Cuando todos los pronósticos apuntaban a la supremacía y al triunfo holgado de Vingegaard, le ha aparecido un adversario muy correoso, que ayer le trató de tú a tú en la subida al Angliru, derrotándole en la meta. Me equivoqué al escribir que me parecía que el danés quería dejar sentenciada la Vuelta en el coloso asturiano. Que parecía hacer teatro, para crear tensión dramática, para ganar atención, para dar un golpe maestro definitivo en el durísimo puerto que es el Angliru, y así parecer más épico. Él mismo había dicho que deseaba vencer en la cima asturiana, para brindar su triunfo a su hijo que cumplía un año. Sin embargo, no pudo. Me alegra cuando una figura de su talla no puede, porque eso lo vuelve más terrenal, más cercano a nosotros, que tantas veces no podemos. No podemos alcanzar una meta trazada, no podemos llegar adonde deseábamos, no podemos seguir la rueda de un compañero más fuerte que nos encontramos en la ruta, no podemos cumplir lo anhelado. Es como nosotros, que no siempre, o mejor dicho, pocas veces, alcanzamos los sueños, los deseos. Ayer, ese Vingegaard más humilde fue incapaz de soltar a Almeida, ni siquiera de atacarle. El portugués fue el justo vencedor. Se puso a tirar con un ritmo intenso cuando arrancó la parte más dura del puerto, a siete kilómetros de la meta, y nunca pidió un relevo. Fue descolgando a todos excepto al danés, que no le pasó ni una sola vez en toda la ascensión. Tampoco se le puso en paralelo, enseñándole la rueda, para mostrarle que iba tan fuerte como él. Hubiera sido injusto que venciera Vingegaard, y creo que él mismo, un caballero, lo sintió así y no disputó el sprint en la cima.
Ha nacido en esta Vuelta otra enconada rivalidad, la de Almeida y Vingegaard. Las rivalidades a dúo son un clásico en el ciclismo, y le han dado mucho aliciente, picante, a este deporte. Existen rivalidades muy conocidas en la historia: como la de Coppi y Bartali que simbolizó las dos almas de una Italia que convivía con distintos valores, la progresista y la conservadora; la de Bahamontes y Loroño; la de Anquetil y Poulidor; o la de Merckx y Ocaña. Algunas rivalidades aparecen en el ocaso de un campeón hegemónico, y dan juego a sus últimos años de corredor, como la de Hinault, con Fignon y luego con Lemond. Y algunas surgen eventualmente, en el fragor propia batalla, como las de Pantani y Ulrich; Contador y Schleck; o Pogacar y Vingegaard. Y ahora, cuando el danés parecía tener despejado el horizonte de la Vuelta, con la ausencia Pogacar, siendo los dos únicos protagonistas de los últimos cinco Tours de Francia, le aparece Almeida.
El portugués es un tipo duro, infatigable, muy fuerte mentalmente. Es habitual que empiece los puertos de montaña descolgándose y que, a su ritmo, llegue a la cabeza. Un ritmo que ya no baja, que mantiene constante pase lo que pase, como ayer. Miro su personalidad, y me pregunto si tiene algo que ver con el hecho de ser portugués, pues es un carácter muy parecido al de varios de sus compatriotas ciclistas. Similar al estilo de Agostinho, aquel gran campeón que murió dramáticamente al cruzársele un perro en un sprint de meta y provocar su caída. Aparentemente se encontraba fuera de peligro, pero falleció a los dos días por una fractura de cráneo, consecuencia del accidente. Agostinho y Almeida son calcados, ciclistas de aquellos que ponen un ritmo y lo mantienen firme como el rumbo de un barco bien sujeto al timón. No aceleran ni deceleran, pero nunca desfallecen. Otros corredores portugueses actuales, como Morgado u Oliveira, también tienen un pedalear, una consistencia parecida, son gente muy dura, resistente, no son ciclistas que cambien mucho el paso, no les gustan las aceleraciones, pero lo aguantan todo. Son como la tierra y el pueblo de Portugal.
Esa rivalidad nueva deja una Vuelta más interesante. Con varias citas decisivas, ya sólo entre ellos dos, tras caerse el británico Pidcock de la disputa. Mañana será la primera gran prueba, con la meta en La Farrapona, tras el enorme desgaste de fuerzas que el Angliru supone para las piernas de todos los corredores. La Farrapona, otra montaña asturiana, es dura, pero es un puerto con características más propias del ciclismo que el Angliru. Con porcentajes entre el 8 y el 10 % durante diez kilómetros. Mientras que al Angliru, sus largos tramos con más del 20 % lo hacen una subida más propia de bicicleta de montaña, inhabitual y extraña para los ciclistas profesionales. Por eso mismo, a veces lo que pasa en este puerto es algo singular, de lo que no se pueden sacar conclusiones categóricas.
La polémica entre Ayuso y Almeida en el seno del UAE se presta a equívocos. El otro día leía un titular de prensa donde se decía que Ayuso y Almeida habían roto sus relaciones. Yo me froté las manos, creía que se trataba de los dos líderes, presidenta autonómica y alcalde, de la casposa y rancia derecha madrileña. Por desgracia, vi que no era así, sino que el artículo hablaba de la discrepancia entre los dos ciclistas que llevan los mismos apellidos en el seno del equipo de los Emiratos Árabes. No nos caerá esa breva.