Dirección y guion: Christopher Nolan. Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Joseph Gordon-Levitt, Ellen Page, Ken Watanabe. País: EEUU 2010. Duración: 148 minutos.

eleer Origen en vísperas del estreno de Tenet, aplazado título de vocación “palindrómica” y víctima, como todo ahora, del Origen

En 2010, el director británico ya había dirigido las dos primeras entregas de su trilogía sobre Batman. Hacía diez de su Memento y ya parecía establecido que su carrera iba a moverse entre sus incursiones en el universo de la DC y el cine de superhéroes junto a obras ¿más personales? como serían Interestelar y Dunquerque. Por cierto, cuando Nolan practica un cine no sujeto a la franquicia de la DC, designa todas sus películas con una sola palabra para su título.

Pero no es este el espacio para diseccionar a Nolan, sino el momento de revisitar Origen, un filme que juega con la paradoja y en el que se proyectan los principales estilemas de un director de prestigio y éxito.

Hace diez años, cuando se estrenó Inception, la palabra “virus” y las frágiles paredes que sostienen lo real frente a lo onírico, la verdad de la mentira, resonaban de muy diferente manera. Ahora, se diría que todo lo acontecido ha redimensionado aquello que constituye la naturaleza de Origen. Se diría que hoy todavía es más pertinente el contenido de su discurso. Sin duda, cabría atribuirle a Nolan ciertas intuiciones propias de un visionario.

El presente redimensiona las principales preocupaciones del cine de Nolan y de ahí que aparezca como una de las miradas más preclaras del paso del mundo. De hecho, es “vox populi” que la industria de la exhibición cinematográfica ha puesto en el estreno de Tenet todas sus esperanzas, es el ultimo cartucho disponible para que el gran público regrese a esas salas de cine a las que ahora parece haber abandonado.

Ahora, la cuestión es que, el tiempo, que todo lo ablanda, nos desvela diez años después lo que entonces parecía menos evidente. La fortaleza del hacer de Nolan reside en su capacidad para encadenar el verbo con la acción; en su habilidad para el espectáculo. Su fortaleza para, a golpe de ritmo, transmitir un aparente vértigo a unos argumentos menos complejos de lo que pretenden. En tiempo de pantallas domésticas, de cine en casa y de visión interrupta, Origen reclama -y reclamaba- la necesidad de todo lo contrario. Su endiablado encadenado no permite desconectar, el barroquismo de su puesta en escena exige una pantalla cuanto más grande mejor y la tensión inherente a su cuenta atrás, ese juego de tres tiempos -en realidad son cuatro e incluso cinco-, provoca una extrañeza que se vive mejor en compañía que solo.

El ritmo de Origen, su anfetamínica carrera, reforzada por la música de Hans Zimmer, comparte con directores como Aronofsky, ese responder al pulso de este tiempo. En el caso de Nolan -y en Origen en particular-, como en el Buñuel imperecedero; el mundo de los sueños, veneno de lo real, campo minado en el que Freud corrió su mayor riesgo, todo lo preside. A Nolan le gustan la paradoja, el bucle temporal y el Welles de Kane y Fake.

Tanto tomó de todos ellos, tanto puso dentro que, probablemente, en un par se semanas, cuando se estrene Tenet será hacia Origen hacia quien se dirigirán todas las miradas. Y Origen marcará la altura a la que se enfrenta un Nolan que, en Dunquerque, dudaba más de la cuenta. Allí, en un relato sobre lo real, parecía confundido y se limitaba a abrocharse al impacto visual, incapaz de forjar un texto más sólido.