bourg-les-valence. Quizás porque sólo haya una cosa más dolorosa para un ciclista que correr el Tour, no correrlo, estar fuera, no existir, el irracional placer del martirio, bramó ayer Frank Schleck desde Luxemburgo, su clavícula trizada sujeta por ocho clavos, irremendables sus sueños esparcidos por el adoquín, y dijo que el Tour, ni siquiera el Tour, tiene derecho a jugar con la vida de los corredores. Y como si le hubieran escuchado, por la tarde el Tour pone sobre la mesa el debate de la seguridad y la vida en Bourg-Les-Valence, donde gana Cavendish su tercer sprint y se monta un jaleo tremendo en el que el chico malo, por una vez, no tiene nada que ver.

Esta vez es Mark Renshaw, su lanzador, el gamberro que a 200 metros de meta, el pelotón lanzado, las fieras desatadas, trata de sacar de la trayectoria, a cabezazos, tres, a Julian Dean, que quita el viento a Tyler Farrar. Los jueces, durante un tiempo, barajan la expulsión del kamikaze británico. Piensan: el combate pugilístico entre Barredo y Rui Costa, ahora esto? La cosa se nos va de las manos. Se les va. 200 francos de multa por conducción temeraria. Un periodista viajado frunce el ceño y dice que, aunque el calor sea el mismo de siempre, corren otros tiempos en el Tour.

Antes de que decidan, otra periodista mordaz le explica a Cavendish, que hace denodados esfuerzos por disfrutar del tercer triunfo de una manera tan simple que la resume en algo tan sencillo y plano como "estoy feliz, el equipo trabajó bien", lo que ha ocurrido y la posibilidad de que su infatigable lanzador se marcha a casa por marrullero. "No compartimos esa visión", dice el chico sin mojarse, quitándose del medio ahora que por una vez el escándalo no va con él. No puede evitarlo. El periodista trata de enredarle. Le explica que al decir que no comparte la visión crítica con Renshaw, lo que realmente está diciendo es que no cree que los comportamientos temerarios como el de su chico pongan en peligro la seguridad de los demás ciclistas.

Y ahí, Cavendish no se contiene porque no está entre sus cualidades mantener la sangre fría, la mente serena, menos que el calor viscoso que hace, y salta, reprende al periodista y le grita malhumorado, visceral, que si rebobina su grabadora digital, no encontrará ningún frase en la que él diga nada semejante. Ciertamente, nadie podrá acusar hoy a Cavendish de apología de la violencia.

Cuando no existían grabadoras ni ordenadores ni internet, en los años 80, por ejemplo, periodismo de papel, bolígrafo y la Olivetti, estaba Laurent Fignon siempre dispuesto a dar una pincelada macarra a las crónicas, un escupitajo, un desplante, una mirada de hielo. Fignon, que sigue comentando algunas de las etapas del Tour para la televisión francesa mientras lucha estoicamente, el mismo orgullo que le hizo campeón ciclista, contra el cáncer, no entiende el ciclismo de ahora. No comprende que Andy Schleck, líder del Tour, baje al coche del equipo y haga de aguador para sus compañeros. Dice el parisino que eso es algo inexplicable.

De otra época es también Laurent Jalabert, que entre otras muchas cosas maravillosas, dejó para deleite de la nostalgia una etapa de fantasía cuando el Tour de hace quince años, el último de Indurain, corría por el horno del Macizo Central, un sorbo de fuego en cada aspiración, una soledad terrible la del navarro, que se ahogó tras salir a tanto ataque y tuvo que dejar marchar al francés con Perón, Neil Stephens y Melcior Mauri, entre otros. Llegaron a tener once minutos de ventaja. Y Jalabert, a ser virtual líder del Tour.

Los pactos apagaron el fuego. Indurain ganó el quinto; Jalabert, en el aeródromo de Mende. Allí aterriza hoy el Tour. Pero los líderes no están para épica. "La llegada a Mende no me gusta, pero de todas formas serán los Pirineos los que decidan", dice Andy. "Las diferencias en tres kilómetros no deben ser excesivas", explica Samuel Sánchez. Corren otros tiempos en el Tour.

Sobre las 19.00 horas llega un nuevo comunicado de los jueces. Han revisado el vídeo de la llegada y cambian de opinión: expulsan a Renshaw. El periodista desencantado suspira aliviado. Quizás hoy se vea ciclismo de otro tiempo.

"Mark luchó con Julian Dean para abrirme la puerta y ayudarme. Creo que Julian puso su codo y si Mark no lo hubiera empujado, se habrían caído los dos. Él hizo lo que pudo para evitarme problemas. Tengo suerte de tener a alguien capaz de hacer eso por mí. Mark maneja muy bien la bici y es muy fácil seguir su rueda. Está bien seguir ganando, tengo un grupo de corredores incondicionales y hay que darles las gracias".