La historia del Medina-San Sebastián, un equipo femenino amateur que compitió en los años 60 y 70 del siglo pasado, es la de unas jóvenes que fueron pioneras en el balonmano femenino de Gipuzkoa. En una sociedad “machista”, en la que “el papel de la mujer en el deporte era pura anécdota”, una quincena de chicas guipuzcoanas, la mayoría de Donostia y Errenteria, se empeñaron en jugar a balonmano. Y lo hicieron muy bien: en 1973 ganaron su primera Liga y al año siguiente compitieron en la Copa de Europa. Y repitieron después, con otro título en 1975 y de nuevo una clasificación para la competición continental.

Cinco de esas jugadoras -Izaskun Calleja, Juana Mari Roldán, Cristina Patús, Maite Unanue y Mari Carmen Roldán (ha faltado a última hora Mariví Cortés, enferma)- han comparecido este jueves en Juntas Generales de Gipuzkoa para recibir un merecido reconocimiento institucional y de paso contar su historia, indispensable para conocer los éxitos actuales del balonmano femenino, personificados en el Bera Bera. Cabe destacar que, desde que a mediados de los años 60 el Medina San Sebastián empezó a competir, “siempre” ha habido un equipo femenino en la máxima categoría del balonmano estatal.

Empezamos a juntarnos en el año 1966. Éramos chavalas de 20 a 22 años que veníamos de varias disciplinas deportivas en los colegios. Nos empezamos a juntar en una pista al aire libre que había en Anoeta y allí entrenábamos. Nos lo pasábamos muy bien y fuimos mejorando. Siempre quedábamos campeonas de Gipuzkoa, aunque el Pasajes y el Aiete, que eran lo otros equipos fuertes del territorio, nos lo ponían muy difícil”, ha iniciado su relato Cristina Patús, que ha ejercido de portavoz del resto de jugadoras.

Como campeonas de Gipuzkoa, empezaron a jugar “la fase del sector”, que era lo que daba la clasificación al campeonato estatal de la máxima categoría. En 1970 alcanzaron las semifinales, en 1971 fueron subcampeonas y en 1973 ganaron la liga. “Al ser el primer año en el que se había instaurado como liga nacional, ganar nos dio derecho a jugar en Europa”, cuenta Patús. Una experiencia que repitieron tras ganar de nuevo la liga en 1975.

La primera vez nos tocó jugar en Suecia y la segunda en Austria. El nivel deportivo que nos separaba de las europeas era grande y sabíamos que no podíamos superar las eliminatorias, pero dimos la cara”, recuerdan estas pioneras, que, más allá de ganar o perder en estas aventuras continentales, se quedan con la experiencia: “En aquel momento no se viajaba tanto y fueron dos salidas maravillosas. Entonces nadie en Gipuzkoa había alcanzado esas cotas”.

Viajes de 16 horas en autobús

Su entusiasmo era máximo. “Pese a todas las incomodidades (cancha al aire libre, falta de material de gimnasio, balones de cuero que pesaban el doble cuando llovía, duchas con agua fría o viajes de hasta 16 horas en autobús para jugar en Galicia o Andalucía, lo que les hacía llegar ya “agotadas” a los partidos, y el hecho de tener que compaginarlo con sus respectivos trabajos) pasamos a entrenar tres días a la semana. Nos decían: Estas tontainas lo van a dejar enseguida. Pero no fue así. Seguimos jugando. ¿Por qué? Porque nos gustaba. El ambiente era buenísimo”.

No sorprende los “comentarios machistas de todo tipo” que recibían: “Era una sociedad machista. Nos decían de todo, cosas que no eran agradables. Tuvimos que superar obstáculos como no cumplir el estereotipo de cómo debía ser la mujer en su aspecto físico. El balonmano es un deporte de contacto que exige fuerza y potencia, y que no encajaba en el canon de mujer femenina de la época”. Lo que sí tuvieron todas ellas fue “el apoyo familiar”, indispensable para seguir: “Gracias al deporte tuvimos la libertad de tener una vida social activa que no se estilaba en la época, viajar solas...”.

“Un grupo ante los prejuicios de la época”

Ese contexto social que nos tocó vivir da verdadera relevancia a los triunfos que logramos en esos años. No fue fácil y no somos ni conscientes de las barreras mentales que derribamos. Ahora se llama empoderamiento. Éramos un grupo potente frente a los prejuicios de la época”, han añadido. Desde luego, el carácter se les sigue notando 50 años después.

Cristina Patús, que luego fue entrenadora, ha querido destacar también el nivel deportivo que atesoraba el equipo: “Teníamos dos porteras extraordinarias, Izaskun Calleja y Mamen Celarain, las dos internacionales, no os imagináis lo que paraban. Teníamos seis jugadoras internacionales, dos torres de 1,80 de altura que cerraban la defensa, también una pivote y unas extremos buenísimas. La base éramos entre 14 y 16 jugadoras”.

Esta plantilla se sigue juntando “una vez al mes” para recordar épocas gloriosas: “De lo que más orgullosas estamos es de mantener la amistad. Todas jugamos más o menos durante diez años, algunas más. Y a día de hoy mantenemos la actividad física: senderismo, bicicleta, natación, kayak, esquí… Nos sentimos de maravilla, y eso que algunas estamos más cerca de los 80 años que de los 70, igual es por aquellas duchas frías”, han bromeado.

Quieren contar su historia en un libro

Estas mujeres quieren reivindicar su lugar en el deporte guipuzcoano. Por ello han pedido en Juntas Generales ayuda para “presentar su candidatura al premio Carmen Adarraga (que reconoce a mujeres que han abierto camino a otras generaciones de chicas en el deporte) y también para “crear un libro” en el que contar su historia: “Recopilar material es un trabajo ímprobo, nos gustaría que nos ayudaran a hacerlo. Lo comenzaríamos con el balonmano a 11 que se jugaba antes que nosotras y lo cerraríamos con Reyes Carrere, que es la persona que consiguió que empezara a profesionalizarse este deporte”. Y es que la evolución del balonmano en el territorio no se entiende sin estas pioneras: “Pusimos nuestro granito de arena para que las mujeres de hoy tengan más oportunidades”.