Cada vez que la violencia entre pares es noticia, siempre que nos enteramos de algún hecho que lleva al extremo los niveles de maltrato entre niños, niñas y adolescentes, en cada ocasión que tomamos contacto con estos acontecimientos pensamos en nuestros hijos e hijas o en algún ser querido que tengamos cerca; entonces, tememos por la posibilidad que puedan estar sufriendo. No hay región en el mundo que esté exenta de esto y, en el último tiempo, hemos sido testigos de diversos casos que así lo confirman. El bullying se ha convertido en un tema de creciente preocupación en nuestra sociedad. A menudo, se confunde con otros tipos de violencia, pero es esencial delimitar su significado. Es un fenómeno de agresión intencional, sostenida en el tiempo, que se manifiesta entre pares. Implica una relación de poder desigual y se caracteriza por su repetición. No se trata simplemente de una pelea o un incidente aislado; es un patrón de comportamiento que causa un daño significativo en la víctima, afectando su desarrollo emocional y social.
El término bullying ha proliferado en los últimos años, especialmente en el contexto escolar. Este fenómeno no se limita a una sola comunidad o sector social; está presente en diversas capas de la sociedad y afecta a niños, niñas y adolescentes de diferentes orígenes. En Latinoamérica, aunque todavía carecemos de herramientas de investigación cuantitativa robustas en la materia, se han realizado estudios que revelan la prevalencia de este problema. Lo que resulta doloroso para un niño o niña puede no tener la misma repercusión en otro u otra; sin embargo, es crucial recordar que, cuando alguien sufre, lo hace en su totalidad y necesita atención.
No estamos en presencia de un fenómeno nuevo, pero su manifestación ha evolucionado. Antes de la era digital, se limitaba a los espacios presenciales, como el aula o el patio de recreo. Sin embargo, con la llegada de las tecnologías y de nuevas formas de comunicación se ha ampliado su alcance, dando lugar a lo que conocemos como ciberbullying. A través de redes sociales, chats y plataformas digitales, quienes agreden pueden hostigar a sus víctimas de forma anónima y constante, lo que amplifica el daño y dificulta la intervención.
Ante esta problemática, es fundamental un abordaje desde diferentes perspectivas. La escuela, como espacio de convivencia y aprendizaje, tiene un papel crucial en la prevención y manejo de estas situaciones. Las estrategias implementadas han variado, desde programas de concientización hasta talleres de convivencia, pero muchas veces son insuficientes. La debilidad de estas acciones suele asociarse a una falta de coordinación entre organismos, legislación a nivel nacional y propia de cada ayuntamiento y autonomías, programas por parte de gobiernos locales e iniciativas que emanen de la misma ciudadanía.
Hace algunos años, impulsada por el actual Presidente de la Comisión de Educación y Cultura del Senado de la Nación, Senador Wado de Pedro, tuvo lugar la iniciativa gubernamental Argentina Contra el Bullying. Lo novedoso en ella fue la coordinación de esfuerzos y acciones de distintas áreas gubernamentales, comunitarias, referentes culturales, deportistas y clubes de barrio para enfrentar la problemática. En ese marco, se concretó el I Encuentro Iberoamericano sobre Bullying con el apoyo de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI) del que participaron referentes de la región. Aun con diferencias en cuanto a enfoques y formas de abordaje, se concluyó que el tiempo para hacer algo es hoy.
Como sociedad, debemos reconocer la importancia de formar a nuestros docentes y a las instituciones desde una perspectiva que incluya la temática. La capacitación no solo debe abarcar la identificación de casos sino también brindar herramientas para abordar y resolver conflictos de manera constructiva. No hay aquí héroes o villanos, el fenómeno es multicausal, lleno de aristas, y quien hoy hostiga mañana puede ser hostigado. Cada quien tiene su parte en la escena que compone al bullying: quien ataca, quien sufre, quien es cómplice desde el silencio, quien quiere ayudar y no sabe cómo. Es prioritario romper la lógica, frenarlo de raíz.
No hay duda de que, a pesar de los avances, aún queda mucho por hacer. La responsabilidad de enfrentarlo recae en todos y todas: padres, madres, educadores y estudiantes. Es fundamental que no neguemos la existencia de este problema ni lo minimicemos, sino que lo pongamos sobre la mesa y lo enfrentemos de manera colectiva.
La cultura del silencio que rodea el bullying debe ser desmantelada. No se trata solo de actuar cuando un caso extremo llega a la atención pública; debemos intervenir desde el primer indicio de malestar. Las instituciones educativas deben ser refugios seguros donde cada estudiante se sienta valorado y protegido. La implementación de espacios de diálogo y la promoción de relaciones saludables son pasos fundamentales en este camino.
Debemos trabajar en la construcción de una ética digital que sirva como referencia sobre cómo interactuar en el entorno virtual. Las redes sociales no son solo herramientas de comunicación; también pueden ser plataformas de agresión. Por ello, generar espacios de reflexión y debate sobre el uso responsable de la tecnología es esencial para prevenir el ciberbullying.
No podemos ignorar este fenómeno complejo que requiere un enfoque multidimensional. La violencia entre pares no puede ser asumida como parte del “juego”. Cada agresión, cada acto de humillación, tiene un impacto profundo en la vida de quienes lo sufren. Como personas adultas, tenemos la responsabilidad de actuar y de asegurar que nuestras infancias y adolescencias aprendan a relacionarse desde la empatía, el respeto y la solidaridad. Si bien el bullying, por definición, involucra a individuos en edad escolar, toda violencia engendra violencia, lo que nos exige pensar también sobre los modelos e imágenes que ofrecemos hacia las nuevas generaciones.
El bullying ocurre tanto en las escuelas como fuera de ellas y su abordaje debe incluir todos los espacios en los que nuestras infancias y juventudes se desarrollan. La definición del problema en términos de “edad escolar”, así como su visibilización mediática, ha llevado a una asociación que injustamente culpabiliza a la institución del bullying. Esto no contribuye a soluciones ni a enfoques, porque simplifica un fenómeno estructuralmente complejo. Desde nuestra perspectiva la escuela tiene la responsabilidad de abordar al problema, porque la educación debe ser de calidad y la inclusión resulta un pilar innegociable. La escuela es un espacio privilegiado para forjar ciudadanías desde una mirada inclusiva, empática, democrática y sensible. Así, aunque la escuela no puede solucionar por sí sola el problema del bullying, tampoco puede desentenderse de él si pretende ser coherente con todos esos principios fundamentales.
Sigamos trabajando en la capacitación de educadores y en la sensibilización de la comunidad sobre este tema y sus efectos. La lucha contra el bullying es una responsabilidad colectiva que requiere la cooperación de todos y todas. No podemos permitir que este fenómeno continúe en silencio; es hora de que lo enfrentemos de manera abierta y decidida. La salud emocional y el bienestar de nuestros jóvenes dependen de ello.
Profesor invitado Universidad de Deusto