A pesar de que cerrará sus puertas el día 31, este martes tuvo lugar, con la asistencia de más de 150 personas, la fiesta de despedida de la Sidrería Yumay de Avilés, un banquetazo en toda regla en el que los que tuvimos la fortuna de asistir dimos cuenta de una ración completa de jamón Cinco Jotas, una impresionante mariscada individual con bogavante, nécora, gambones y percebes, pulpo a feira, cordero asado “a la estaca” a voluntad y un “Quirós”, postre avilesino similar al “Escocés”.

Esta bacanal fue sufragada al 100% por los propietarios del restaurante, Justo García Castrillón y Lola Sánchez Hernández y cada asistente recibió, además, un libro conmemorativo de 104 páginas elaborado por Daniel García, hijo de la pareja. 

Este alarde de generosidad fue el agradecimiento de Justo y Lola a una clientela fiel que no solo ha sostenido el negocio, sino que ha acudido formal y puntualmente a todos los actos que se han organizado en este restaurante que además de una referencia gastronómica ha sido un agente social y cultural en todo el principado

Tras acudir a la monumental fiesta, quedé con Justo para desayunar y entre sorbo y sorbo de café fue rememorando el medio siglo de historia de su restaurante.

La historia del Yumay está indefectiblemente unida a Justo y Lola, pero ellos no estaban en la ecuación cuando se fundó en 1975. Justo había nacido en 1959 en Teijedo, una pequeña aldea cercana a la Pola de Allande, y fue el undécimo de 13 hermanos. “Fui uno de los que vino de propina” bromea. Con 5 años se trasladaron a Avilés y sus padres, Manuel y Esther, llegaron a dirigir un bar de manera efímera. Pero fue en el 75 cuando uno de sus hermanos, Ovidio, tuvo la idea de abrir un bar en Villalegre, barrio periférico con gran densidad de población. 

Una idea visionaria

“La de mi hermano fue una idea muy avanzada”, recuerda Justo: “una cervecería basada en un modelo que había conocido en Ibiza”. El éxito, sin embargo, no vino de la cerveza, sino de una máquina de asar pollos. “La gente entonces apenas bebía cerveza. Era algo que sólo se hacía cuando hacía mucho calor. Pero máquinas de pollos podría haber cuatro en todo Asturias, y tuvo una gran acogida”, recuerda. 

Así las cosas, Yumay se convirtió en el bar de la zona, el “chigre” del barrio, como dicen en Asturias, lugar de reunión de los vecinos donde se bebía sidra, se charlaba, se jugaba a cartas y se disfrutaba de una cocina muy regional: “algún pote, lacón, hígado, tortillas…”. Ovidio murió muy joven pero la familia estaba para entonces totalmente implicada en el proyecto. “Mis hermanas, Mari y Tersi, ayudaban a mi madre en cocina y han seguido aquí hasta el final, y yo empecé también desde crío. Cuando la familia está incorporada, los negocios triunfan” reflexiona sobre un modelo en vías de extinción. 

La etapa actual del Yumay se inicia a partir de 1990. Justo hizo la mili en Murcia y conoció allí a Lola, que dejó un buen puesto en una empresa de importación de fruta para venirse al norte. Lola, desconocedora de la cocina asturiana, fue formada por su suegra y demostró tener una excelente mano que le llevó a ser reconocida como miembro del prestigioso Club de Guisanderas de Asturias. El Yumay, por su parte, había conocido una gran reforma pero la definitiva vino en el 90, cuando Justo se hizo cargo del local, aumentando su capacidad de 50 a 150 comensales y transformándolo en la sidrería actual, ya que como buen asturiano la sidra ha sido siempre una de sus grandes pasiones. “Si he sido feliz en este trabajo ha sido cuando he acudido con los amigos a los llagares a comprar la sidra. Íbamos a Tiñana, a Villaviciosa… y siempre he tenido buenas marcas”.

Con Lola al mando Yumay fue creciendo gastronómicamente. “Lola ha sido una trabajadora incansable y una gran organizadora que muchas veces trataba directamente con los clientes”, afirma Justo. Y además de la oferta diaria fueron añadiendo productos muchas veces asociados a jornadas sobre los mismos. Así, el Yumay ha acogido jornadas dedicadas al pulpo, al arroz, al jamón ibérico, al oricio, a la carne a la brasa, al cordero a la estaca… todo ello motivado por la curiosidad y la inquietud culinaria de Justo, y su aplastante lógica: “Cuando te gusta un producto y quieres incorporarlo a tu carta y hacerlo bien, lo mejor es organizar unas jornadas. Traes a un especialista y aprendes de él cómo tratar el producto, cómo cocinarlo, cómo llevarlo en el día a día…”.

Las jornadas propiciaron que Justo conociera a Carlos Guardado, miembro entonces de la Cofradía del Colesterol e incansable agente gastronómico asturiano con el que se animó a crear la Cofradía de Gastrónomos del Yumay, inicialmente vinculada a la sidra pero que ha abarcado una cantidad mucho más amplia de productos. Desde ella se han impulsado gran cantidad de eventos y reconocimientos con las correspondientes entregas de premios que han convertido al Yumay en centro de mil celebraciones. De hecho, aunque cierre sus puertas, Justo quiere mantener la entrega anual del Jamón de Plata Grande Covián, un reconocimiento que esta sidrería ha tenido año tras año con gentes del mundo de la ciencia y la medicina. “Son gentes desconocidas para el público general pero que son imprescindibles, trabajan en el mundo del ADN, de las vacunas, de la cura de enfermedades raras… Siempre he estado muy orgulloso de entregar ese premio”, afirma el restaurador.

50 años son muchos y los recuerdos y las emociones se agolpan en la mente de este empresario que en 12 días pasará a engrosar el mundo de los pensionistas. “Hemos pedido la jubilación para el 1 de enero pero de aquí a fin de año trabajaremos todos los días. Solemos cerrar martes y miércoles pero este año toca Nochebuena y Nochevieja así que abriremos. De hecho, el 31 lo tenemos completo para cenar.” 

No hay marcha atrás. Cuando se apaguen las campanadas de 2026 y los ecos de la sobremesa, Yumay cerrará, definitivamente, la persiana. “De momento no hay continuación. Ha habido gente interesada pero se asustan al ver las dimensiones de esto”, sonríe Justo. Y es que sin el modelo familiar y sacrificado que lo ha sostenido durante cinco décadas es complicado sacar un negocio así. Por eso, el mayor agradecimiento de Justo, que no quiere dar nombres por miedo a dejarse a alguien en el tintero, es a su familia, a sus hermanas Mari y Tersi en la cocina, a su hermano Carlos en sala desde el 2000… ellos han sido y son el alma y el esqueleto de este templo del buen comer que tanto se va a echar en falta