Ya está aquí la Vuelta, y con ella un aire de derrota, triste, decadente, que nos empapa, el del final de las vacaciones que se acerca, y que hay que sacudirse, expulsarlo, para poder disfrutar hasta el último momento de la libertad del verano. Le pasa a la Vuelta por su ubicación en el calendario, en el declive de agosto y el comienzo de septiembre; y por el propio acontecer ciclista, pues llega tras Clásicas, Giro, Tour, vueltas de una semana, y este año las Olimpiadas; es decir, con casi todo el pescado vendido, y queda lo que queda. Igual que tras un verano intenso en enamoramientos, fulgores, descubrimientos, nos cuesta aceptar la pérdida y volver al orden. Y después de este buen verano ciclista, más, tras la exuberancia de Pogacar, los destellos de clase de Evenepoel, la resurrección de Vingegaard. Sin ellos en liza, la Vuelta queda resignada a un combate entre iguales, lo que, a pesar de la merma de glamour y calidad, quizá redundará en una mayor competitividad. Como vimos en la contrarreloj inicial decantada por escasos segundos entre McNulty, Vacek y Van Aert. En esa igualdad, mi titular representa una toma de partido, a favor de la justicia, por Roglic, tras su mala fortuna, con su temporada atravesada por dos graves caídas, la de la Itzulia y la del Tour de Francia; caídas de las que siempre se levanta y vuelve. Es mi favorito y mi preferido; es un ejemplo para los chavales, porque nunca se viene abajo, nunca culpa a nadie si se cae, y en cuanto está recuperado, regresa con una sonrisa. La Vuelta ha arrancado en Portugal. No sé si en homenaje a su Revolución, en el 50 aniversario de la Revolución de los Claveles que puso fin a la dictadura más larga de Europa, mayor que la nuestra del franquismo; no lo sé pero para mí es así, y siento que en ese gesto hay un homenaje secreto a ese importante hecho histórico. Portugal, un país vecino pero bastante desconocido, en lo cultural, político, y también en lo ciclista. Un país con una gran pasión ciclista autárquica, que históricamente ha salido poco de sus fronteras, pero que ha tenido mucha popularidad interna. Lo vimos ayer con la cantidad de gente al borde de la ruta, en una etapa tediosa, quizá por el calor sofocante, de las que ya no se veían, en la que el sprint, y el cambio de líder a favor de Van Aert, fueron los únicos alicientes. Un ciclismo con grandes corredores que salieron de su país, como el gran Joaquim Agostinho, a cuya figura la organización ha rendido un homenaje al hacer pasar la carrera por su pueblo natal, Torres Vedras, en el cuarenta aniversario de su dramático fallecimiento. Agostinho era un ciclista rocoso, que llegó tarde al pelotón, a los 25 años, recomendado por un amigo que vio en él unas portentosas cualidades físicas, una vía de llegada que no es infrecuente en el mundo ciclista, como fue también el caso de Peio Ruiz Cabestany. Antes, Agostinho, había sido enviado, en su servicio militar, a Mozambique, donde se vio atrapado en la guerra de independencia colonial, que la revolución portuguesa liberó. Agostinho fue segundo en la Vuelta, venciendo en cinco etapas, y dos veces tercero en el Tour. A sus 41 años sufrió una caída en un sprint en la Vuelta al Algarve, a 300 metros de meta. Se levantó, montó en su bici, terminó la etapa, y se fue al hotel. Se negó a ir al hospital, pero los dolores de cabeza persistentes le hicieron cambiar de idea. Le detectaron una fractura de cráneo. Fue trasladado 300 kilómetros en ambulancia hasta Lisboa, pues no había helicóptero, y en el Algarve no había especialistas de neurocirugía. A pesar de ser operado, falleció. Entonces no se llevaba casco. Otro asunto, que por momentos ha parecido una serpiente de verano, ha sido el caso Ayuso. Su equipo, el de los Emiratos Árabes, le ha castigado sin disputar la Vuelta, a pesar de haberse perdido el Tour al retirarse enfermo, por su indisciplina en el Galibier, donde no cumplió su labor de tirar del paquete, como sus compañeros Almeida y Yates. De una manera sibilina dijeron que había corrido para él, y no para el equipo, reservándose en el grupo. Me parece demasiado castigo, y pienso que debe haber alguna tensión añadida que desconocemos. Ahora, tras el arranque, su director ha dicho algo que nadie cree, que estuvo entrenando y que no se encontraba en condiciones, y que por eso salió de la alineación. Recientemente hice un estudio para un libro sobre las Olimpiadas Populares de Barcelona de 1936, organizadas para oponerse a las oficiales que se disputaron bajo el régimen hitleriano. Y este argumento me ha recordado un caso, el de la saltadora de altura Gretel Bergmann, judía, excluida del equipo alemán pese a tener el récord nacional de salto. Ante los interrogantes internacionales, que ya tenían la lupa puesta sobre el racismo y la xenofobia del régimen de Hitler, los responsables deportivos nazis dijeron que fue excluida porque estaba enferma, y no estaba en condiciones de competir. Algo que era mentira, y que ella negó tiempo después, sin miedo por encontrarse ya fuera de Alemania. El miedo es enemigo de la verdad.