Del Col du Granon a Hautacam. De los Alpes a los Pirineos. De Dinamarca a París. Ese es el viaje lisérgico de Jonas Vingegaard, que en la cima de Hautacam, una vez arrodillado Pogacar, caído con el mayor de los honores, puso a enfriar el champán. Le espera la gloria de su primer Tour en los Campos Elíseos tras entronizarse en Hautacam, donde al esloveno, al igual que en el Granon, le derrotó el danés. En ambas cimas, las más exigentes de la Grande Boucle, se coronó el líder inesperado pero inaccesible. Al Tour le resta el epílogo, pero salvo accidente o suceso extraordinario, pertenece a Vingegaard maneja una renta de 3:26 sobre el esloveno y 8:00 respecto a Thomas.

El duelo, en la intimidad, ese vis a vis, se quebró en Hautacam, aunque bien podía haberse resquebrajado en el descenso de Spandelles, donde Pogacar se fue al suelo y a Vingegaard le tembló todo cuando estuvo a punto de caerse tras un trallazo de su bici. Domó la montura el danés y domesticó al fin al irreverente esloveno, que se agrietó en Hautacam. Fuera máscaras. La sonrisa tornó en mueca. El esloveno concedió más de un minuto con el danés, que lanzó un beso al aire tras la mejor de sus conquistas a la espera de los fastos de París.

Dos veces campeón de la carrera francesa, un ciclista de época, su Tour será otro. Sin embargo, la impronta del esloveno perdurará para siempre. Gloria y honor a Pogacar. La medida de las victorias las conceden la altura de los rivales. Por eso el triunfo de Vingegaard adquiere una dimensión que trasciende. Ambos han concedido un espectáculo mayúsculo, un duelo de titanes apoteósico. Histórico.

Gigantes como montañas. Dos campeones frente a frente. Sin una sola tregua. Solo se concedieron un respiro cuando a punto estuvo de unirles el fatalismo del destino en un descenso malicioso. No hubiera sido justo. El Tour merecía un baile final en las alturas. El vals de Vingegaard se impuso al rock&roll de Pogacar.

EL JUMBO ESPLENDOROSO

En el Col d’Aubisque, el sofoco licuaba los rostros sin piedad. Derretidos. Pulmones al sol. La canícula del julio francés en el corazón caliente de los Pirineos, donde palpitó el Tour. Vingegaard, tez pálida, ojos claros, se arrulló junto a Kuss. Van Aert, siempre inquieto, y Laporte estaban en la fuga, más numerosa que el pelotón, en los huesos tras el comienzo despavorido de los días señalados y agitados. Pogacar contaba con McNulty, el providencial norteamericano que en la víspera todo lo destrozó. Un bulldozer. De Bjerg, que contribuyó a llenar de escombros el Tour, no hubo rastro.

El danés, espasmódico, no tenía fuelle. Perdió el paso antes de empezar. Junto al líder y Pogacar circulaban Thomas y Quintana. Van Hooydonck, recuperado para la causa de Vingegaard, dispuso un ritmo sosegado. El control y la serenidad era el mandato del líder. Atemperar la carrera, que ocurriera lo menos posible. Contemplación. En el descenso todo discurría sin sobresaltos. Electrocardiograma plano. Sin pulsiones. Por delante, Enric Mas era un manojo de nervios. Mentalmente bloqueado en la bajada después de las caídas que le lijaron la confianza. La tensión y la ansiedad comiéndole los adentros. Gorka Izagirre le acompañó en el descenso a los infiernos. Psicólogo.

POGACAR, AL ATAQUE

La termita de la preocupación brotó para el líder en el Col de Spandelles. McNulty, todopoderoso, se erizó. El norteamericano barría la carretera estrecha, de pasado forestal, asfalto de grano gordo y rugoso, con devoción. Ese movimiento aceleró a Van Aert y Laporte por delante. Dos expedicionarios de Vingegaard. El peón de Pogacar martilleaba sin desmayo. McNulty repitió la coreografía de la víspera. Más calor. Pogacar se refrescó los pies para bailar. Danza maldita.

Vingegaard se planchó al esloveno. Thomas y Quintana soportaban en la culebra de asfalto. Picó Pogacar. Latigazo en la tripa de Spandelles. El esloveno, al asalto. Retumbó. El líder le agarró la ambición. Le embridó sin ponerse de pie. Sentado. Le puso el bozal. El líder no le concedió ni un palmo de esperanza. Kuss recuperó la prestancia. Camisa de fuerza para Pogacar. El norteamericano ralentizó el paso. Al trote. Thomas se rehabilitó. Quintana enlazó. Un respiro. Pogacar, otra vez vociferando. Un tiovivo de ataques. Un ciclista a ráfagas. A cada golpe del esloveno, respondía el líder.

