En Mario Cipollini todo resultaba excesivo. Su palmarés, con 161 triunfos, un Mundial, 42 etapas del Giro, 12 del Tour, 3 de la Vuelta o una Milán-San Remo era una hipérbole. La expresión de un velocista supersónico, exagerado, como sus apodos. El Rey león, por la majestuosidad del animal y su melena, Il bello, por su belleza y Supermario, por sus poderes al sprint.

Eso es lo que asomaba en su fachada de sex symbol del pelotón. Debajo de esa capa, de ese maquillaje de estrella rutilante también se supo de otros nombres. María y CP. Así aparecía en los programas de dopaje de Eufemiano Fuentes. 

No era lo único que ocultaba Cipollini, el velocista histrión, tan pendiente de su figura, un narciso sin límites. El italiano, exitoso, un imán, se convirtió en una marca. Ahora ha quedado marcado después de ser condenado a tres años de prisión por maltrato a su exmujer, Sabrina Landucci, a la que amenazó de muerte, además de propinarle patadas y puñetazos.

Así lo recoge la sentencia del tribunal de Lucca, en Italia. La resolución judicial también contempla una indemnización de 80.000 euros para Landucci y 5.000 para su pareja actual. Lejos de los días de gloria, Cipollini ha quedado al descubierto. Retratado en su peor pose. 

AMENAZA CON UNA PISTOLA

“Estábamos en nuestra casa de Monte San Quirico y acabábamos de tener nuestra enésima discusión. Mi marido había llegado a casa al amanecer y yo sospechaba de una infidelidad. Cuando se lo comenté me golpeó y me arrastró por la habitación. Me apuntó con una pistola cargada en la sien. Y no era la primera vez. En otra ocasión me persiguió con su arma”, relató Landucci durante el juicio según recogió el Corriere della Sera.

Enamorado de sí mismo, Cipollini no solo era el mejor esprinter de la época, también era uno de los capos del pelotón, que es una sociedad en sí misma con distintas castas y clases sociales. Depredador, violento, ganador nato, Cipollini gobernaba desde lo alto de la cadena trófica. Con ese ascendente, en un ambiente que exudaba machismo, Cipollini se convirtió en una figura intocable a pesar de un comportamiento censurable y reprobable con las mujeres. 

LEY DEL SILENCIO

Fueron demasiados sus episodios de tocamientos al más puro estilo Berlusconi o Trump. Nadie le ponía freno en el pelotón. La omertá también servía para esto. A Cipollini todos le reían las gracias y quién no, simplemente miraba hacia otro lado. “Las cosas de Mario, ya se sabe”, era el pensamiento recurrente en aquellos años en los que el italiano era venerado con fervor. El velocista amasaba victorias, gloria y mujeres en su hoja de servicios. 

Fue capaz de fugarse en una etapa, una locura para un esprinter, para que un coche de su equipo le llevara al aeropuerto a tiempo para encontrarse con una mujer con la que había tonteado. El episodio corresponde al Tour de 1992 que partió desde Donostia y sirve para enmarcar al personaje, un ciclista que trascendía, convertido en algo similar a una despótica y caprichosa estrella de cine. Cipollini era desmedido, vivía muy rápido, y nadie osó frenarle en seco. Continuó con sus desmanes sin que recibiera ni un solo reproche. Para entonces ya estaba casado.

VIOLENTO

Cipollini contrajo matrimonio con Sabrina Landucci en 1993. Tuvieron dos hijas. En 2005 se separaron. La Gazzetta dello Sport narró que mientras ambos convivieron hubo episodios de malos tratos, pero su mujer no denunció al velocista para no arruinar su carrera deportiva. En 2016, durante el proceso de divorcio, ella dio un paso adelante y, valiente, denunció a su marido.

La sentencia recuerda que Cipollini apuntó a Landucci con una pistola y la amenazó por llevar una minifalda. Controlador y celoso enfermizo, seguía con el coche a su exesposa mientras ella salía con una amiga. Le asediaba. En 2017 todo se precipitó con la denuncia firme de Landucci. 

La acusación recogía entonces que Landucci fue víctima de “una serie de actos que dañaron la integridad física y psíquica de su exesposa con puñetazos, bofetadas, patadas, con lesiones y amenazas de muerte”. Probados los hechos, un tribunal de Lucca ha condenado a Cipollini, de 55 años, a tres años de cárcel por maltrato y lesiones a su exesposa.

La sentencia de primera instancia también ha establecido una indemnización de 80.000 euros para ella y de 5.000 euros para la pareja actual de ésta, Silvio Giusti, que también fue agredido por el exciclista. Es el resultado del esprint más sucio de Cipollini.