- Les cuento una pequeña miseria personal. El viernes pasado apoquiné 30 euros de vellón por un lote de cinco test de antígenos. La unidad me salió a seis pavos, justo el doble que los anteriores que compré en la semana previa a las navidades, y que se me fueron entre "por si acasos" de mi núcleo familiar y aledaños. Pese al sablazo, me daba por relativamente cubierto, cuando por puñetera casualidad, me encontré en una esquinita perdida de la actualidad con la noticia de una marca concreta de test (Genrui) retirada del mercado por las autoridades sanitarias españolas tras comprobarse que sus resultados eran tan fiables como una escopeta de feria. El kit de los demonios tiene la mala leche de indicar falsos positivos, como si no tuviéramos la incidencia por la estratosfera. Y sí, lo han adivinado: esa cajita que pude mercar después de patearme un puñado de farmacias de mi entorno viene rotulada con la firma de marras. Cuando entregue esta página, habré de vérmelas con el boticario para que me devuelva la pasta a cambio del envase afortunadamente sin abrir.

- Es solo un sucedido de entre los miles a los que la ciudadanía se ha visto abocada desde que se abrió la veda del autodiagnóstico. Que no diré yo que fuera una mala idea o que no hubiera buenas razones para poner a disposición del personal un método de conocer si le había tocado la lotería vírica. Ha ocurrido, como en tantas ocasiones, que las mejores intenciones han alicatado hasta el techo el infierno. La peña, necesitada de un detente-bala, una coartada para no sentirse culpable de haber llevado a los suegros al otro barrio o, simplemente, de no verse menos que el vecino, se tiró (nos tiramos) en plancha a por el juego de bastoncitos y el marcador de resultados. Fue una especie de reedición de la fiebre por el papel higiénico del principio de la pandemia.

- ¿Al final para qué? Pues para obtener unos resultados literalmente de andar por casa. Negativos que al día siguiente son positivos. Positivos que al rato son negativos. O indicadores que no señalan ni que sí ni que no, lo que anima a la libre interpretación o a hacerse otra prueba, no vayamos a joderla. Eso, con las autoridades sanitarias sin saber qué hacer o dejar de hacer con los resultados, más allá de apuntarlos en la barra de hielo. Por si faltara algo, con el precio de un bien que no ha demostrado su utilidad hasta un 300% más caro que en los países del entorno. Cuando el mal está hecho, dice Sánchez que va a vigilar para que no haya abusos, ya si eso.