Diluviaba en Morzine en 2016. De esa cortina de agua, de esa cascada, emergió la sonrisa abierta de Ion Izagirre (Ormaiztegi, 4 de febrero de 1989) para descargar su felicidad en el Tour. Fue la primera vez. El bautismo. Siete años después, el sol formidable de julio calentó la victoria del de Ormaiztegi. Le acompañó una sonrisa vital, luchadora, tras completar una actuación colosal en la madurez. Venció por segunda vez en el Tour. Un logro magnífico, solo al alcance de los mejores. En la peana vasca empata con Miguel Mari Lasa y David Etxebarria. Únicamente Miguel Indurain obtuvo mejores cifras de victorias en el carrera francesa. Ion Izagirre, dos veces celebrante en la Grande Boucle, también elevó los brazos en el Giro, vestido del naranja de Euskaltel-Euskadi, y también en la Vuelta. Eso le mide como ciclista y le concede enorme crédito a una carrera extraordinaria. Es uno de lo mejores ciclistas vascos de la última década. Lo dice su palmarés. Los datos son irrebatibles. Campeón de la Itzulia, en 2019, donde acumula dos victorias parciales, y con dos triunfos en el GP Indurain, así como una victoria en la París-Niza, entre otros laureles. Suma 18 victorias en 14 cursos como profesional.

Pero fuera del radar de los números, en Ion Izagirre se concentra un ciclista extraordinario que creció en el ambiente ciclista. Nació ciclista. La lluvia, el frío y el barro eran las primaveras que tejían las charlas sobre el mantel del ciclocross, donde José Ramón, el padre, se especializó en la década de los 80 y comienzos de los 90. José Ramón Izagirre fue campeón de España en 1991 y 1992 y es padre de los hermanos Izagirre, Gorka, el mayor, e Ion, el pequeño. Ellos crecieron alrededor del soniquete de la bicicleta y el sonajero del ciclocross, la modalidad que en invierno servía de banco de pruebas para los ruteros. En casa de los Izagirre, las bicicletas también son para el invierno. Así, en la alfarería del barro se tallaron ciclistas Ion y Gorka antes de asfaltarse.

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Chapotear en el barro era un deleite, el plan perfecto cuando iban a casa de su amona y ojeaban los vídeos de las carreras de su aita. Insertada la afición en la retina, la técnica la adquirieron en las proximidades del caserío de Iñaki Maiora. Cerca había un circuito permanente. Con los consejos y la sabiduría de José Ramón e Iñaki aprendieron a manejarse en la especialidad. Del barro, a la carretera. Siempre sabio. Izagirre siempre ha sabido cuáles son sus virtudes y capacidades y dónde están sus límites. Poseedor de una buena punta de velocidad, resistente en la montaña, gran intérprete de las carreras, ambicioso y valiente, demoledor en los descensos, Izagirre impartió una clase magistral para imponer en su segunda meta del Tour, un lugar para el recuerdo: Belleville-en-Beaujolais. El hijo de la lluvia luce al sol.