los niños, al séptimo día, salieron a la calle. La paz y la tranquilidad de las últimas semanas en los bidegorris, paseos y vías peatonales se esfumaron ayer, con cientos y cientos de niños por las calles. Los dulces cantares de los pajarillos que se oían alegremente estos días en los árboles fueron sustituidos por gritos y lloros a la carrera; los paseos convertidos en refugio exclusivo para los perros fueron allanados por ciclopatines y juguetes; los paseos relajantes a por la barra del pan fueron cambiados por odiseas peligrosas esquivando menores agarrados a sus progenitores. Ayer fue el día del niño y lo peor, la veda ya está abierta. Que sí, que entiendo que así los padres van a estar menos agobiados y podrán dormir mejor, pero, ¿qué queréis que os diga? Yo me he acostumbrado a este clima post-apocalíptico. Es mejor que cualquier clase de yoga. Pensaba que el hecho de que tuviesen el horario de salida cribado a unas determinadas horas y un máximo de 60 minutos haría que el bullicio fuese menor, pero no. Parece que todos se pusieron de acuerdo para salir a la misma hora. Así, en plan estampida a lo Jumanji. Ser menor de 14 años tiene que haber sido como cuando ibas a las barracas el día del niño con tus aitonas y te agasajaban a manzanas caramelizadas y algodón de azúcar, montabas en el tren de la bruja y los autos de choque las veces que quisieras, y jugabas a la tómbola hasta llevarte un peluche tamaño mini. Yo también quiero. Ya estoy mirando en Internet disfraces de niño para ver si alguna familia quiere adoptarme unas semanitas...