a historia es social o no es historia. Bajo esa premisa, las hermanas Rosa y Ana Iziz Elarre presentan A las puertas de la emancipación, el tercer tomo de Historia de las Mujeres en Euskal Herria, la colección editada por Txalaparta con el objetivo de visibilizar la historia y las huellas femeninas en este territorio. En la nueva publicación se aborda así el siglo XIX, una época de enfrentamientos y guerras en la que las mujeres trabajaron a destajo, sin dejar de pelear por sus derechos de libertad y donde tuvieron lugar hitos como el primer 8-M.

El libro recoge en sus más de 500 páginas el resultado de una extensa investigación de cinco años llevada a cabo en los Archivos de Bilbao, Donostia, Pamplona y Vitoria, tanto eclesiásticos como civiles, junto a una selección de bibliografía y revisión de hemeroteca, procesos, reglamentos y ordenanzas municipales. El resultado es un tomo que recoge en sus capítulos “cómo era la vida cotidiana de las mujeres en las cuatro provincias vascas; cuáles eran sus oficios y ocupaciones tanto en la costa como tierra adentro”, apuntan sus autoras. Además, continúan, también se tocan otros temas como “la prostitución y sus reglamentos y sistema carcelario; el matrimonio, divorcio y adulterio; la violencia ejercida contra las mujeres tanto en el ámbito público como en el privado, la enseñanza y la educación, cómo la moda afecta al cuerpo de las mujeres...”. Sin olvidar tampoco su papel en las guerras. Porque el siglo XIX fue una época de conflictos y tuvieron protagonismo así “mujeres afrancesadas, realistas, liberales y carlistas, que destacaron tanto en la milicia como en el espionaje”.

Asimismo, recalcan que el siglo XIX fue nefasto para las mujeres por muchas razones. En primer lugar, “los hombres y sus guerras -la francesada de 1808, las carlistas de 1833 y 1872, Cuba de 1898- sumieron al país en una situación límite en cuanto a violencia y enfermedades: “Las mujeres tuvieron que soportar la maternidad y el trabajo en solitario en condiciones infrahumanas”, cuentan las hermanas Iziz Elarre sobre una situación que les llevó a hacerse cargo del sustento diario de la familia y de los oficios que desempeñaban sus padres, hermanos o maridos.

Así, además de continuar con labores que ya habían desarrollado en siglos anteriores, como trabajar en el caserío, en el mercado, en la artesanía u otros oficios tradicionales como lavanderas o costureras, surgieron nuevos trabajos como empleadas en las fábricas de tabacos o textiles que se desarrollaban en grandes ciudades, especialmente en Bilbao. Un boom industrial que provocó el nacimiento de una burguesía en Bizkaia que a su vez creó un ideal de mujer propio: el Ángel del Hogar, un ideal doméstico con la mujer alejada de la participación en la esfera pública. “Era un modelo que asimilarán los nobles y envidiarán las mujeres trabajadoras”. Y eso, continúan, hace retroceder las libertades de las mujeres, empezando por la legislación: “Esto es una novedad en la historia, porque las mujeres que vivieron antes de ese siglo eran mucho más libres y tenían capacidades legales que desaparecerán y no volveremos a encontrar hasta los años 70 del siglo XX”.

A nivel educativo y de enseñanza, en 1857 se aprobó la ley Moyano, que establecía la obligatoriedad de crear escuelas de niños y niñas en poblaciones de más de 500 habitantes. Y pese a que el número de escuelas y maestros cualificados era insuficiente, explican que este tipo de leyes “dieron la posibilidad a las niñas de formarse aunque fuera mínimamente” y con el tiempo y con la creación de Escuelas Normales de Maestras a partir de la segunda mitad del siglo, se permitió que grupos reducidos de mujeres accedieran a la educación y adquisición de conocimientos hasta entonces restringidos a los hombres. Eso sí, recuerdan que la mujer no llegó a la universidad hasta el año 1910.

Las hermanas Iziz Elarre apuntan que indudablemente se percibe “una gran diferencia” entre las mujeres de campo y las mujeres de ciudad. Porque si bien existen muchos tipos de mujeres vascas, “podemos destacar las que representan dos tipos de mentalidades”. Por un lado, el modelo de mujer conservadora, que “el clero ensalza porque preserva los valores de un tipo de sociedad tradicional que se resiste a abandonar los valores del Antiguo Régimen”. Y por otro lado está la mujer vasca y urbana, en este caso representada por “un colectivo de ideología liberal, que van desde posturas moderadas a más radicales”. Son aquella mujeres que se encuentran en las capitales vascas y en las principales localidades rurales.

Además, en el libro se recoge también cómo pese a la mencionada figura del Ángel del Hogar, la realidad cotidiana de las mujeres era muy diferente y tan sólo una mínima parte de ellas -burguesas y artistócratas- se podía permitir quedarse en casa. Ese grupo selecto se dedicaba a “organizar tertulias y bailes, a pasear y hacer obras de caridad...”. Entre ellas nombran a mujeres famosas como la música y compositora María Antonia de Moyúa y Mazarredo, o Mª Pilar de Acedo y Sarría, amante de José Bonaparte y cuya vida cuenta con un apartado concreto en el volumen.

