El sueño de la soprano gallega Ana San Martín (Santiago, 1991) ha sido siempre interpretar el rol de Christine Daaé, protagonista del exitoso musical El fantasma de la ópera, que desde el jueves y hasta el domingo se representa en el auditorio del Kursaal. Lo consiguió hace un par de meses, cuando superó la audición para ello y se estrenó en el papel el domingo pasado durante la representación de la obra, producida por LetsGo, en Vigo. San Martín debutó en 2008, a los 16 años, en High School Musical y fue gracias a aquella experiencia que conoció, por primera vez, el auditorio del Kursaal. 17 años después, San Martín ha vuelto a Donostia para representar el papel de sus “sueños”. Lo hace con mucha más experiencia, forjada en otros musicales como West Side Story, Los miserables, Golfus de Roma o El médico, pero también después de haberse licenciado en canto clásico y haber comenzado a transitar por el camino de la ópera y la zarzuela.
Se acaba de incorporar al rol de Christine Daaé, protagonista de ‘El fantasma de la ópera’. ¿Cómo accedió al papel?
Hubo una audición hace un mes y medio aproximadamente porque iba a haber cambio en los titulares. Fue una audición pequeñita pero, por fin, la pasé. Fui intentando aceptar de antemano que era posible que no me seleccionasen. Pero sí que lo conseguí.
¿Cómo fueron los ensayos?
Fue un proceso acelerado. Comencé con Silvia Montesinos, que es la nueva adaptadora del libreto y la directora asistente. Ella se entregó mucho y todos los que nos incorporamos en este momento hicimos una versión reducida de la obra y, al poco, llegó el resto de la compañía para hacer la versión completa.
Debutó como Christine, el domingo de la semana pasada, en Vigo.
Aunque el debut fue en Vigo, en una de las funciones de Burgos me preguntaron si me veía con ganas de ir probando. Dije que sí y me lancé. Esta experiencia es como meter el pie en un sueño largamente deseado.
¿Soñaba con interpretar este papel?
He tenido la suerte de interpretar papeles importantes en multitud de obras de compositores maravillosos. En el último tiempo, mi carrera la había enfocado hacia el mundo de la lírica, de la ópera y de la zarzuela. Pero tenía esta espina clavada en el corazón. Tenía claro que si algún día tuviese la oportunidad de asumir el rol de Christine, iba a cogerlo fuese como fuese. Llevaba soñando muchos años con este personaje.
¿Había audicionado ya para ello?
En varias ocasiones, en audiciones en el extranjero, me quedé varias veces en las finales. He estado apunto de lograrlo varias veces y a lo grande, además. Siempre fue casi, pero no; pero eso pensaba que no iba a poder hacerlo.
Pero lo hizo.
Cuando por fin sucedió, tuve una mezcla de incredulidad y sensación fantasiosa de cumplir un sueño. Hasta que hice la primera función, algo de mí no se lo quería creer. Mi mente me estuvo protegiendo todo el rato de entrar en la posibilidad de lo que me estaba pasando, hacer de Christine.
¿Cuántas veces había visto ‘El fantasma de la ópera’ antes de protagonizarla?
Dos veces en Londres, hace años, y 800 veces en el vídeo del 25º aniversario de la obra original con Ramin Karimloo y Sierra Boggess (ríe). La tenía fresca, sobre todo, en inglés. Además, participé en la versión sinfónica que montó Liceo de Moguer, cuando la representó con otra letra durante una semana en Madrid. Ahí fue cuando se me acabó de encender algo en la cabeza y cuando llegué a la conclusión de que debía hacer este personaje, porque una cosa es verlo y otra cosa es transitarlo.
¿Qué es lo que le atrae tanto de este espectáculo?
Muchos elementos. Por un lado, la partitura de Andrew Lloyd Webber me encanta. Por otro lado, yo que soy gallega, El fantasma de la ópera cuenta con un halo de misterio que me resulta muy atractivo. Hay algo de un pseudo clima emocional lleno de misticismo, un triángulo amoroso, las dualidades por las que atraviesa Christine... que me atrapan mucho. Interpreto a un personaje complejo que, a medida que avanza la obra, comienza a dudar de si el fantasma es un espíritu enviado por su padre o un humano. Claro, si es un humano, estamos hablando de una persecución en toda regla. Toda esa confusión que la embarga, también me interesa.
Entiendo que otro de los factores atractivos es el propio fantasma.
Esa cuestión que trata la obra, que antes se daba más pero aún hoy sucede, sobre la doble condena que sufren las personas que viven con deformidades, cicatrices por abrasión o que se alejan de la normatividad estética. Me gusta que se aborde y también muestre a un personaje atribulado psicológicamente al haber sido tan rechazada por su deformidad. A su vez, me resulta muy interesante cómo el personaje de Christine navega entre la compasión y el instinto de supervivencia.
Hablamos de un musical que se estrenó hace casi 40 años en el West End londinense. En este tiempo se han hecho varias versiones, también en el Estado, y Christine ha tenido multitud de encarnaciones. ¿Qué le aporta Ana San Martín a este personaje?
Cada actriz y cada cantante tiene su esencia, va más allá de lo que uno quiera aportar. Sin querer uno deja su huella. Más allá de eso, creo que, por un lado, las cosas que tengo por aportar es el respeto y el amor profundo hacia la obra. El personaje de Christine vive rodeada por los misterios que la envuelven y fascinan. Tiene una curiosidad muy viva, pero también frescura y en esta versión le damos esa posibilidad de madurar y ser fuerte. Aunque ya estuviese escrito, nos han permitido subrayar las cualidades de fortaleza de Christine. Por otro lado, también tengo para aportar mi formación: me he licenciado en Ópera y, a la vez, llevó muchos musicales encima. Es decir, a nivel vocal tengo bastante formación –aunque es algo que no se acaba nunca, siempre puede ir a más–, pero creo que es muy positiva la combinación de haberme licenciado en canto clásico y también en interpretación, en una escuela de Londres. Humildemente intento darle a esta Christine todo lo que he aprendido hasta ahora.
