Un terremoto de magnitud 3.9 ha sorprendido esta noche de lunes a Pamplona y su cuenca. El epicentro, según los primeros reportes, ha tenido lugar a las 22.45 horas en Lizoain. Y le han seguido dos réplicas de 3.2 y 2.7 en apenas media hora.

Este movimiento sísmico ha sido ampliamente sentido en toda la zona de Pamplona y alrededores, hasta ubicaciones lejanas como Sangüesa, Tafalla, Burguete o Irurtzun.

Minutos después se sintió una réplica de 3.2 con epicentro en Lizoáin (rebajado desde 3.1, la primera medición). En esta ocasión ha sido reducido el número de personas que han notificado al Instituto Geográfico Nacional haberlo sentido.

Minutos después se sintió una réplica de 3.2 con epicentro en Lizoáin (rebajado desde 3.1, la primera medición). En esta ocasión ha sido reducido el número de personas que han notificado al Instituto Geográfico Nacional haberlo sentido.

Desde marzo de 2017 y en diferentes episodios, la zona NE de Pamplona tiembla con pequeños terremotos que a veces sobresaltan a la población. A finales de agosto y principios de septiembre de 2020 se sintieron en toda la comarca de Pamplona una docena de seísmos (de los más de cien sucedidos), cuatro de ellos con cierta intensidad (Int.>III). Casi el 90% sucedieron entre los días 30 y 31 de agosto. El mayor alcanzó una magnitud mbLg 4,0 con intensidad IV y fue ampliamente sentido desde Gipuzkoa hasta Cintruénigo, desde Iratxe hasta Gallús. La zona que tiembla está entre Lizoáin, Esteríbar y Egüés.

Un poco de historia, información facilitada por el geólogo Antonio Aretxabala. Varias ciudades englobadas en el área sísmica pirenaica han sido golpeadas en el pasado por terremotos destructivos. De ellos, al menos cuatro grandes terremotos lo han hecho con magnitudes de 6 a 7 e intensidades VIII a X durante los últimos siete siglos, el último hace más de 260 años; aun así, no se han desarrollado planes especiales de carácter urbanístico o de inspección técnica de edificios acordes con esa realidad natural, especialmente en poblaciones con más de 10.000 habitantes de Navarra, Gipuzkoa o Araba.

El fenómeno sísmico es recurrente en nuestra comarca, es quizás más notorio en la capital por aglutinar el mayor número de edificaciones y más de la mitad de la población de toda la Comunidad Foral. Los terremotos han coexistido con nosotros. Nos preceden. El terremoto histórico que más sobresaltó a la población de Pamplona fue el 10 de marzo de 1903, cuando la ciudad estuvo más de tres horas recibiendo impactos; en San Sebastián, Sangüesa o en Gallipienzo se rompían cristales y caían cacerolas. Entonces no existía el concepto de magnitud. Charles F. Ritcher apenas tenía 3 años.

Fue en 1923 cuando el geofísico de Ohio entregó la tesis doctoral con su famosa escala basada en la energía liberada. Ese año por primera vez un periodista canadiense vino a cubrir las noticias y actos de la que repuntaba ya como la famosa fiesta de la capital de Navarra, estaba alojado con su mujer en el hotel La Perla, cuando el 10 de julio a las cinco y media de la mañana un temblor de intensidad y duración importantes (al que siguieron dos años de réplicas) fue la causa por la que se anulasen algunos actos sanfermineros. La crónica del día lo recoge y la firma el alcalde don Joaquín Iñarra. Había sido en el pueblo de Martes -a la cola del embalse de Yesa- y había alcanzado una intensidad de VIII. Su magnitud estimada estaría entre 5,5 y 6. El periodista se llamaba Ernest Hemingway y la experiencia parece que no le disgustó.

En el año 1982, coincidiendo con el Mundial de Naranjito, se sucedieron varios terremotos, entre Puente la Reina y Pamplona, que asustaron a la ciudadanía. Entonces las primeras televisiones portátiles para ver los partidos en la calle hicieron su aparición; a algunas personas lo de volver a casa les daba cierto respeto tras cada sacudida. Las torres de Barañáin, recién construidas, oscilaron más de 10 centímetros. En octubre de 1998, Lizarraga registró un terremoto de escala 5,2 que se mantuvo doce años en el podio de la sismicidad ibérica, hasta 2010. Aunque alcanzó una intensidad sólo de V, se notó ampliamente en toda Navarra y Euskadi. Al darse en una zona alejada de poblaciones importantes no produjo grandes daños.

En septiembre de 2004 Lizoáin tembló y Nagore días después, en ambos casos con magnitudes 5,3 y 5,2 según la escala que utilizaron nuestros vecinos del norte para confeccionar sus normas de construcción. Los terremotos con más de 500 réplicas fueron disparados por el primer llenado de Itoiz. Hoy es parte de un itinerario internacional de expertos que estudiamos la sismicidad inducida debida a nuestras actividades.

El 14 de febrero de 2013 comenzó una crisis sísmica entre El Perdón y Etxauri tras unas lluvias récord con colapsos de oquedades salinas que estimularon la zona, especialmente la falla de Beriáin y la de Etxauri. Más de 300 temblores mantuvieron a la población en alerta hasta el verano. Se creó incluso una comisión en el Parlamento de Navarra tras dos los impactos principales, uno en marzo y otro en abril, de escala 4,2. En el verano de aquel año todo se olvidó con el paso de la tormenta sísmica.

