Los dos grandes triunfadores de la 31ª edición de los premios Goya, Raúl Arévalo y J. A. Bayona, llevan dentro el orgullo de ser chavales de barrio. De barrios populares, humildes. De esos que nacieron de la inmigración que en el franquismo abandonó en masa los pueblos y arribó a suburbios y ciudades dormitorio. Uno creció en el barcelonés Trinitat Vella; el otro, en Móstoles. Uno recuerda el impacto que tuvo en su niñez Superman. El otro no es capaz de acordarse de su primera vez en una sala, pero sí de E. T. el extraterrestre y de ser el socio 131 del videoclub Iris, donde se hinchó a alquilar películas de Bruce Lee.

Anoche sus pasos se cruzaron de nuevo. El primero, el barcelonés, Juan Antonio García Bayona, se llevó nueve goyas con su tercer largometraje, Un monstruo viene a verme, entre ellos el de mejor dirección, en una ceremonia celebrada a tres semanas de que empiece el rodaje de su salto a Hollywood, Jurassic World 2.

El otro, el triunfador de la gala, Raúl Arévalo Zorzo, colocó su película Tarde para la ira en lo más alto, al obtener el galardón al mejor filme. El palmarés lo completaron los premios a mejor guion original, dirección novel (segundo cabezón para Arévalo) y mejor actor de reparto (Manolo Solo).

Arévalo soñó durante años con dirigir una película. En medio se cruzó la actuación, y a ella se dedicó, goya incluido por Gordos. El proyecto de Tarde para la ira es un sueño acariciado durante nueve años. Y ese primer largometraje cierra en cierto modo un periodo de su vida, que comenzó a sus 11 años, cuando realizó su primer corto, Super Agente 000, en el mismo corral de la casa de su abuela (en el pueblo segoviano del que procede su familia, Martín Muñoz de las Posadas) en la que se rodó una de las secuencias inolvidables de Tarde para la ira.