Igual que a finales de junio llega cada año el dulce olor del los tilos, con su perfume de miel y madera, como anuncio del verano; llega cada temporada el Tour para señalarnos que ya estamos de nuevo en la parte más ociosa del año, donde se despierta el ansia por lo nuevo, por viajar, por conocer, por amar; pero también por repetir los placeres, lo que nos hace felices, libres como en ningún otro momento del año. Así es el Tour, donde la permanencia, el pasado, las raíces, lo que nos ancla, conviven con las emociones de lo nuevo, los descubrimientos. La historia, con los nuevos campeones que se abren paso, más la incertidumbre de la resolución, como es la esencia del deporte. Quizá esas razones, la ubicación en el calendario, y su parecido con la vida, hacen que haya permeado en nuestra alma.
El Tour de 2025 presenta un recorrido muy clásico. A diferencia de las últimas ediciones, en las que se introdujo la montaña en las primeras etapas, como ocurrió en la edición de hace dos años, cuando partió de Bilbao; y en la pasada cuando salió de Florencia. Este año tiene una decena de etapas llanas antes de adentrarse en las dificultades orográficas. Diez etapas, con una contrarreloj entre ellas, en las que se desgastarán las fuerzas frente a los vientos del norte de Francia, entre Normandía y Bretaña, y en las innumerables rotondas de las carreteras francesas en su paso por los pueblos. Un riesgo, en estas etapas llanas, tan nerviosas, son las caídas, que ayer dejaron fuera de la carrera a dos ilustres, al italiano Ganna, y al suizo Bissiger. Tras estas etapas, el Tour pasará por las tres cordilleras francesas, el Macizo Central, los Pirineos, y los Alpes. Con etapas durísimas, y con una llegada en la cima de ese coloso aislado, el gigante de la Provenza, el Ventoux.
Antes de ver la primera etapa, concedía opciones para disputar el Tour a quienes todos sitúan como aspirantes sólo al tercer puesto, a Evenepoel y Roglic. Sin embargo, tras ver la etapa, no les concedo ninguna posibilidad de disputar el Tour frente a Pogacar o Vingegaard, por lo mal que corrieron, sus equipos y ellos, sobre todo ellos. Si se quiere ganar el Tour, y los principales adversarios son el esloveno y el danés, que han vencido en las últimas cinco ediciones, no se puede estar lejos de ellos a menos de veinte kilómetros de meta, que es donde se produjo el ataque, con un abanico propiciado por el aire de costado. Vayan donde vayan los compañeros, los líderes deben estar vigilándose, casi a rueda, como hacen Vingegaard y Pogacar. Así se podrán escapar otros, pero no ellos. Y cuando se produjo ese corte, anunciado por el viento y una carretera estrecha, Evenepoel y Roglic andaban en cola del pelotón. Así no se puede ganar un Tour. Vingegaard y su equipo se mostraron como los más combativos y fueron quienes realizaron el ataque, lo que indica que parte con ambición, sin complejos ante Pogacar, lo que promete un Tour espectacular.
Hasta ahora vimos lo que pasó en la prueba previa, en el Dauphiné Liberé, donde Pogacar fue superior a Vingegaard, pero eso no es del todo categórico. “El Tour es otra bestia”, como respondió Armstrong a un periodista, cuando le preguntó si tenía miedo de Iban Mayo para el Tour, cuando el vasco le derrotó en el Dauphiné de 2004. Y así fue, el resultado de aquel Tour no tuvo nada que ver con lo que pasó el Dauphiné.
No quiero ser aguafiestas, pero en estos días previos se han oído cosas raras en relación con el ambiente ciclista, que recuerdan a los tiempos más sombríos del dopaje. Según un reportaje de Radio France, el director jefe del UAE, Mauro Gianetti, involucrado personalmente en un feo asunto de doping en 1998, se habría encargado de silenciar a los médicos que le trataron con amenazas y demandas millonarias. Así como a borrar todos los rastros de aquel asunto en los canales de Internet. Sobre este tema del dopaje, yo percibo una falta de interés de los medios para tocarlo.
Hoy en día, cuando supuestamente se informa de todo, ni siquiera se nos enseña cómo se hacen los controles, dónde, cuándo. Antes, algún reportero mostraba a los ciclistas a los que les había tocado el control, cómo esperaban en la cabina para orinar, y luego entregar la muestra. Era un elemento informativo más del ciclismo, sin que ello supusiera ninguna sospecha. Ahora, vemos a los ciclistas hacer rodillo tras la etapa para rebajar el acido láctico, pero no conocemos nada más.
Sabemos por la información de la UCI que se tomarán 600 muestras de orina y sangre a los corredores a lo largo del Tour. Son los datos oficiales, pero echo en falta a periodistas insumisos, que indaguen, que vayan más allá. Este tipo de periodismo resulta incómodo, y ha sido sustituido por las noticias de agencia, que siempre son de parte, y que nos hablan de los conflictos según su interés. Solamente en aquellos tiempos sombríos del dopaje camuflado, se tambaleó el salvavidas del Tour. Espero que no vuelvan, para que, como Humphrey Bogart, podamos seguir adelante sabiendo que siempre nos quedará el Tour.