En la selva de la tele, junto a la bendita información, hay también especies carroñeras. Las hemos visto revolotear sobre el barro de Valencia, como hace años en Euskadi. Destaca entre los necrófagos Pablo Motos, destronado con El Hormiguero y sus entrevistas a famosos que promocionan novedades. Se olvidó del buen rollo que añadía contenido y, desquiciado por su narcisismo, hizo suya la misión de trumpear y polarizar el país bajo el patrocinio de Atresmedia. Conduce junto a Vicente Vallés y Matías Prats una bandada insaciable de carroña. Lo de Iker Jiménez es de traca. No conforme con los ovnis y otros fantásticos embustes, el gasteiztarra ha absorbido el rencor al emigrante, el negacionismo climático, los bulos y el carroñerismo en pandemias y catástrofes. Todo ingrediente hostil cabe en su potaje. Sus colaboradores de ultraderecha hacen el trabajo sucio y él les jalea como voceros de la rabia. Entre Cuarto Milenio y Horizonte, ambos en Cuatro, vemos a Iker trazando su caricatura personal al gusto de las letrinas. ¿Qué necesidad tenía de cambiar los fantasmas por un activismo buitrero? ¡Ah, pero el FesTVal 2024 de Gasteiz premió a Jiménez y Motos! A Sonsoles Ónega le ha sentado mal ganar el Planeta con una novela rancia, porque desde entonces se conduce impertinente, como si presintiera que su luz se apaga con la frivolidad de Y ahora Sonsoles, de temas rosas y riñas vecinales. ¿Dónde quedó su sobriedad de reportera? De este deterioro se deriva su semejanza con Ana Rosa Quintana, otra voraz carroñera. ¡Con lo útil que hubiera sido para todos en la catástrofe una cierta contención emocional en vez de tanta ira saqueando la esperanza! Y que la solidaridad no constituyese una exhibición banderiza.
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