Vivir es fácil con los ojos cerrados. El título del tema se le ocurrió a John Lennon, un genio que cerró los ojos e imaginó un mundo perfecto con Imagine, una canción que ausculta la realidad para dibujar una utopía. Un sueño. Cuando abrió los ojos, a Lennon le asesinaron a balazos en el portal del edificio Dakota. David Chapman, un fan, le descerrajó cinco tiros por la espalda.
En el Tour también los ciclistas cierran los ojos, lo hacen con fuerza, para sortear las balas de la realidad, la metralla de las caídas, el desasosiego que provoca la estampida de una manada suelta, el chirrido de los frenos de disco, el contacto con los codos, el choque de carneros con manillares de carbono y la amenaza de las ráfagas de Viento. El Tour exige vivir deprisa con los ojos cerrados. Es necesario el coraje de la fe ciega.
Fue un ensayo de la ceguera el comienzo en Lille, donde los más rápidos querían serlo aún más, cegador el amarillo que envuelvió al líder inaugural del Tour, Jasper Philipsen, que logró la victoria al esprint en un grupo escueto que nació entre los abanicos y la ambición de Jonas Vingegaard.
Es el Tour una carrera loca, como aquellos carruajes que conquistaron el Oeste al galope. Es salvaje el primer día de la Grande Boucle, donde los mejores, los que cierran los ojos evocando a París, como si fueran poetas visionarios, cruzaron los dedos para atravesar deprisa el día que mide a un pelotón ansioso, nervioso, tenso, volcánico, repleto aún de la fuerza y la ferocidad del amanecer donde se anunciaba el viento.
Ah, el viento, siempre pendenciero, traidor y caprichoso. Sopló lo necesario para alzar el vuelo de Tadej Pogacar y Vingegaard y para que se llevara como cometas sin hilo a Evenepoel, Roglic, Lipowitz, Skjelmose, Almeida y Carlos Rodríguez, que se dejaron 39 segundos en los abanicos que generó el Visma en el extrarradio de Lille, donde abrió las alas, victorioso, Philipsen, uno de los velocistas que leyó correctamente el cambio del viento y el movimiento de la muchachada del danés. Enric Mas, que entró con los máximos favoritos, también sonrió. Al igual que Jorgenson.
Philipsen, con autoridad
Establecido en el selecto club de los mejores, el belga se procuró el primer maillot amarillo en una esprint limpio, donde quebró la esperanza de Girmay, que se vistió de verde el pasado curso. La tercera plaza se la quedó Soren Waerenskjold.
De luto por se trajearon Evenepoel y Roglic, confundidos, desmadejados tras la orden de Vingegaard cuando olió el viento de costado y a 17,5 kilómetros de Lille dispuso el espíritu de combate del Visma, codicioso, siempre metido en carrera.
Pogacar, agarrado a Wellens, se posó en paralelo al danés en un par de zancadas. El esloveno, que defiende corona, no perdió el hilo del metraje. Alcanzó con facilidad a Vingegaard. Le tocó el hombro. Enemigos íntimos, campeones de cuerpo entero, se entendieron con la mirada el campeón del Mundo y el danés. Ambos colaboraron en la cadena de montaje de los relevos dando ejemplo.
En ese primer grupo, una central de vatios capaz de iluminar Lille, dio luz a sus candidaturas mientras sombreó a Evenepoel y Roglic, que en el primer combate recibieron un buen trallazo en el mentón. La ley del Tour es implacable. El belga y el esloveno, que buscan el podio, arrancaron con retraso entre ráfagas de viento. Cortado su hilo de vida en los abanicos.
En el túnel del viento, Philipsen contaba con Groves y el caballo de tiro de Van der Poel para lanzarle a la décima victoria de etapa en el Tour. El rasguño por el filo del viento se hizo brecha y no había costureros capaces de remendar el desgarro. Evenepoel, Roglic y otros aristócratas sufrieron el apagón.
