el arte, en concreto el grafiti, supuso para él un salvavidas. Siempre fue un chaval “inquieto”, aunque “hasta octavo de EGB (lo que ahora es 2º de la ESO) fue todo más o menos bien”. Las dificultades de adaptación, de entender el mundo, que arrastraría durante mucho tiempo, llegaron después. “Salí del colegio pensando que el instituto que iba a enseñar algo y me pegué el hostión. Yo quería aprender y para mí era una pérdida de tiempo. Hice dos veces 1º de BUP, tres veces 2º y dos veces 3º. Luego acabé el instituto mientras trabajaba de mensajero”.

Altas capacidades y TDAH

El guipuzcoano era incapaz de centrarse. Sabía que algo le sucedía, pero no le ponía nombre. “Hace unos años me diagnosticaron TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad). Una psicóloga que lo vio clarísimo me hizo el test. Ya me imaginaba algo. Yo repetía y repetía cursos, me encerraban para estudiar y yo no estudiaba, sino que pintaba. La orientadora del instituto me decía: ¿Por qué no estudias? Porque no quiero, yo lo que quiero es dibujar, pintar. Pues no hay nada para ti. Pues esperaré hasta que pueda elegir. Así durante años”, cuenta.

Con 20 años estudió un curso de ilustración que se pagaba trabajando, pero eso también le aburrió: “No era lo que buscaba y lo dejé. Me dediqué a trabajar, a pintar, a tocar en bandas de música. También trabajé de animador en una residencia de ancianos. Hice el 'baldarra', viví, aprendiendo otras cosas que no me enseñaban las academias o las escuelas”. En ese proceso de buscar su lugar en el mundo encontró el grafiti: “Lo descubrí con 10-11 años. Crecí viendo pintar a grafiteros como Suso33, que entonces era una referencia. Los veía de lejos, ni se me ocurría acercarme. No sabía qué era, los veía pintar cosas gigantes, y pensé que había que probarlo”.

Empezó con los grafitis “con 18 años”. Hasta entonces, probó muchas disciplinas artísticas o creativas, además de pintar en papel o lienzo: “En el barrio había un centro en el que había funky, jazz, manualidades, pintura… probé hasta ballet”. El motivo es que, cuando tenía “6 o 7 años”, un psicólogo le hizo a su madre un informe que decía que su hijo, Asier, tenía “altas capacidades”, lo que explica esa vena artística, y a la vez su dificultad para “encajar en el molde”. El problema es que no se lo dijeron “hasta hace poco”. Así que lo que sus padres intentaron, sin contárselo a él, fue tratar de potenciar su creatividad. “Con las herramientas de entonces, hicieron lo que podían, porque este tema no se conocía tanto como ahora. Lo veían como si fuera un bicho raro. Antes decías en el cole que tenías altas capacidades y te soltaban el Larousse. Hala, empóllate el diccionario. Yo recibía capones y castigos. Es que el niño es malo, le decían a mi madre. Pero yo no era malo. Yo era inquieto, distinto, no todos vamos a ser obedientes y sumisos”. Ahora le gusta “leer” libros sobre las altas capacidades: “Me ayuda porque me va describiendo cómo soy ahora y cómo era antes”.

El grafiti como salvavidas

En este contexto de incomprensión, Asier se aferró al arte y, en concreto, al grafiti. “Toda mi frustración la sacaba pintando, con el grafiti, era como una vida paralela, con mi manera de ver las cosas y mi cabeza. Aparte de eso, el grafiti me ayudó a coger disciplina, a valorar la lealtad, el honor. Eso lo aprendí con el grafiti. ¿Pero qué pasa? Que tampoco encajaba ahí”. En cualquier caso, su talento artístico fue aflorando.

Con 30 años hizo un curso de diseño digital, que califica como “lo más provechoso” de su largo y sinuoso periplo académico. “Me saqué el título que hace falta tener para trabajar”, reconoce, sabedor de que, para progresar, en ocasiones es inevitable entrar en algún momento en el sistema. “Estuve trabajando de vigilante de seguridad por las noches para pagarme los estudios”, cuenta. Luego empezó a trabajar en agencias de publicidad colaborando en películas, vídeos de raperos... “Capitalismo a saco”, comenta entre risas. Pero pronto acabó “quemado”: “Hasta los 30 y poco años Madrid fue como el patio de mi recreo. Me flipaba, tenía todos los estímulos, pero empecé a estar quemado y antes de seguir así decidí cambiar de aires”.

Mural de Asier Vera en el museo minero de Sabero, León. N.G.

