Jonas Vingegaard es un tipo duro. Tras el sopapo propinado a Pogacar hace nueve días, subiendo el Granon, se ha defendido con garantías de todos los ataques del esloveno, que no han resultado pocos. Podría decirse incluso que han sido muchos, pudiendo verse englobados en dos categorías. Hasta ayer parecían de pacotilla, y que se me entienda bien esto último, por favor. Obviamente, hablamos de unas ofensivas, las de Pogacar, capaces de soltar de rueda al 99,9% de los ciclistas del mundo. Sin embargo, hablamos igualmente de acelerones que se antojaban un par de peldaños inferiores a los que el doble ganador del Tour puede exhibir en circunstancias de plenitud absoluta. Su rival aguantó con aires de cierta suficiencia.

Ayer, duros

Vingegaard resistió aquello porque se trata de un corredor sobresaliente. Lo de tipo duro, mientras, responde a lo de ayer camino a la cima de Hautacan, concretamente en la subida a Spandelles. A diferencia de todo lo visto hasta entonces, los demarrajes de Pogacar ofrecieron la sensación de resultar los auténticos, los mejores que su cuerpo puede lanzar. También a diferencia de lo vivido durante todo el Tour, el danés sufrió horrores para soldarse a rueda. Luego, cuando pudo hacerlo por fin, y susto en el descenso mediante, sentenció ya el amarillo final, simplemente alcanzando a su adversario. ¿Seguro? Quizás no tanto, porque solo tenía 2:18 sobre el esloveno... Todavía estaba en territorio La Planche des Belles Filles.

La crono

Quedaban 30 kilómetros y el tópico decía que Vingegaard contaba con “todo a su favor” para conquistar el Tour, una frase hecha que convenía matizar, porque existía un factor que no le beneficiaba. Y se trataba de un factor importante, el factor de la memoria, muy capaz de resucitar fantasmas de esos que condicionan rendimientos deportivos. En la ronda gala de 2020, el Jumbo Visma alcanzó la contrarreloj de la 20ª etapa con Primoz Roglic abrazando la victoria: 36,2 kilómetros de lucha en solitario y 57 segundos de renta sobre Pogacar. Sobre el papel, un colchón confortable. En la práctica, una ventaja insuficiente. El esloveno joven mejoró en 1:56 el tiempo de su compatriota veterano y propició así uno de los vuelcos más históricos de la historia de la carrera, un vuelco que en este 2022 habría estado en boca de todos a nada que el hueco a remontar se hubiese acercado mínimamente al socavón abierto por el amigo Tadej hace dos años en La Planche des Belles Filles. Al final, sin embargo, no se va a parecer en exceso.

Lección asimilada

En aquel famoso Tour de la pandemia, el Jumbo Visma dejó a Pogacar vivito y coleando, para después pagarlo a posteriori. En este magnífico Tour que ya se nos acaba, mientras, la escuadra neerlandesa ha demostrado tener la lección bien aprendida. Maniobró a la perfección para desbancar al entonces líder en los Alpes. Y ha acreditado madurez desde entonces para defenderse con solvencia en una situación complicada, tras las retiradas de Roglic y Kruijswijk. Llegó un momento, eso sí, en el que trabajar para la victoria exigía pasar al ataque y ahuyentar el mal fario, cosa que el equipo de Vingegaard hizo ayer en los Pirineos. El danés, contando la bonificación, distanció en 1:08 más a su gran rival y ahora dispone de un colchón de 3:26. Ahí sí. Ahí sí puede dormir tranquilo. Al volante del coche del equipo, mientras, el director Grischa Niermann quizás se tirara anoche de los pelos. Apunta a sumar una Grande Boucle a su palmarés. Pero posiblemente debiera ser la segunda, y no solo la primera.