NO se crean que nos hemos colado de sección y nos hemos pasado a la deportiva, al ciclismo, tan potente estos días con el apasionante Tour. Lo cierto es que nos viene muy bien el símil txirrindulari de nuestro titular. Como sabe todo quisqui, el maillot verde en esa prueba ciclista y en otras es el jersey que se le adjudica al ganador de la clasificación por puntos. Es decir, es un reconocimiento a la regularidad.

Que es precisamente lo que se puede predicar de este asador-restaurante, sito en las faldas del monte Ulia donostiarra, que hoy glosamos. No es el más innovador, ni una estrella mediática, ni la originalidad es una de sus características, pero todo lo que hacen, lo bordan. Empezando por liderar en la capital guipuzcoana una especialidad más propia de otros lugares: el asado de excelentes gorrines y lechazos al más puro estilo castellano (que se sirve estrictamente de encargo) en su admirable horno de leña. Pero esta casa es mucho más que eso.

Sus patrones son desde hace unos años la pareja formada por el cocinero Alberto Sánchez y Marian García -ésta con total mando en sala- y ofrecen una culinaria y unas prestaciones de mucha categoría. Comenzando por las materias primas inmaculadas y continuando con un servicio como pocos podemos encontrar por estos andurriales. Se conjugan la amabilidad (rara avis en los últimos tiempos) con un gran rigor profesional. Pero, sin duda, su primer atractivo es el de la manduca, que aquí resulta, no por conocida, menos gratificante. Así, podemos comenzar un gran fiestorro culinario con su recomendable ensalada de bacalao o cualquiera de las otras: de bogavante, la de langostinos en tempura de pistachos o la templada de pulpo. Muy recomendable el arroz cremoso con chipirones. El pudin de rape es cuanto menos honrado -que no es poco- y suculentas son las setas a la plancha con refrito de ajos y gambas al txakoli.

Resulta original su jamón cocido en horno de leña y fuera de carta es deliciosa la morcilla burgalesa atinadamente especiada con rica piperrada. Los pescados a la parrilla, entre los que destaca el besugo -suponemos que tarifeño- de buena calidad son de obligado cumplimiento. Aparte de las carnes reseñadas y oficiadas a la perfección en su horno de leña, podemos disfrutar de su chuleta de carne roja que, sin exagerar, roza la perfección, tanto de profundidad de sabor como de punto de brasa. Una alternativa atrayente resultan las carrilleras estofadas con delicado toque de foie gras. Por si fuera poco, los postres son de campeonato. Livianos y por ello modernos. Y hay que hacer sitio para ellos aunque estemos hasta las cejas. Empezando por un exquisito tiramisú (sobran dedos de una mano para encontrar otro similar), por no hablar de la sutil espuma de crema catalana en pan de especias o el flan de naranja con torrija caramelizada, así como el jugoso brownie con mousse de chocolate y frambuesa aligerado con un sorbete de coco. Muy cambiantes y sugerentes sus menús diarios. La carta de vinos -con precios moderados- cumple con creces y el servicio -nada envarado- siempre está atento a la jugada. La amplia y distinguida terraza veraniega cubierta es un aliciente añadido que obliga -para evitar quedarse colgados- a reservar con tiempo. Un sitio que nunca defrauda.