Pero lejos de esa aristocracia, las mujeres rurales salieron de casa para trabajar, ya que por entonces los salarios eran mínimos y no bastaba con el sustento de los hombres -en el caso de que los hubiese-. Y los empleos fueron de todo tipo: en la costa se convirtieron en armadoras de barcos y corsarias, sirgueras, obreras de las fábricas de conservas, sardineras, pescaderas, tabernas... Y lejos del mar, tierra adentro, en baserritarras, verduleras, alpargateras, comerciantes, cocineras, cigarreras, comadronas y enfermeras... E incluso a finales de siglo surgieron maestras tituladas y escritoras.

Dentro de este ámbito laboral, las autoras apuntan que una de las cosas que más les ha sorprendido durante la investigación es “la brutalidad de ciertos trabajos” que desarrollaban las mujeres en aquella época. Y se explican: “Las sirgueras vizcainas arrastraban con sogas las gabarras hasta el puerto, un oficio más apto para animales de carga como bueyes. Estas mujeres llamaron la atención de viajeros ingleses y franceses, que las vieron desempeñando esa dura faena”.

Esos trabajos, además de contar con “una sobreexplotación difícil de imaginar, teniendo en cuenta que realizaban jornadas laborales de unas once horas que debían compaginar con las tareas domésticas y la crianza de hijos e hijas”, estaban mal vistos por los hombres. Y es que sentían que “amenazaba su tradicional derecho preferente a los puestos de trabajo”, un miedo que solucionaron instaurando una desigualdad salarial, “haciendo del empleo femenino un trabajo subsidiario y complementario”. A ello le seguía además, añaden, “los abusos y agresiones sexuales en las fábricas”.

Uno de los hitos que destacan en el volumen es la celebración del primer 8-M en Euskal Herria, allá por 1889. Fue en Bilbao, cuidad donde la situación de las cigarreras era extrema, con horarios de once horas y periodos de inactividad por falta de suministro, que les afectaba de forma directa ya que eran destajistas. Por ello, cuando se enteraron de que estaba previsto un plan de amortización, se produjo la primera huelga femenina, más de 20 años antes de que la fecha del 8 de marzo se convirtiese en el Día Internacional de la Mujer: “Las cigarreras se amotinaron y acorralaron al director, que se tiró por la ventana del segundo piso -sólo se dislocó el tobillo-”, recuerdan las hermanas Iziz Elarre, para recalcar cómo “ni la fuerza pública se atrevió a desalojarlas, pero el escándalo fue tal que se cerró la fábrica”.

Al día siguiente las trabajadoras regresaron a la fábrica y supieron que desde Madrid se había dado la orden de no abrir hasta nuevo aviso. Fue en ese momento cuando las 700 mujeres reunidas se dividieron en dos bandos, entre las más aguerridas y las pacíficas. Se desató una batalla a pedradas en la que intervino la Guardia Civil, que derivó en que un grupo de mujeres acudiese al gobernador civil para pedirle ayuda. Finalmente, tras una semana de cierre, la empresa aceptó muchas de las demandas de las empleadas, si bien nueve de las dirigentes fueron expulsadas.

Otro de los capítulos del libro está dedicado a los conflictos. Como recogen en el volumen, anteriormente “las mujeres ya habían participado activamente en la Francesada y habían soportado las consecuencias de la invasión en sus propias carnes, por lo que sabían perfectamente lo que era una guerra”. Pero la Primera Carlista, desarrollada entre 1833 y 1840, fue más dura ya que se desarrolló dentro de familias y amistades que tenían distintas posiciones “y el odio se instaló con mayor fuerza entre ambos bandos”.

Mujeres liberales se agruparon militarmente como Milicianas Urbanas en Eibar, Lekeitio y Plentzia, con sus propios mandos, y varias de estas mujeres trabajaban como espías, confidentes y recaderas. Algunas de ellas incluso llegaron a participar en las guerrillas y a luchar en las batallas, “muchas veces vestidas de hombres”, pero muy pocas fueron las que consiguieron que se les reconociera su esfuerzo militar con una pensión y un grado en el escalafón.

Este es el cierre de un volumen que reivindica, apuntan las autores, que “el patriarcado ha sido una constante y permanece en nuestros días en una importante parte del mundo”. Y trabajos como el de esta colección, cuyo cuarto tomo están seguras de que verá la luz “porque se están dando los pasos oportunos para ello”, arrojan luz “al empobrecimiento del relato, la que le falta un esencial punto de vista y una perspectiva: la femenina”.

El libro.

Historia de las mujeres en Euskal Herria III.

Las autoras.

Rosa y Ana Iziz Elarre.

La editorial.

Txalaparta.

Extensión.

524 páginas.

Precio

32 euros.

“Al relato histórico le falta un esencial punto de vista y una perspectiva: la femenina”

Autoras de ‘A las puertas de la....’