La pandemia del covid, las restricciones sanitarias y la guerra de Ucrania han supuesto una dura prueba para las políticas de igualdad de género. Lo que está en juego no es solamente la transparencia del mensaje y su poder para captar la atención. Si la cosa quedara ahí, ni tan mal. Porque las manifestaciones y los eventos de masas no dejan de ser más que acontecimientos de validación y un escaparate de otros procesos de base que son lo que cambia el mundo, y por lo tanto lo que verdaderamente importa. Hace 20 años, Hillary Clinton dijo que las mujeres sufren por la guerra más que los hombres, puesto que ven caer a sus maridos y sus hijos. Y esta declaración, por más que las vicisitudes de la historia reciente hayan llevado a quien la hizo a dirigir ella misma una guerra en Oriente Medio, sigue siendo una dolorosa verdad. Los conflictos bélicos no solo destruyen vidas en el más literal de los sentidos. También provocan en la sociedad, la economía y las mentalidades colectivas unas dislocaciones tan enormes que hacen imposible llevar a cabo políticas de desarrollo humano de cualquier tipo.

El esquema habitual de prioridades que preside la evolución del estado del bienestar se invierte, quedando con ello detenido el progreso de la Humanidad. Los edificios se hunden abatidos por las bombas. Los recursos se desvían al campo de batalla mientras la organización colapsa. Carnaval y Noche de Difuntos dejan de ser celebraciones festivas para convertirse en una macabra realidad donde la gente es alcanzada por balas y cuchillos de verdad y el vestuario queda reducido a una línea de gris caqui, verde camuflaje y cascos de acero. En la retaguardia, la atención de las audiencias, deslumbradas como liebres ante los faros de un todoterreno, queda cautiva en el interior de una gigantesca burbuja de odio y desinformación que pervierte la naturaleza humana hasta el punto de que muchos comienzan a considerar como algo normal lo que en realidad no es más que una fuga incontrolada de fantasía destructiva a través de las compuertas abiertas del subconsciente. Ya lo dijo el gran actor Donald Sutherland en su memorable interpretación de un coronel soviético en la película Chikatilo: “Cuando pasas tiempo entre leones, la idea de rugir comienza a parecerte razonable”.

La guerra abunda en memes poderosos que nos recuerdan su carácter grave y fatal. Contemplen esa estampa de los soldados de las fuerzas especiales chechenas, movilizados por Rusia como tropa de choque en la guerra de Ucrania. Con su porte adusto y amenazador, sus negras barbas y su aspecto implacable, ¿no son la antítesis perfecta de nuestras políticas de igualdad occidentales? Todos los ejércitos reclutan contingentes de mercenarios extranjeros, a veces buscando intencionadamente esa estampa exótica evocadora de viejas glorias coloniales con la que se espera acoquinar al enemigo y desmoralizar a la población civil. Gran Bretaña tuvo a los Gurkas; Franco, a su Guardia Mora. Putin saca de los cuarteles de policía y los gimnasios de Grozni a unos cuantos matones y les pone uniformes negros para crear un golpe de efecto. El objetivo consiste en amedrentar a los barricadistas de Kiev. Esta concentración de testosterona tiene la misión de comunicar al mundo que en Ucrania, Rusia y muchos países musulmanes se encuentra la frontera a partir de la cual se extiende el mundo de ayer: un mundo en el que no tienen cabida la igualdad de la mujer, ni la tolerancia con los homosexuales, ni las libertades democráticas tal y como las entendemos aquí en Occidente.

La situación es tan cruda como eso, pese a todos los matices que pueda generar el debate en medios y redes sociales. La pugna en pro de los derechos, la inclusividad y la integración social ha retrocedido una década en el transcurso de los últimos meses. El impacto moral de esta crisis se hace notar en todo el mundo. Y también dentro de nuestra propia sociedad. En tales circunstancias, todo el trabajo de plataformas sociales, políticas y difusión educativa vinculado a tan loables fines ya no puede mostrar el mismo tono optimista, integrador y sanamente provocativo que en ocasiones anteriores. Ahora se trata de evitar que la situación vaya a peor y recuperar el terreno perdido. Sobre todo, en ámbitos críticos y muy específicos. Uno de ellos es, obviamente, el restablecimiento de la cultura de la paz, el diálogo diplomático y la concordia entre las naciones. El otro tiene que ver con la integración de colectivos migrantes. Y muy en particular con el apoyo a las mujeres en los países musulmanes. Ya no se trata de la controversia sobre elementos simbólicos como el velo, sino de hallar enfoques operativos y trabajar sobre realidades de fondo. l

Perito judicial