Reparar un producto en muchas ocasiones no resulta nada fácil y es una tarea que conlleva multitud de obstáculos en el camino, como diseños que no favorecen la durabilidad, costes que superan a los de un producto nuevo, falta de repuestos, entre otros, a lo que habría que añadir la propaganda en publicidad que gastan los fabricantes, que nos empuja a la sociedad de comprar, usar y tirar, generando una gran cantidad de residuos.
En el caso de los residuos electrónico, en 2022 en todo el mundo se registró la mayor cifra de residuos electrónicos hasta la fecha, concretamente 62 millones de toneladas, según el Observatorio Internacional de estos residuos. Esto supone más de 7 kilos por persona al año, una cifra que sube hasta los 17,6 kilos por persona si nos referimos a Europa.
Con esta basura electrónica se pierden miles de millones de euros en metales valiosos, además de un gran impacto ambiental, y se sostiene un sistema de producción y consumo lineal, cuando el planeta tiene unos recursos finitos. Es la llamada economía lineal que se caracteriza por extraer, producir y desperdiciar.
En la revista Residuosprofesional se publicaba el pasado 28 de julio un estudio que revela que solo el 11% de las y los europeos recicla sus móviles y ordenadores viejos. Según datos Eurostat de 2024 sobre hábitos de consumo de tecnologías de la información y la comunicación (TIC) en la Unión Europea, más de la mitad de los ciudadanos (51%) mantienen en casa sus viejos smartphones en lugar de darles una salida sostenible. Solo un 11% los recicla y un 18% opta por venderlos o regalarlos. Un pequeño porcentaje, el 2%, los desecha directamente sin reciclarlos.
Los comportamientos varían según la edad: el 13% de las personas entre 55 y 74 años recicla su antiguo teléfono, frente al 7% de los jóvenes entre 16 y 24 años. En cambio, los más jóvenes son más proclives a dar una segunda vida a sus dispositivos móviles (23% frente a 12% en los mayores).
Los hábitos con otros dispositivos son muy similares. En el caso de los ordenadores portátiles y las tabletas, un 11% se recicla, un 12% se dona o vende y un 34% permanece guardado en casa. Grecia (20%) y Dinamarca (19%) lideran el reciclaje de estos dispositivos, mientras que Croacia (29%) y Rumanía (18%) destacan en la reutilización.
Más allá del final de la vida útil de los dispositivos, la sostenibilidad también se refleja en la compra. En 2024, solo el 12% de los ciudadanos de la UE consideró el ecodiseño (durabilidad, facilidad de reparación, materiales respetuosos con el medio ambiente) como un factor importante a la hora de adquirir equipos TIC. Austria (62%) y Chipre (41%) fueron los países con mayor conciencia ecológica en este aspecto.
La eficiencia energética del dispositivo (19%), la posibilidad de prolongar su vida útil (10%) y los programas de recogida de equipos antiguos (7%) también fueron valorados, aunque lejos de criterios más tradicionales como el precio (69%), el rendimiento del hardware (53%) o el diseño y la marca (50%).
A todo esto, habría que añadir que, en solo unas pocas semanas, Microsoft impulsará una de las mayores oleadas de desechos electrónicos en la historia reciente. El fin del apoyo a Windows 10 podría suponer el vertido de más de 1,7 millones de toneladas de desechos electrónicos en un planeta ya abrumado por la basura digital, según relata en la red Linkedln el experto en sostenibilidad digital y consultor Pablo José Gámez Cersosimo.
Desechos electrónicos El momento es elocuente y hasta humorístico, si no fuera tan serio: el 14 de octubre de 2025, el día en que comienza esta ola de obsolescencia forzada, no es otro que el Día Internacional de los Desechos Electrónicos.
Según Pablo José Gámez Cersosimo, millones de usuarios reemplazarán dispositivos que aún funcionan perfectamente bien, simplemente porque ya no cumplirán con los estándares de seguridad requeridos. Casi la mitad de todas las computadoras personales en todo el mundo ejecutan Windows 10, y muchas de ellas no se pueden actualizar a Windows 11 debido a estrictos requisitos de hardware.
El hecho de que una actualización de software pueda generar millones de toneladas de desechos electrónicos revela la lógica disfuncional en el corazón de nuestra era digital: obsolescencia incorporada disfrazada de innovación: es menos una actualización que un acto de sabotaje ambiental, silenciosamente normalizado. Pero el problema de la obsolescencia no se limita solo a Windows 10. El auge de la inteligencia artificial generativa está acelerando la demanda de hardware especializado (NVIDIA), como las unidades de procesamiento gráfico. Estos componentes tienen una vida útil muy corta de solo 3 a 5 años (o menos) y, a menudo, se desechan incluso antes por razones técnicas o económicas.
Como se puede ver, las vías para que un objeto se quede obsoleto son varias. Desde que los productos pueden tener un tiempo de vida limitado por diseño, hasta que pueden dejar de ser útiles ante nuevos estándares técnicos, pasando porque no hay recambios o que pueden parecer viejos o pasados de moda por causa de la publicidad y el marketing.
Frente a esto, la reparación es muy importante, por razones de índole social, económica y ambiental. En este sentido, cabe destacar las oportunidades de negocio y de empleo que depara, hasta promover un uso más eficiente de los recursos, reducir los residuos y fomentar un uso prolongado de los productos”.
Hasta la fecha al menos en Europa el derecho a reparar se ha plasmado en su aceptación como tal, y en directivas, pero con poca o nula plasmación práctica. Y la realidad actual, es que la información sigue sin estar disponible, los manuales de los dispositivos están cerrados, las piezas no se pueden conseguir, el software está restringido, los métodos de reparación se complican mucho… Todo esto limita mucho el derecho real a reparar.
Talleres de reparación
¿Cómo podemos reparar? En muchas localidades y ciudades todavía quedan talleres de reparación, de diversos materiales, entre ellos los productos eléctricos, pero son escasos. El relevo generacional, las dificultades para acceder a piezas de recambio, componentes y aplicaciones adecuados para reparar, el coste económico, y la ausencia de incentivos para invitar a la población a reparar, son los principales obstáculos que enfrenta la reparación.
Como iniciativas interesantes, tenemos los Repair Cafés, lugares de libre acceso donde todo gira en torno a reparar cosas juntos, normalmente en un bar o un restaurante, u otros similares, o Traperos de Emaús, e iniciativas profesionales que buscan conectar a los reparadores con las personas que necesitan sus servicios, como GuíaReparaciones.
Sin duda, son necesarias normativas y leyes más firmes que obliguen a los fabricantes a facilitar la reparación, pero también una verdadera cultura de la reparación, incentivos fiscales o subvenciones a quienes se dedican a ello.