Los descubrimientos del científico James Lovelock, que falleció este pasado 26 de julio a la edad de 103 años, tuvieron una inmensa influencia en nuestra comprensión del impacto global de la humanidad y en la búsqueda de vida extraterrestre. Escritor y orador vigoroso, se convirtió en un héroe del movimiento verde, aunque fue uno de sus críticos más formidables.

Sus investigaciones destacaron algunos de los problemas que se convirtieron en las preocupaciones ambientales más intensas de finales del siglo XX y principios del XXI, entre ellos la insidiosa propagación a través del mundo vivo de los contaminantes industriales; la destrucción de la capa de ozono; y la amenaza potencial del calentamiento global. Apoyó la energía nuclear y defendió las industrias químicas, y sus advertencias tomaron una dirección cada vez más apocalíptica.

James Lovelock siempre estará asociado con una gran idea: Gaia. El Oxford English Dictionary la define como “el ecosistema global, entendido para a la manera de un vasto organismo autorregulado, en cuyo contexto todos los seres vivos definen y mantienen colectivamente las condiciones propicias para la vida en la Tierra”. El Oxford Dictionary menciona al científico como el primero en usar el término (que, en griego antiguo, quiere decir “La Tierra”) con ese significado, en 1972.

De forma no habitual para un científico, los libros han sido el medio preferido de Lovelock. Ha escrito o es coautor de alrededor de una docena; el último, Novacene, se publicó en 2019. Como señala el prefacio de ese libro, la nominación de Lovelock a la Royal Society en 1974 enumeró su trabajo sobre “infecciones respiratorias, esterilización del aire, coagulación de la sangre, congelación de células vivas, inseminación artificial, cromatografía de gases, etc.” .

La historia de Gaia comenzó con una pregunta planteada por los científicos de la NASA mientras Lovelock era consultor en el Laboratorio de Propulsión a Chorro en Pasadena, California. Es decir, ¿cómo se podría saber si un planeta como Marte alberga vida?

Con la microbióloga Lynn Margulis, Lovelock publicó una serie de artículos sobre el tema. En 1974, desarrollaron una visión de la atmósfera de la Tierra como “una parte componente de la biosfera y no como un mero entorno para la vida”.

La atmosfera de la Tierra contiene oxigeno y metano, gases reactivos que se renuevan constantemente. Ese desequilibrio irradia una señal infrarroja, que Lovelock describió más tarde como una “canción incesante de la vida” que es “audible para cualquier persona con un receptor, incluso desde fuera del Sistema Solar”. Así, la respuesta a la pregunta de la NASA ya estaba escrita en la estática atmósfera marciana, compuesta casi en su totalidad por dióxido de carbono no reactivo.

La teoría Gaia de Lovelock establece que, durante gran parte de los últimos 3.800 millones de años, se ha desarrollado un sistema de retroalimentación holística en la biosfera, con formas de vida que regulan la temperatura y las proporciones de los gases en la atmósfera en beneficio de la vida.

La ciencia del sistema terrestre (Earth System Science) ahora está establecida como un marco intelectual valioso para comprender el único planeta conocido que alberga vida, que es cada vez más vulnerable a las acciones irreflexivas de la especie humana. El argumento no está cerrado respecto a cómo funciona la Tierra, pero la importancia de Lovelock y Margulis es extraordinaria y no se puede ignorar.

La idea de que los océanos y la atmósfera están completamente entrelazados con la biosfera viviente, y deben entenderse como un sistema acoplado, ha sido completamente reivindicada, a tenor de las líneas de investigación que ha suscitado esa idea. Lovelock también nos mostró que Darwin tenía razón solo a medias. La vida evoluciona en respuesta al cambio ambiental, pero el medio ambiente también evoluciona en respuesta al cambio biológico.

A pesar de romper los vínculos formales con las universidades hace décadas (siempre ha sido un investigador independiente), Lovelock ha recibido títulos honoríficos y premios de organismos tan variados como la NASA y la Sociedad Geológica de Londres.

