La Vuelta recién terminada nos ha brindado una preciosa carrera, y su piedra angular ha sido el australiano Ben O’Connor. Gracias a él, a su escapada en la que sacó una buena renta de minutos, hemos podido disfrutar de una Vuelta llena de distintas alternativas y de variables ofensivas, en el afán de sus rivales por desbancarlo. Los ataques de un Enric Mas desconocido con sus arrancadas en los puertos; el de Carapaz de lejos, a la vieja usanza; y las distintas suertes de Roglic, desde sus demarrajes explosivos en los últimos metros para llevarse etapas y bonificaciones en las cumbres, hasta su ataque subiendo Moncalvillo. Un ataque al estilo Indurain, Armstrong o Froome, sin demarrar, intensificando el ritmo frenético que habían puesto sus compañeros, Daniel Felipe Martínez y Vlasov, y que había dejado solos a los tres compañeros, destacados. Me recordó una etapa del Tour con meta en el col de la Piedra de San Martín, donde Froome, precedido de Richie Porte y otros compañeros, hizo exactamente lo mismo. Ahí sentenció Froome aquel Tour, y Roglic esta Vuelta. Eso ocurrió el antepenúltimo día, hasta ese momento Ben O’Connor iba perdiendo tiempo, pero resistiendo. Y, como ya apunté, la distancia lograda por Ben era tanta que les iba a costar quitársela, y sólo lo ha podido hacer Roglic. Me alegro por O’Connor, que logra un merecido segundo puesto, y reivindica a los humildes, diciéndonos que, con valentía y buenas tácticas, se puede revolucionar cualquier prueba

Y, por si faltara emoción, en la víspera del final de la Vuelta apareció un brote de salmonella en el equipo de Roglic. Saltaron todas las alarmas. Sus escuderos más importantes, Daniel Felipe y Vlasov, los que habían puesto al pelotón patas arriba subiendo Moncalvillo, no podían con su alma al día siguiente. Daniel Felipe se tuvo que retirar, y Vlasov terminó como pudo, muy atrás. Por suerte para el esplendor de la prueba el virus no contagió a Roglic, lo que hubiera supuesto una gran injusticia, otra más a sumar en su carrera, plagada de desgracias, como las caídas de este año en la Itzulia y el Tour que le llevaron a la retirada. Por eso mismo, me alegra mucho el triunfo del esloveno, porque se lo merece y redime sus episodios de mala suerte. Con éste es su cuarto triunfo, y adquiere el récord, igualando a Roberto Heras, aunque hay que decir que con más mérito y autoridad para el esloveno, pues la Vuelta de 2005 que tiene Heras en su palmares es discutible moralmente. Tras su victoria fue descalificado por un positivo por EPO en la penúltima etapa, desposeyéndosele del título, y pasando éste al ruso Menchov. Sin embargo, Heras impugnó y recurrió esta resolución en los tribunales civiles, que le dieron la razón por un problema de procedimiento y custodia de las pruebas, y devolvieron el galardón a Heras.

Este año ciclista 2024 se va a cerrar con el triunfo en las tres grandes carreras por etapas de corredores de Eslovenia: Pogacar en Giro y Tour, Roglic en la Vuelta. Es espectacular cómo, un país pequeño como ése, abastece de corredores de tanta calidad como los mencionados. ¿Es un asunto de suerte? ¿O de un buen trabajo del deporte base, en el ciclismo de ese país? No tengo las respuestas, pero sin duda es sorprendente.

Viví el final de la Vuelta en Madrid, viéndola en directo. Igual que el verano significa un hito cada año en nuestras vidas, con actividades, escapadas, viajes, que sólo nos permitimos en esas fechas vacacionales, y que nos marcan, nos construyen; ver la Vuelta en su etapa final en directo es otro hito para mí. Me gusta ver pasar a los corredores, y, pese a tener mucho bagaje ciclista, nunca deja de sorprenderme la velocidad a la que van, pasando por delante de uno como una estrella fugaz. El domingo más todavía, al tratarse de una contrarreloj. Pero me gusta más todavía acercarme a curiosear en los camiones y coches de los equipos. Ahí se pueden ver de cerca, e incluso tocar, las maquinas sobre las que han corrido los campeones, la bici de Roglic, la de O’Connor, la de Mas. Y me gusta especialmente porque se puede comprobar la diferente madera que tienen las estrellas del ciclismo. No están endiosadas como las del fútbol. Son asequibles, cercanos. Allí estaba Mikel Landa con una sonrisa perenne, Mikel, más popular aún estos días gracias a su gesto viralizado, cuando bajando hacia el autobús tras terminar la etapa en el alto del Cuitu Negru, se paró para empujar a sus compañeros retrasados. Algo que lo situó en el nivel de cualquier aficionado. Si te topas por suerte con cualquier ciclista de postín y le saludas, no te devuelve una mala cara. No parecen sentirse superiores a ti, a nadie. Por suerte, me cruce con Adam Yates, que, muy simpático, me permitió tomarle una foto con mi hija; a la que también fotografié con otro corredor joven que dará que hablar, cuarto en la crono final y campeón mundial sub-23 hace un par de años, el italiano Filippo Baroncini. Los campeones ciclistas, de cerca, se muestran como seres terrenales; quizá son ángeles sobre la bici, pero ángeles fieramente humanos, como dijo nuestro gran poeta Blas de Otero. 

Eskerrik asko, Ben!