La palabra de Edurne Pasaban fue la que se dio a si misma. Imaginó que podría ser la primera mujer en ascender las catorce montañas de más de ochomil metros del planeta. Y sin recurrir al oxígeno suplementario. Soñó el proyecto. Y cumplió.

Como el legendario guardameta José Angel Iribar hace un año al recibir su Hitz Saria, Edurne Pasaban evocó una conversación con su padre. Y fueron idénticas palabras. Solo cambiaba la profesión. Aita, quiero ser portero, fue lo del Txopo. Aita, quiero ser alpinista, lo de Pasaban. La respuesta, idéntica. “Empéñate en hacerlo de manera honesta y lo mejor posible”. Es la palabra.

Pasaban padre añadió un “te va a costar mucho”. Edurne sumaba a la magnitud ciclópea del reto la ausencia de un modelo a seguir. Eso no impidió que cargara a los hombros una mochila con el equipo de montaña y se lanzara a entrenar para conquistar las cumbres. Hoy lleva otra mochila.

 “Una vez terminada toda esa etapa, te das cuenta de que llevas otra mochila: te has convertido en referencia para quienes quieren hacer algo parecido. Es una responsabilidad muy grande. Hoy estamos aquí recogiendo este premio siendo referente para otras generaciones que vendrán y a las que abrimos camino con lo que hemos vivido”, apuntó la alpinista de leyenda.

Este 2025 se cumplen 15 años desde que Pasaban hollara las catorce cimas. “Si que ha pasado rápido; algunas veces me parece que he vivido dos vidas diferentes”, reveló la deportistas.

“Hace ya tanto tiempo que es como si hubiera ascendido los catorce ochomíles en otra vida”

Para ella lo relevante no han sido únicamente las catorce cumbres que ninguna mujer antes había pisado en total. “No ha sido solo eso, yo tuve la gran oportunidad de hacer mi camino en algo que apasionaba pasa que, a veces, lo complicado es el día a día”, dijo.

Y añadió que “ha merecido la pena”. Todo ese largo recorrido que ha pasado por el Himalaya y al que aún le queda un largo recorrido por otro tipo montañas comenzó mediados los años setenta del pasado siglo en Tolosa. La pequeña Edurne iba al monte con sus aitas.

Unos años más tarde, cambio la perspectiva de la alpinista, como afirmó hace unos días en DEIA “A los 14, 15 o 16 años, en plena adolescencia, no sabemos muy bien dónde estamos ni quiénes somos. Lo veo ahora con mis sobrinos y con las hijas de algunas amigas. En aquella época yo tenía un conflicto muy grande conmigo misma. No me encontraba a gusto con mis amigas, y quizás lo que ellas hacían no me atraía. Por casualidad empecé en un club de montaña, y fue allí donde di el paso: la gente del club, que era mayor que yo, empezó a llevarme al monte. Poco a poco, esas salidas me llevaron también a los Alpes. Lo que sentí entonces fue que comenzaba a tener confianza en mí misma”. Una confianza que fue el oxígeno que le condujo a hacer historia en su deporte.