La procesión de libros atractivos comenzó en 1979 con Gaia: una nueva mirada a la vida en la Tierra . Cada volumen defendió su caso con más fuerza que el anterior, explorando lo que primero se conoció como la hipótesis de Gaia, luego simplemente como Gaia, y los peligros que enfrenta la biosfera o la humanidad. Los libros incluyen su entrañable autobiografía Homage to Gaia (2000), advertencias cada vez más urgentes sobre la devastación climática en The Revenge of Gaia (2006) y The Vanishing Face of Gaia (2009), y el menos apocalíptico A Rough Ride to the Future (2014).

Novacene retoma esa nota de esperanza y muestra otra gran idea. Después de todo, Gaia podría ser salvada por la llamada “singularidad”. Esta adquisición de la inteligencia artificial, que tanto alarma a muchos agoreros, sería nuestra redención.

Lovelock argumenta que cada vez más cyborgs autodiseñados con una destreza intelectual masiva y una conciencia compartida telepáticamente reconocerán que ellos, como los organismos, son presa del cambio climático.

Comprenderán que el termostato planetario, el sistema de control, es la propia Gaia; y, junto con ella, salvarán la suma del tejido vivo restante y a sí mismos. El planeta entrará en la época del Novaceno: el sucesor del informalmente llamado Antropoceno.

Según Lovelock, “sea cual sea el daño que le hayamos hecho a la Tierra, nos hemos redimido justo a tiempo actuando simultáneamente como padres y parteras de los cyborgs”, escribe. El cambio climático es una amenaza real para la humanidad, pero, a largo plazo, la Tierra inevitablemente se verá superada por un “gran calor” en unos pocos miles de millones de años, a medida que el Sol se vuelva cada vez más feroz.

La teoría de Gaia de Lovelock es sólo un aspecto de su inconformismo. Su vigoroso apoyo a la energía nuclear molesta a muchos ambientalistas. Educado como cuáquero, fue objetor de conciencia en 1940, luego cambió de opinión y se preparó para la acción militar en 1944 (el Instituto Nacional de Investigación Médica de Londres lo creyó más útil en el laboratorio). Más tarde, se convirtió en consultor de los servicios de seguridad del Ministerio de Defensa de Gran Bretaña.

Entre sus inventos se encuentra un detector de captura de electrones lo suficientemente sensible como para identificar rastros diminutos de contaminantes, como los pesticidas que impulsaron a Rachel Carson a escribir el libro Silent Spring de 1962 , y los clorofluorocarbonos, más tarde implicados en el daño a la capa de ozono.

En Novacene, escribe que ahora se ve a sí mismo como un ingeniero que valora la intuición por encima de la razón. Incluso tiene una palabra amable para el Antropoceno, marcado por la degradación de los recursos naturales y la devastación de las cosas salvajes con las que evolucionó la humanidad: la expansion de nuestro conocimiento del cosmos.

Bruno Latour, el gigante francés del pensamiento, cree que Lovelock inició con la hipótesis Gaia una revolución en la ciencia de similar magnitud a la de Galileo en el siglo XVII.

Lovelock se ganó primero a sus lectores y luego a sus compañeros científicos al hacer preguntas que podrían no haber sido obvias para ninguno de nosotros en ese momento. ¿De dónde viene el nitrógeno en la atmósfera? ¿Por qué la proporción de oxígeno atmosférico estaba justo dentro de la zona de seguridad? ¿Por qué el mar no estaba mucho más salado? ¿Por qué no se ha evaporado todo ese agua en el espacio?

A partir de tales preguntas, construyó pacientemente un argumento que empezó a sonar cada vez más interesante: que la vida en la biosfera es un agente de su propia supervivencia.

Autor del libro Megaprojects in the World Economy. Complexity, Disruption and Sustainable Development (de próxima publicación por Columbia University Press, New York)