En ese ecosistema, con Kuss nuevamente atado al líder y al esloveno, Thomas se despertó. Ganó unos metros. Los devoró otro desgarro de Pogacar. El esloveno era frenesí puro. Un campeón desatado, un valiente enajenado. Una bestia embistiendo sin parar. Vingegaard tuvo que estirar el cuello para poner la correa al esloveno infatigable. Otro duelo íntimo.

CAÍDA Y SUSTO

Pogacar, puro fuego, un lanzallamas, se ponía hielo en la nuca antes de la cima. El pulso entre el líder y el esloveno se deslizaba hacia Hautacam. Viaje a los límites, a los abismos. Una curva asustó al danés. Un escalofrío le recorrió el tuétano. Se le fue la rueda de atrás. Toro mecánico. A punto estuvo de descabalgar al líder, que vio su Tour hecho añicos pasar por delante de los ojos. Recuperó la trazada con un buen movimiento y respiró entre jadeos. El corazón, en la boca.

Pogacar bajó a tumba abierta para provocar el error al líder. Todo o nada. Cara o cruz. En una curva, el esloveno hizo un recto. Quiso acelerar y la gravilla le mandó al suelo. Se raspó entero el costado izquierdo. Pudo quedarse en la cuneta su intento de revolución. Sangre y arena.

Saludo entre Vingegaard y Pogacar tras la caída. Eurosport

EL LÍDER ESPERA A POGACAR

Vingegaard le esperó. La persona por encima del competidor. Empatía. El esloveno agradeció el gesto del líder. Se dieron la mano. Respeto. Pacto entre caballeros. Entente cordial hasta la fauces hambrientas de Hautacam. El episodio alteró a Pogacar, que exigía agua para el gaznate. Bramó para que llegara el coche de equipo. Nervios. Thomas y Kuss se soldaron una vez completado el descenso al líder y Pogacar, siempre exuberante. Como Van Aert, aún por el frente, junto a Pinot y Daniel Martínez.

Vingegaard y Pogacar se retaron otra vez en la última montaña del Tour. El líder se desenmascaró. Se apartó las gafas. La realidad, sin filtros. Junto a ellos, Thomas, siempre sabio y agonista. El Hautacam se sube a empellones, a escalones. Kuss pastoreaba el grupo con Vingegaard, Pogacar, Thomas y Meintjes. Quintana estalló en el retrovisor. El sudafricano también se quedó sin aire, espeso. El agua era el mejor alimento para el espíritu en el horno. Estatuas de sal. Agua bendita en una etapa que partió desde Lourdes. Van Aert abrió gas. Daniel Martínez pudo agarrarle. Descartaron a Pinot.

VUELA EL LÍDER

El pateo de Kuss desgajó a Thomas. El galés, a su ritmo. El del tercero. Números de campeón, pero de 2018. El líder y Pogacar, unidos. Siameses. Se reunieron Van Aert, Martínez, Kuss, Vingegaard y Pogacar. Se encogió Martínez. El belga tomó el relevo de Kuss, muy fatigado. Metió en el bolsillo a Vingegaard. Otra vez de nanny. Siempre pendiente. Cabeza de familia. Honrarás a tu padre. Van Aert apretó más. Corbata de plomo. Estrangulamiento. Pogacar se fue al fondo. Maillot abierto. Se le leía hasta el espíritu. Crisis. Van Aert lanzó a Vingegaard hacia el cielo. Amarillo con luz propia. Incandescente. Se abrió una sima entre el danés y el líder.

Vingegaard entendió que el pasaje para el tren de París estaba en el apeadero del Hautacam. En ese preciso instante. En el aquí y en el ahora. No lo dudó. Refrescó la gesta del Granon, cuando a Pogacar le mordió una pájara, desnutrido tras el zarandeo del Jumbo. Ahí cimentó Vingegaard su despegue. El Jumbo le catapultó. Al fin separados, el danés fue colocando tiempo sobre Pogacar, el maillot abierto, sofocado, agobiado. El líder, rostro traslúcido, alcanzó la cima con más de un minuto de renta sobre Pogacar, herido en la piel y en el orgullo. El danés dispone de una renta de 3:26. Vingegaard se descorcha en Hautacam a la espera del champán de París.