icen que ayer compareció Pedro Sánchez, PS7, el guapo, el retornado, el inmortal. Yo no lo vi, no tengo para pagar la extorsión que piden mis compañeros para sacarme de la habitación. La televisión, como mi ordenador y mi móvil, sigue en el salón, o eso espero, porque ya no escucho el tono de llamada. "Se le ha acabado la batería", me aseguraron. Como a mí la paciencia. Creo yo que para endulzar un poco la situación y conocedores de que como redactor tengo que estar al tanto de todo, se prestaron a trasladarme de forma simultánea las nuevas medidas a través de un complejo sistema de "no te preocupes, que nosotros te gritamos lo que dice el del Falcon". Cuando Sánchez anunció que el Gobierno iba a intervenir en los hogares, me alegré; comencé a ver la luz al final del tunel. Quizá de esta manera, pensé, la madera pueda reducir a mis compañeros de piso y abrirme las puertas figurada y literalmente -pero, sobre todo, literalmente- hacia un confinamiento más feliz. Estoy absolutamente de acuerdo con que se prohiba por Decreto preguntar "Hoy, ¿qué plan?". Joder, qué plan va a ser, el mismo que ayer, que mañana, que pasado... Vaya chorrada de pregunta. Lo de que no se puede salir al balcón a leer y tocar la guitarra cuando hace sol, al principio me sonó raro, pero bueno, entiendo que representa una desigualdad para los que no tienen balcón, para los que tiene fachada en sombra, para los que no saben solfeo y para los que no tienen cuenta en Instagram. Eso sí, lo de que se incaute toda la producción de bebidas etílicas para reciclarlas y hacer geles hidroalcohólicos, eso no te lo voy a perdonar nunca a Pedro Sánchez.