La polémica sobre la web de la Memoria instalada por el Ayuntamiento de Galdakao, gobernado por EH Bildu, tiene al menos la virtud de aclararnos las características del “relato” oficial de la Izquierda Abertzale. Por esa razón no pretendo entrar en la cuestión de las víctimas y los victimarios ni en el papel que ha tenido en la elaboración de esa web la sección de Memoria de la sociedad Aranzadi. Quisiera desgranar con un análisis histórico el breve pero denso párrafo con el que se inicia la página Galdakao Oroimena; párrafo en el que, a mí parecer, se condensa la valoración de la Izquierda Abertzale de la historia vasca de los llamados “años de plomo”. A continuación se reproduce el párrafo en cuestión:

“A partir de la década de 1960, llegaba a la mayoría de edad una generación de jóvenes que no había vivido la guerra. Una nueva clase estudiantil, de obreros, de ciudadanos comprometidos con la recuperación de la cultura vasca y el euskera, ajenos en gran medida a los aparatos de los partidos políticos en el exilio, y que a partir de las transformaciones que se estaban produciendo en Europa y América Latina, encontraron nuevas formas de oponerse a la dictadura. Euskal Herria se convirtió en el principal foco del antifranquismo durante estos años, debido fundamentalmente a la capacidad de los grupos antifranquistas más activos de conectar la reivindicación nacional y las luchas sociales. Surgió entonces lo que conocemos como el conflicto vasco, la resistencia armada contra la dictadura, a la que esta responderá con el uso indiscriminado de la fuerza a través de sus cuerpos policiales, consejos de guerra, tribunales y leyes de excepción. Un conflicto socio-político que pervivirá a la muerte del dictador y que en la actualidad no puede darse por finalizado , pero que, desde el cese de la violencia por parte de ETA en 2011, se encamina de manera progresiva al fin definitivo de métodos violentos y coercitivos, característicos de un periodo determinado. Reunimos aquí todas aquellas personas que han padecido y padecen violaciones de derechos humanos fundamentalmente a causa del conflicto político vasco, así como otras personas que han padecido diversos sufrimientos de violencia de motivación política”.

El relato que se desprende de este texto otorga la centralidad a la que llama resistencia armada, en alusión a ETA y que representaría según los autores de la web el surgimiento del ‘conflicto vasco’. Esta organización se derivaría de un relevo generacional en el activismo vasco, que se produciría al margen de los partidos tradicionales, y al que se atribuye el movimiento de recuperación de la cultura vasca y el euskera. En ese relato el activismo de ETA y el MLNV, incluida la violencia, obtendrían una pretendida legitimidad.

La definición de los militantes de ETA como una “generación de jóvenes” nos remite a un término que los ideólogos de ETA V Asamblea (José Antonio Etxebarrieta y Federico Krutwig) atribuían a los miembros de su organización, con una doble intención: mostrar que ellos eran los “jóvenes” o, como decía Etxebarrieta, “la nueva generación” (frente a los “viejos” del PNV); y que representaban al “nacionalismo revolucionario”, que iba a superar y sustituir al “nacionalismo burgués” del PNV.

La realidad histórica se nos muestra más compleja. Cuando ETA, con motivo de sus primeros asesinatos, empieza a diferenciarse del resto de las organizaciones antifranquistas, los fundadores de la sigla (José Luis Alvarez Enparantza, Benito del Valle, J. M. Aguirre...) tenían ya una cierta edad y fueron sustituidos, dentro de ETA misma, en 1968, por una generación de jóvenes marxista-leninistas. Esta sustitución tuvo la pretensión de extrapolarse al PNV. Con la perspectiva del tiempo, ahora somos capaces de comprobar su fracaso. Ni ETA ni la Izquierda Abertzale pudieron sustituir al PNV ni representaron la mayoría de la juventud ni de la sociedad vasca.

