Ya “quemó esa etapa” en la que ante todo quería exponer, fuese donde fuese y como fuese. A sus 54 años, el reto de Dora Salazar es ante todo “disfrutar de la vida día a día” a través de la creación plástica pero también de los momentos en el hogar, del trabajo en la huerta que enriquece su casa, ubicada ahora en Bilbao, y de la afición de empaparse del arte que otros hacen. Su intención es seguir creando, pero con calma. “Suave, suave”, dice. Y cuando cree que merece la pena hacerlo, por qué no, exponer su obra.

Como buena creadora, Dora concibe el arte como experimentación y aprendizaje constantes y, últimamente, su quehacer artístico ha evolucionado de la mano del paisajismo. Una pintura que lleva explorando ya varios años y que a la artista navarra le atrae “como contrapunto” a la escultura por la que más se la conoce. “En la escultura siempre he trabajado con la figura humana, mientras que los paisajes, vacíos de personajes, son el espacio en el que nos movemos, el espacio de esa figura humana”, cuenta Dora Salazar (Alsasua, 1963). Su última obra pictórica en el marco de esta experimentación con el paisajismo la dedica a la ciudad de Donostia y puede disfrutarse hasta el 30 de junio en la galería Arteko.

Bajo el título Landscapes-paseos imaginarios por la ciudad, la artista muestra sus últimos “dibujos” -así los llama, aunque matiza que son collages pictóricos- sobre Donostia: un bello recorrido que invita al paseo por 21 visiones “saturadas de profundidad y color, que van desde La Concha a Santa Clara, pasando por Tabakalera, los puentes o la Zurriola” que destacan desde la galería. Se trata de un trayecto imaginario que permite reconocer la capital guipuzcoana a través de originales pinturas cargadas de pigmento y olor; collages -con la fotografía como punto de partida- con elementos representativos de Donostia que la reconstruyen distorsionada, con hallazgos y perspectivas imposibles.

Landscapes es la continuación de Recorrido (2001), el libro de artista que incluía 51 dibujos junto a textos de Bernardo Atxaga inspirados en Donostia, ciudad en la que Salazar vivió durante casi diez años. “Pero estas obras están hechas ahora, cinco años después de aquella etapa en la que tenía mi estudio en Zumaia”, apunta. En estos últimos paseos por la parte más emblemática y visitada de Donostia se ha sorprendido con “algunos cambios, como el que ha experimentado, sobre todo, la zona de Tabakalera”. Pero, en cualquier caso, no es su intención describir la realidad de la ciudad. Estas visiones son más bien el reflejo de una evidencia: “Nuestra mirada está cada vez más mediatizada por las cámaras fotográficas. Vamos paseando, fotografiándolo todo inmediatamente, y luego, nos pasamos tiempo añorándolo... Estos collages se asemejan a ese paisaje que nos venden para que nos entre rápido por los ojos, con esas luces, ese atractivo un tanto irreal... no es tanto el paisaje real. Al final, miramos el paisaje que nos rodea mediatizados; por eso, estas imágenes de Donostia tienen un punto de ficción que es el que tenemos nosotros en la cabeza”, cuenta.

Así, sus pinturas se relacionan con el imaginario colectivo de una ciudad emintentemente turística, más que con la realidad propiamente dicha, reinventando Donostia, como ya reinventó en su día en otros collages pictóricos Bilbao, Alsasua o Madrid. “En todos los casos, son dibujos de estudio; se trata de que combinen bien en el estudio las formas y los colores”. En el caso de Donostia, la expresividad se concentra especialmente en los cielos; tormentosos en unas ocasiones, con ardientes atardeceres en otras, que evocan la pintura de Turner. Las obras se sitúan en ese “encuentro entre la instantánea rápida, que se consume en un momento; y la durabilidad y la vocación de atemporalidad de la pintura”, explica Salazar sobre estos collages pictóricos creados sobre fotografías que ella misma tomó en paseos por la parte más conocida y emblemática de la ciudad.

“Fotografías muy básicas, de paisajes con cielos planos y casi sin color, o todos con la misma tonalidad, porque las fotos fueron sacadas todas en un mismo día”, dice sobre las imágenes que luego ella ha manipulado en el estudio “mezclando guaches, tintas, grafitos, ceras, muchas aguas sucias... es una técnica muy mixta. Y un trabajo de recreación, de reinvención, en el que el punto de partida es casi secundario. A veces, cuanto peores sean esas fotografías de las que parto, mejores son los resultados, porque mayor es el atrevimiento sobre la foto”, cuenta Dora Salazar, quien reconoce en su paisajismo influencias “de maestros italianos, de la pintura holandesa y, últimamente, de la pintura impresionista”. “Pero mi acercamiento al paisajismo no es el de un estudioso exhaustivo, sino más bien el de un amateur que picotea un poco de todo de manera espontánea... Mi acercamiento ha sido a través de mi trabajo dando clases de pintura. Al final, notas que a la hora de crear se te adhieren cosas...”, añade.

Esta pintura de paisaje se parece a la escultura en la que trabaja habitualmente en el sentido de que “en los dos casos se trata de paisajes construidos”, pero a la vez es un “contrapunto”: “Estos dibujos, los llamo así porque aunque sean pintados son papeles y devienen de los libros que he ido editando sobre paisajes, son mucho más inmediatos y rápidos, frescos y dinámicos; la escultura es lenta, mucho más trabajosa, ocupa mucho más espacio”, dice la autora, que a finales de este mes asistirá a la inauguración de una de sus esculturas concebidas para el espacio público Lavandera, un homenaje a las mujeres lavanderas de las Riberas de Loiola, zona en la que se colocará esta pieza realizada en hierro macizo.