¿Es el de Christine un papel vocalmente exigente? Está casi todo el rato en escena, y casi siempre cantando.
Sí, es exigente. Además, el personaje de Christine te exige dominar el registro operístico y también la técnica moderna. Si solo utilizase la técnica clásica para esto, no funcionaría. Christine es el nexo y tiene que cantar desde un lugar más cercano y susurrado. El tener que estar saltando entre técnicas y es algo que exige mucho vocalmente: es más cansado porque exige musculatura diferente.
También se mueve mucho y baila.
Sí, porque Christine es bailarina. Todo el inicio de la obra es exigente físicamente. A su vez, a nivel emocional, cuando te entregas, el cuerpo se cansa. Es como cuando te pasas todo el día llorando y, enseguida, necesitas dormir.
Este viernes tienen dos funciones y mañana, sábado, también. Entiendo, por lo que comenta, que cuando esto ocurre acaba agotada.
Sí, pero también con mucho subidón. El público te da cosas que en una sala de ensayos tú no recibes. A mí el cansancio me suele llegar el día después; de las funciones suelo salir muy arriba, conectada con el público y con la electricidad que te transmite. El cansancio se va achacando conforme pasan los días.
¿Cómo diría que es la química con Manu Pilas, intérprete que encarna al Fantasma?
Muy buena. Yo ya había trabajado con él. Hace años habíamos hecho una opereta de Mozart y con anterioridad también unos conciertos, pero hace tanto tiempo que no recuerdo casi qué cantamos. Siempre nos hemos llevado muy bien y artísticamente conectamos mucho. Es un gran compañero. Estoy encantada
Tiene experiencia en otros musicales, en zarzuela y en ópera pero, ¿cómo es participar en una producción de esta envergadura?
Es una fantasía. En esta versión en concreto, la escenografía está tan trabajada y llena de detalles que piensas que estás dentro de una película. Para el público es un espectáculo muy inmersivo, pero para los actores aún más. Una superproducción es un engranaje complejo y, más allá de la responsabilidad que algo así conlleva, es un auténtico regalo. Es muy mágico que el equipo te lo ponga tan fácil. Además, tengo que destacar el pedazo de elenco. Son buenos compañeros pero es que siento admiración profesional por ellos. Marta Pineda, que es la que hace de Carlotta, es impresionante; Enrique R. del Portal; Omar Calicchio; Guido Balzaretti... Es increíble. E, incluso el coro, con sus personajes más pequeñitos, está lleno de gente con un nivel altísimo.
Su primer papel en un musical lo interpretó a los 16 años en ‘High School Musical’. ¿Siempre deseó dedicarse al canto y la interpretación?
He querido ser artista desde que recuerdo. Cuando era pequeña no hacía otra cosa con mi vida que no fuese cantar, bailar, crear y pintar, incluso (ríe). Mi idea era crear era un espectáculo total, sin saber que eso ya existía. Mi madre un día me dijo que había algo muy parecido a lo que yo quería hacer: musicales. Me llevó a Madrid a ver la versión de La bella y la bestia de principios de este siglo. Fue un enamoramiento profesional muy fuerte. Yo tenía una lista de deseos, de cosas que hacer antes de morir, y una de ellas era actuar en un musical. Efectivamente, la oportunidad me llegó a los 16 con High School Musical. Me seleccionaron para hacer de Sharpey, la diva mala de la obra. Así vine por primera vez al Kursaal, dentro de una gira muy extensa de dos años que hicimos. Desde ese momento hasta ahora, me han pasado mil cosas pero, he tenido la oportunidad de protagonizar unos nueve musicales, muchos en catalán. He tenido la suerte de trabajar mucho.
Aún así decidió estudiar ópera.
Fue en pandemia. Cuando volvió el trabajo postpandemia combiné trabajos, conciertos, algún musical de menor duración... Ahora sigo enamorada de los musicales, porque es algo que he hecho siempre, pero estoy expandiéndome. Por otro lado, mi historia con los musicales es muy intensa. Los amo pero también conozco el precio a pagar.
¿Cuál es ese precio?
Vivir, un poco, al contrario del resto de la sociedad, porque trabajamos cuando el resto descansa. Esto complica las vidas. He de decir que me gusta, porque soy nocturna, aunque no me gusta trabajar en navidades o en vacaciones (ríe). También me gustaría compartir esas fechas con mi familia. Para mí la renuncia más grande es no poder ejercer más mi profesión en mi tierra, en Galicia. Es una vocación tan fuerte que no conozco a nadie que se dedique a esto porque sí o por la fama. Lo duro que es, la exigencia y la exposición constante puede no compensar. Además, es un sector en el que no cesa nunca la incertidumbre.
En el mundo lírico también hay mucha incertidumbre.
No es fácil, pero como estoy empezando a meter el pie en el agua, todavía le veo muchas cosas bonitas. Me parece diferente a nivel técnico, sí, pero también tiene sus similitudes. La zarzuela, por ejemplo, es casi como precursora en el Estado de lo que sería el teatro musical. Tiene texto, canciones, música en directo y baile. Estoy muy sorprendida de cómo se tocan los géneros entre sí, aunque, en ocasiones, la gente quiera encasillarlos. En la compañía, por ejemplo, tenemos a varios intérpretes que vienen del clásico pero hacen una excepción con El fantasma de la ópera, porque es un musical excelente