Dirección: Nils Tavernier. Guion: Laurent Bertoni, Fanny Desmares, Nils Tavernier. Intérpretes: Jacques Gamblin, Laetitia Casta, Florence Thomassin, Bernard Le Coq. País: Francia. 2018. Duración: 105 minutos.

ijo de Bertrand Tavernier, Nils Tavernier estaba predestinado para dedicarse al cine desde el mismo día de su nacimiento, el 1 de septiembre de 1965. Poco antes de ser concebido, su padre, el joven Bertrand Tavernier, había cumplido 24 años cuando tuvo a su primogénito, acababa de pasar su prueba de fuego. Desde niño quería ser cineasta y fue uno de los más grandes directores galos, Jean-Pierre Melville, quien lo inició en el mundo profesional durante el rodaje de El confidente. Bertrand se encargaba de tareas publicitarias y como ayudante de dirección aparecía Volker Schlöndorff. Lo que vino a continuación ya es muy sabido.

Ahora, Nils, actor, guionista y director, firma este apreciable biopic; extraño en sus formas e iconoclasta en sus personajes, en torno a un cartero singular. El resultado adquiere los destellos de una rareza que aporta algunas secuencias insólitas y un relato irreprochable, tierno e inclasificable. Su protagonista, Joseph Ferdinand Cheval, que hoy sería catalogado como un friki, construyó la que fue descrita como la catedral del arte bruto. Era un cartero de pocas palabras y largos silencios deslumbrado por el mundo exótico, aunque jamás salió de la región de Drome. Hizo miles de kilómetros, podría haber dado varias veces la vuelta al mundo, pero siempre recorrió el mismo paisaje. Dedicó 33 años a levantar un palacio para su hija y recibió la admirada valoración de artistas como Picasso.

Nils Tavernier se aplica en este biopic con pulcra sutileza, con ternura que, aún a riesgo de hundirse en el sentimentalismo, logra conservar una dignidad memorable. A ello contribuyen los actores, excelente Jacques Gamblin; soberbia Laetitia Casta; un guion sereno y una dirección capaz de surcar una biografía de soledad y tristeza encontrando una reconfortante sublimación. De espaldas al cine contemporáneo, Nils Tavernier asume el ideario de su padre, Bertrand, amante del cine clásico, y levanta un filme de otro tiempo para palpar con extrema delicadeza la mezcla de lo ingenuo con lo virginal. Tal vez la mejor coraza para hablar del vacío, de la muerte y del tiempo.