Dio un nuevo giro a su vida, provocado en parte por el reencuentro con una antigua novia de su juventud. “Me vio en 2014 en la tele por una movida que hicimos contra Gallardón, de cuando éramos rebeldes”, cuenta. Se refiere a un grafiti que pintó con otro compañero en el que retrataban al que fuera alcalde de Madrid, que endureció las penas contra los grafiteros por pintar en lugares prohibidos para hacerlo. Les costó tres días pintarlo y el Ayuntamiento de Madrid envió unas grúas que destrozaron la pared y la obra de arte en apenas unas horas. Varias televisiones se hicieron eco de la historia y fue ahí donde la vio esa exnovia, que se puso en contacto con él por Facebook. Aprovecha Asier para dejar claro que él pintaba en “tapias o lugares abandonados”: “Nunca he pintado en lugares donde pensaba que podía hacer daño, no he pintado furgonetas ni monumentos ni iglesias”.

Dedicado 100% a la pintura

“Estuve dos años yendo y viniendo a Ponferrada y luego ya me instalé aquí con mi mujer”. Se conocieron cuando él trabajó de animador social en una residencia en la que trabajaba ella. Luego separaron sus caminos hasta que volvieron a juntarse. “Ella es de Carabanchel y vivió unos años en Basauri. Cuando nos conocimos me enamoré de ella, debemos ser almas gemelas o así”. Viven juntos en un piso de Ponferrada con tres hijos: una de 23, otro de 13 y un tercero de 6. “Los dos primeros son de mi mujer, que los tuvo con dos padres distintos. El de 6 soy yo el padre. Pero los considero a todos mis hijos por igual y vivimos juntos”. El cambio de vida le ha venido “bien”: “Estaba cansado de la vida de publicista, de los ordenadores. Necesitaba encontrarme, volver a los orígenes. Siempre he querido acabar en un caserío. Ahora vivimos en un piso, pero hemos comprado una tierra y queremos poco a poco construir ahí una casa y una huerta”.

Con el cambio de residencia, pintar se convirtió en su forma de vida: “Antes hacía otros trabajos y sacaba unos extras con la pintura. Ahora me dedico a pintar”. Asier lleva años siendo un reconocido muralista y ahora una de sus obras ha entrado entre las 100 mejores de 2022 según Street Art Cities, un reconocimiento que sitúa en su justa medida: “Si te soy sincero, a estas alturas que una plataforma de arte urbano elija una de mis obras como una de las 100 mejores no significa nada. Es muy ambiguo. No significa que seamos los 100 mejores. A ver, está bien salir ahí porque la gente te ve. El respeto ya me lo gané en su día en la calle, ahora lo que quiero es estar contento conmigo. Yo soy de otra época, en la que te ganabas el respeto en la calle, de otra manera. Los jóvenes como Nextor –el otro guipuzcoano nominado– han nacido en la época de las redes sociales. Es distinto”.

Arte ‘glitch’

A este artista guipuzcoano no le gusta encasillarse: “Es que te ponen etiquetas y te ahogas en ellas. Soy un tío que pinta. Hago varias cosas. Ahora estoy con un encargo para pintar en madera unas composiciones de coches. Cuando hace buen tiempo pinto murales y fachadas. En invierno pinto más en el estudio, porque aquí hace mucho frío y no está para pintar en la calle”.

Debido a su TDAH, le ha costado adquirir la técnica de pintar en paredes grandes: “Me agobiaba. Iba de un lado a otro de la imagen. Al pintar en lienzo o en una pared me pequeña, podía hacerlo. Pero en un mural enorme, ese método era muy caótico. Hacía la pieza sin orden ni control y eso hacía que no disfrutara. Eso me pasó hasta que participé en una residencia artística en Francia. Allí tuve un mes para desconectar, escucharme y jugar. Entonces empecé a disfrutar de verdad con lo que hacía”.

Destaca dentro de sus obras un estilo que se puede denomina como “arte glitch o interferencias”. Lo explica: “En mi última etapa en el mundo audiovisual en Madrid trabajaba en un estudio y tenía que revisar las cintas para que no tuviesen ningún glitch (fallo o interferencia en la imagen) que luego saliese en emisión. De ahí lo de los glitch en mi obra. Los utilizo para enfatizar el concepto que trato. Si rompes la imagen, la deconstruyes o glitcheas, obligas al espectador a pararse y a tomarse su tiempo”. En cuanto al material, al venir del mundo del grafiti, ha solido utilizar el spray, pero hace unos años empezó a usar la pintura por influencia de Müs, su pareja artística con la que ha pintado varias obras, entre ellas la nominada en Street Art Cities. Un reconocimiento que no le quita el sueño. Simplemente, confirma su talento, apreciado en muchos lugares. De hecho, tiene obras en otros países. Asier marca su propio camino.