El 10 de marzo de 2017 comenzó otra crisis sísmica con otro terremoto de 4,2 e intensidad VI. El seguimiento desde entonces nos muestra que alcanza nuestros días y acompaña como una partida de ping-pong al enjambre que ha brotado estos días en Lizoáin.

¿Qué podemos aprender del enjambre de 2020? Primero, la sismicidad es un fenómeno natural típico de la zona. Siempre nos acompañará. Segundo, no conocemos bien las fallas sismogenéticas: no hay estudios dedicados, pero sabemos que son muchas y no muy largas, por eso no generarán grandes magnitudes. Debemos olvidarnos de la franja denominada falla de Pamplona como culpable de casi todos los temblores navarros que los medios repiten sin ninguna justificación; es un accidente tectónico prácticamente fósil, las fallas que actúan por encima -asociadas a los diapiros salinos como el de Salinas, Etxauri o Alloz- son de mucha más reciente formación. Y tercero, el 10 de marzo de 2017, el terremoto de magnitud 4,2 sucedido en la zona de Egüés y Esteribar que hoy tiemblan con la de Lizoáin, generó una aceleración horizontal del suelo de 0,16g (g es la aceleración de la gravedad), cuadruplicando así lo esperado en la norma de construcción NCSE02 vigente desde 2002 (duplicó la actualización no obligatoria de 2012 para la comarca de Pamplona). Es una noticia buena porque nos indica que nuestra ciudad aguantó bien algo que no esperábamos. Nuestras construcciones son robustas.

Esta vez, el pasado 30 de agosto de 2020, un terremoto de magnitud 4,0 -comparable a una bomba atómica como la de Hiroshima- ni se ha acercado a 0,01g. Cada tres o cuatro años recibimos uno o dos impactos 4,0-4,5, y cada diez a veinte años algún 4,5-5,0. Así que si un M4,2 cuadruplicó la aceleración contemplada en la norma sismorresistente, uno de magnitud 5 o más podría causar daños, algunos barrios de Pamplona no saldrían tan airosos como hemos estudiado y publicado. Lizarraga, Lizoáin y la zona de los epicentros de 2004 ya lo superaron. Sus grietas son como nuestras arrugas o cicatrices.

Los próximos días. Es probable que en los próximos días el ruido de fondo (pequeños temblores imperceptibles) continúe e incluso se sientan otros. Debemos acostumbrarnos a vivir con ellos, no nos van a abandonar. Las edificaciones antiguas ya tenían un diseño sismorresistente heredado de nuestros antepasados (el caserío vasco o pirenaico es simétrico en planta y en alzado y los materiales se ajustan a las deformaciones y esfuerzos generados) y las nuevas construcciones de hormigón -en la mayor parte de los casos- cumplen las normas vigentes desde los años sesenta del siglo XX.

Por tanto, cuatro son los factores que van a determinar la amenaza sísmica repartida en el tiempo en un determinado lugar y para una población concreta:

  1. La actividad sísmica local es la más importante de las cuestiones a considerar, por eso conocer y no olvidar la historia es vital.
  2. Las características del terreno que acogerá las ondas, la geología, la topografía, las formaciones cuaternarias locales (terrenos sueltos) y la interacción terreno-cimiento.
  3. La posibilidad de ocurrencia de sismos a determinada distancia de la ciudad, es decir, la presencia de accidentes tectónicos destacables cerca de los núcleos englobados en su zona de acción, los cuales, en interacción con los terrenos que acojan las ondas con características dinámicas determinadas, pueden amplificar la aceleración en superficie.
  4. La educación sísmica de la población, una cultura que salva vidas.

La amenaza y la vulnerabilidad son variables que dependen la una de la otra. Los terremotos y las tipologías de suelos o rocas, por sí mismos, no tienen por qué ser una amenaza para la ciudad. Las tormentas, las nevadas, el viento, son también fenómenos naturales que de por sí no son dañinos, hemos aprendido a convivir con ellos. Para que se produzca una desgracia tienen que darse cita una serie de componentes físicos, sociales y culturales que se mantengan expuestos y que no se hayan identificado. Un edificio o un barrio puede ser vulnerable a un tipo de terremoto mediano, pero a otro de mayor magnitud y diferente manera de propagación no tiene por qué serlo. Probablemente no sería tan dañino un terremoto de magnitud 6 en las Bardenas como uno de magnitud 4 bajo la plaza del Castillo.

Una de las mejores herramientas para evaluar y actuar en consecuencia es la zonificación geotécnica-sísmica; es un pronóstico basado en los accidentes tectónicos, el estudio de la historia y las características dinámicas de los terrenos, una división que puede hacerse por barrios, manzanas... Nos permite conocer el medio sobre el que construimos nuestras casas, barrios, negocios, en definitiva, nuestro hábitat. Debemos mantener la idea de que ciertas disposiciones y actitudes a la hora de asumir este fenómeno natural pueden paliar los efectos negativos de un evento catastrófico y nunca deberemos descartarlo.