El segundo término es el de “resistencia armada contra la dictadura”. El antifranquismo no fue el ingrediente principal de la teoría y la práctica de ETA, como el propio Argala, dirigente máximo de ETAm, llegó a reconocerlo. Desde la V Asamblea, se había decantado por una estrategia armada conducente al socialismo revolucionario. A quienes identificaban la posición de ETA como meramente antifranquista, Argala achacaba que no “habían leído o prestado suficiente atención a nuestros escritos” (Zutik, febrero 1978). A partir de las primeras elecciones democráticas y la restauración de las instituciones propias vascas, ETA, y las organizaciones político-sociales que le sostenían, actuaron en contra de la voluntad de una sociedad vasca a la que pretendían representar. ETA no sólo dejó de ser “resistencia” sino que refutó con los hechos su pasado como “resistencia”, ya que no se disolvió o se puso al servicio de la legitimidad democrática de las nuevas instituciones vascas.

El tercer término es el de la mención de un “conflicto vasco” o de un “conflicto socio-político” que sólo surgiría a partir de la “resistencia armada” de ETA. De esta manera, las guerras carlistas, la abolición foral, el fuerismo, el nacionalismo vasco, la perspectiva vasca de la Guerra de 1936, la creación del primer Gobierno Vasco, la resistencia que organizó junto con las fuerzas que lo sostenían, no representarían el “conflicto vasco”. Y, al contrario, del texto que inicia la página de Memoria que estoy comentando se busca transmitir una falsedad: que tal ‘resistencia armada’ sería consecuencia de un movimiento de resurgimiento vasco que en realidad le precede, que había demostrado su alto dinamismo sin necesidad de recurrir a la violencia y que se desarrolla al margen de la estrategia militar que durante todo el periodo siguen las diferentes ETA.

Esta perspectiva obedece a la consideración de que Euskal Herria, que hasta entonces sería lo que en términos marxistas se entiende como “pueblo sin historia”, gracias al “acontecimiento” ETA entraría en la historia, al lado de otros pueblos del mundo, aportando su granito de arena para la causa de la revolución mundial. ETA sustituyó el mito foral por el mito marxista de la revolución. Y el mito revolucionario despreciaba el pasado y miraba hacia un futuro que comenzaba con ETA.

Este relato muestra a una ETA que por nacer contra la dictadura detentaría una legitimidad de origen que se prolonga hasta su disolución en 2011. Y aún más allá, hasta ahora mismo, ya que, según el texto, el conflicto relacionado con ETA “en la actualidad no puede darse por finalizado”. Las armas se han retirado, pero se está dando por correcta la cultura política que recurrió a ellas. El texto que comento presupone también (al igual que algunos de los críticos de este planteamiento) que la cuestión de la violencia se dirimió por el enfrentamiento de dos bandos, que serían ETA y el Estado. Son visiones que omiten la complejidad de una historia que cuenta con periodos diferenciados (la dictadura, la transición democrática, la institucionalización...) y con una sociedad vasca plural, cuya composición o alineamiento no se resolvió por esas disyuntivas. La posición de la absoluta mayoría de los vascos, que promovió las nuevas instituciones democráticas y se pronunció, en todo momento, contra las violencias ilegítimas, queda ausente de este análisis.

El periodo de transición hacia la legitimidad democrática del Estatuto de Gernika y el Amejoramiento navarro vivió fenómenos como el de la continuidad de los aparatos represivos y judiciales de la dictadura, así como la pervivencia, sobre todo hasta mediados de los 80, de algunos de sus comportamientos ilegítimos. ETA llegó al máximo de su acción violenta en la época democrática. Bien mediada esta, dio una vuelta de tuerca en la ampliación de sus objetivos y la creación de nuevos organismos de violencia a lo largo de los 90. Considerar a ETA y al denominado Movimiento de Liberación Nacional Vasco bajo la luz de sus comienzos aparentemente heroicos y proyectarlos hasta ahora, se corresponde con el relato oficial de la izquierda abertzale, pero falsea la realidad de lo que realmente ocurrió.

Historiador