Tour de Francia
Primera etapa
1. Jasper Philipsen (Alpencin) 3h53:11
2. Biniam Girmay (Intermarché) m.t.
3. Soren Warenskjold (Uno-X) m.t.
4. Anthony Turgis (TotalEnergies) m.t.
5. Matteo Trentin (Tudor) m.t.
6. Clément Russo (Groupama) m.t.
7. Paul Penhoët (Groupama) m.t.
8. Matteo Jorgenson (Visma) m.t.
95. Alex Aranburu (Cofidis) a 39’’
122. Ion Izagirre (Cofidis) a 2:14
General
1. Jasper Philipsen (Alpencin) 3h53:01
2. Biniam Girmay (Intermarché) a 4’’
3. Soren Warenskjold (Uno-X) a 6’’
4. Anthony Turgis (TotalEnergies) a 10’’
5. Matteo Trentin (Tudor) m.t.
6. Clément Russo (Groupama) m.t.
7. Paul Penhoët (Groupama) m.t.
8. Matteo Jorgenson (Visma) m.t.
97. Alex Aranburu (Cofidis) a 49’’
124. Ion Izagirre (Cofidis) a 2:24
Se deshilacharon mientras Pogacar y Vingegaard tejían una caudalosa bolsa de segundos a favor de sus intereses en un día loco, con numerosas caídas, afectado en la última Ben O'Connor, en un sálvese quién pueda.
Las caídas marcaron a Bissegger, Ganna, Lipowitz y Nys en el caos que gobierna el azar, el giro de una ruleta de casino donde todos los números tienen cabida y nunca se sabe si hay premio o derrota. Ganna, dolorido, tuvo que abandonar. Bissegger también tuvo que retirarse.
No existen dorsales ajenos a ese baile frenético, donde se dispara la adrenalina. La locura desatada desde el inicio en el norte de Francia, lunáticos a pedales que aúllan al sol, que huyen y escapan de un incendio que ellos mismos provocan con la antorchas de la inquietud y de la pasión.
Una jornada caótica
Ardían a modo de bengalas los que cuidaban a Pogacar, los que protegían a Vingegaard, los que guarecían a Evenepoel y los que cobijaban a Roglic. El Tour es una pira. Una Noche de San Juan sin promesas. Es la hoguera de las vanidades, donde se quemó Lipowitz tras pinchar en su primer Tour cuando amagó el viento entre los campos de trigo y cereal. La Grande Boucle no da la bienvenida a nadie.
Es un anfitrión demasiado exigente e importante. Lo exige todo. Un sacrificio sin contraprestaciones. A empellones se tasaban los mejores equipos. Las armaduras de Pogacar y Vingegaard, impolutas. La fuga primigenia se consumió como un cigarrillo fumado a mordiscos, sin inhalar. Masticado. A cara de perro.
Quedaron el humo y las cenizas del esfuerzo flotando en el aire denso. Presionaba el pelotón, enajenado en cada pulgada como si el mundo fuera a estallar un centímetros después. Es probable que el planeta se acerque a eso.
Después de que todo fuera dejar atrás el fuego, por un instante, entró un chasquido de sentido común, pero ya lo escribió Walt Whitman, el poeta estadounidense. “Sí, me contradigo. Y ¿qué? Yo soy inmenso y contengo multitudes”. Bob Dylan cantó después esos versos.
El Tour contiene multitudes, es un mundo fragmentado. Así que Thomas y Vercher, que tenían medio minuto de renta, se trastabillaron en un esprint sobre el adoquín de la cuesta empedrada del Mont Cassel.
El Tour y su tendencia a jugar a ser dios. El maíz, alborotado el peinado por el viento de costado, era una bandera de peligro que revolvió el pelotón, que se troceó un instante por el entusiasmo de la muchachada de Evenepoel. Pogacar y Vingegaard estaban unidos por el cordón umbilical del estatus. No se concedían ni un palmo. Siameses.
A Simon Yates, que padeció una avería mecánica, también le colonizó la sensación de sofoco y desasosiego. Penalizaba Lenny Martinez, siempre persiguiendo, con el rostro blanco de los sustos y el malestar en cada fotograma. Amainó el viento, convertido en brisa. Con la tregua se parcheó el pelotón con la tirita de cierta serenidad. Era una trampa.
La calma era el anuncio de la tormenta que se desataría en el ojo del huracán. De la sacudida definitiva. El viento reservó otro instante cuando Lille era una promesa. El Tour cerró los ojos y giró el viento, jugando a la gallinita ciega. Eligió la gloria para Philipsen y los réditos para Pogacar y Vingegaard. La pesadilla atrapó a Evenepoel y Roglic. Se trataba de vivir deprisa con los ojos cerrados. Al abrirlos, todo era distinto.